La entrevista al rey emérito es un fraude
Este miércoles Juan Carlos I ha roto su silencio en una entrevista en el programa Secrets d’histoire de France 3. Veinticinco minutos que fingían ser una ocasión única pero que, a la hora de la verdad, no han servido ni para acercarse remotamente a los temas importantes de los que debería hablar el personaje. Un fraude de conversación. La titulan Las confidencias de un rey caído en desgracia, pero de confidencias ninguna. Y de desgracias, menos. Todo muy puesto, pero, para seguir la tradición, es una farsa hecha a medida del monarca.
El periodista francés Stéphane Bern, divulgador especializado en historia y genealogías reales, se desplaza hasta la residencia de Juan Carlos en Abu Dhabi para conversar con él. El entorno es un salón elegante, con la frialdad propia del mármol pulido, que transmite un clima aséptico y distante. Se sientan uno delante del otro. Bern con corbata y el emérito sin ella. Una decisión calculada para rebajar cualquier pretensión de formalidad en la conversación. La rigidez de la expresión facial de Juan Carlos parece fruto de algún tratamiento estético.
La entrevista se desarrolla íntegramente en francés. La primera mitad es para hablar de su niñez, su relación con Franco, su coronación, el proceso de transición y el golpe de estado. A partir del minuto 13 se produce un salto temporal sospechoso. Pasamos de 1981 a 2008 de una manera repentina: "Restauró la democracia pero, en cambio, cuando hablan de usted hablan de asuntos financieros, fiscales y sentimentales..." Este comentario cobarde y genérico, que parece cargar en los demás la responsabilidad de las acusaciones, es lo más cerca que estará Stéphane Bern de preguntarle por la corrupción de la institución y los líos de faldas que han salpicado la gestión de la Corona. Juan Carlos responde con victimismo: "Ya estoy acostumbrado. Todo el mundo puede pensar lo que quiera, pero está todo arreglado, se acabó todo y yo estoy tranquilo". Una respuesta que liquida, con una sola frase, décadas de opacidad y abusos de poder. El vasallaje de Bern es esperpéntico cuando le comenta que en las memorias se lo acusa de tener "un corazón demasiado sensible". El emérito responde un "Oui" tan discreto como ridículo.
El uso de la tijera en la edición de la entrevista parece obvio cuando Bern le insinúa la posibilidad de hacer autocrítica. Juan Carlos responde lacónicamente.
–¿Se reprocha algo?
–No.
–¿Tiene remordimientos?
–No.
–Pero si tuviera que volver a hacerlo todo pondría más atención?
–Naturalmente que sí.
Los últimos minutos son para hablar de la abdicación y su relación con Felipe VI de manera superficial y poco comprometida. También de España, desde una perspectiva folclórica y caduca, con una insólita mención a los Juegos Olímpicos de Barcelona como si fuera un disco solicitado para colgarse una medalla. La entrevista al emérito, más que una limpieza de imagen, parece incluso una estrategia para tantear un regreso a España. Si hace siglos los franceses se hicieron famosos por cortar la cabeza de los reyes, Stéphane Bern indulta al emérito con una compasión inaudita. Hemos pasado de la guillotina al masaje facial.