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Este jueves, en Por las mañanas de TV3, nos mostraban en directo las imágenes del primero de las liberaciones de rehenes israelíes previstas para la jornada, con motivo de los acuerdos de alto el fuego entre Israel y Hamás. Descubríamos una escena sorprendente, que iba más allá de los códigos habituales de una operación de intercambio o rescate para entrar en el ámbito del espectáculo. Una rehén, la soldada Agam Berger, de veinte años, subía a un escenario precario montado en medio del derrumbe de Jabalia. Se oía el griterío de la gente alrededor. Berger saludaba al público con el brazo y sostenía un pequeño cuadro, como si fuera un certificado del proceso o un diploma. Más que el fin de un secuestro parecía un acto de entrega de premios inquietante. A su alrededor, milicianos encapuchados le rodeaban y la grababan con seis cámaras distintas. Tras ellos, otros tres miembros de Hamás le escoltaban con fusiles. Cuando se abría el plan descubríamos otros dos drones sobrevolando la escena, como si también tomaran imágenes aéreas del momento. Una vez exhibido el soldado y hecho el saludo de rigor, todos juntos bajaban del escenario y le acompañaban hasta el coche de Cruz Roja que debía conducirlo hasta Israel. Era desconcertante. No es, en ningún caso, la primera vez que vemos cómo el intercambio de rehenes está acompañado de un relato de propaganda. En la liberación del 19 de enero vimos cómo ponían a las tres chicas dentro de un coche, también mostraban el certificado enmarcado y nos ofrecían todo el viaje de la comitiva desde el punto de vista de los miembros de Hamás, en plan subjetivo. Integraban al espectador en el trayecto, en medio de la multitud que celebraba el evento como una victoria, con cánticos populares de apoyo a la resistencia.
Pero este jueves, ese escenario en medio de la devastación, como la tarima de una fiesta mayor tronada, con el saludo del rehén al público eufórico, rodeado de media docena de cámaras que la filmaban a menos de un metro de distancia, denotaba toda la intencionalidad de espectacularizar el evento, de teatralizarlo, de convertir al rehén en una figura pública efímera. La prueba de cómo la televisión ha moldeado las ceremonias y los rituales. A pesar de la pobreza de la escenografía, existía una voluntad clara de construcción visual de la victoria, un acto de dominio y autoridad. Elaboran una narrativa de poder que legitime su discurso. La gran cantidad de cámaras y drones de los miembros de Hamás demuestra esta necesidad de hacer participar emocionalmente a los espectadores de su puesta en escena. Existe una dramaturgia en todo ello, un guión que va más allá de la eficacia del intercambio. La persona se convierte en una especie de trofeo de guerra, el símbolo de la victoria, un objeto.
A pesar de la torpeza de las formas, las imágenes de Hamás de la liberación nos recuerdan que las guerras ya no se luchan sólo con armas sino con narrativas visuales. Y esas escenificaciones son un mensaje a la audiencia.