Ser 'influencer', un atajo para trabajar de actor
La tendencia de la industria audiovisual a fichar a estrellas de las redes irrita a los intérpretes profesionales
BarcelonaCada vez más vemos cómo personas con cierta popularidad en el ámbito digital dan el salto a grandes producciones para dar vida a personajes tanto en películas como en series. Es el caso de Manu Ríos, en la serie Élite; Álvaro Mel, en La Otra Mirada, o Marià Casals, en la película A través de mi ventana. Parece que empieza a haber un cambio en los criterios de selección de los repartos de las producciones, en los que tener seguidores en las redes sociales es un punto que juega muy a favor.
En parte, el valor de un actor es la capacidad de reclamo que tiene de la audiencia. La cotización de la reputación ya era una práctica habitual en el sector pero las redes sociales, y especialmente Instagram, se han convertido en los grandes escaparates contemporáneos de caras, cuerpos y productos, de forma que las empresas audiovisuales están aprovechando esta tirada. Al fin y al cabo, es muy fácil viralizar cualquier contenido si tienes suficientes seguidores. Es un ejemplo de ello la película Verónica, que fue tendencia en redes solo porque Dwayne Johnson comentó que la quería ver. El actor, con 15,2 millones de seguidores, retuiteó una imagen de la película con el comentario “Bueno, he cambiado los planes habituales de la noche del sábado de tequila y documentales por… esto. Me muero de ganas de pasarlo mal. ¿Alguien más lo ha visto ya?”, y gracias a la distribución global que permite Netflix supuso una promoción especial para la película, que triunfó mucho más a nivel internacional que en España.
Este es uno de los motivos principales de que en los castings tengan tan en cuenta el prestigio digital. Existen diversidad de herramientas que calculan la capacidad de influencia de los usuarios, basándose en el número de seguidores y el engagement, entendido como el compromiso de los seguidores con esta persona, que se manifiesta con likes, comentarios, comparticiones o visitas al perfil. Según el productor de televisión Sergi Nadal, “es un mercado que las productoras tenemos que explotar; es bastante directa la relación entre el número de seguidores que tienes y cómo eres de famoso o lo puedes llegar a ser. En función del casting y del contenido audiovisual que se esté preparando se tiene en cuenta que los actores sean más o menos famosos, pero a la mayoría de la industria sin duda nos interesa que quienes venga tenga cuantos más seguidores mejor”.
Las producciones audiovisuales ven la oportunidad de aprovechar el alcance digital de los perfiles reputados para dinamizar sus productos. Porque, como dice Nadal, las productoras ganan visualizaciones: “Si la persona que pone «no os perdáis el estreno de mi nueva serie» tiene 100.000 seguidores o tiene 12 millones, la cosa cambia muchísimo”. Por su parte, a los influencers les interesa salir en películas para obtener más visibilidad y ampliar su espectro de seguidores, y de este modo su reputación aumenta y la cotización por cada publicación también. Se establece una relación win-win entre las productoras y los perfiles populares.
El orden de los factores
Hace no tanto tiempo, los éxitos profesionales o la pertenencia a las élites o esferas públicas era el pase para ser reputado. Pero esta dinámica está cambiando: internet ha democratizado el acceso a la fama. Hoy en día cualquier persona con un móvil con cámara puede convertirse un influencer. Y esto también tiene su parte negativa. En el sector de la interpretación, son muchos los aspirantes a actores o actrices que ven menguadas sus posibilidades de obtener un papel por falta de reconocimiento de los internautas. E incluso hay selecciones de repartos que no pasan por un casting, sino que es directamente la productora la que contacta con los usuarios que considera populares, o aquellos entre los seguidores de los cuales encuentra el target del producto. Los estudiantes y profesionales de la interpretación consideran que este requerimiento de entrada hace más precario el sector, que valora a personas con menos talento pero más fama en una operación puramente de marketing.
Además, los actores que ya disfrutan de popularidad tienen la obligación implícita de promocionarse en las redes sociales, de ser activos, generar contenido y engagement si no quieren dejar de tener papeles relevantes o que decaiga su reclamo sobre el público. “Los actores de más edad, menos digitalizados y con menos seguidores, tienen una clara desventaja en este sentido para mantenerse en la cresta de la ola porque vemos que captamos a un público mayor y escaso”, declara Nadal.
La cotización de la reputación y la de la experiencia son diferentes pero se ponderan prácticamente igual en términos de remuneración. En palabras de Sergi Nadal, “la experiencia se paga y no es lo mismo un actor que ha hecho 50 películas que alguien que no ha hecho ninguna, pero un influencer con 4 millones de seguidores, por ejemplo, puede llegar a cobrar lo mismo que este actor”. A pesar de la situación, los actores con poca proyección hasta el momento no osan ser muy críticos con las dinámicas del sector, puesto que consideran que es "un mundo muy pequeño" y que un comentario desafortunado puede repercutir en el desarrollo de su carrera profesional.
Pero hay personas que sí se han postulado abiertamente en contra. El actor Aitor Luna criticaba en un artículo en El Confidencial que el número de seguidores sea un factor determinante para conseguir papeles: “Instagram se ha convertido en una nueva dictadura [...] y hay gente dispuesta a trabajar con salarios indignos si con esto consiguen que les suban los seguidores en Instagram”, se lamenta. Y no es el único: recientemente ha surgido el movimiento #ArteSinFollow para visibilizar el intrusismo de los influencers en el ámbito cultural.