¿Quién se ha llevado las risas enlatadas?

El cambio de estilo en las comedias arrincona un recurso sonoro clásico de la televisión

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'Friends' utilizaba las risas del público que asistía a la filmación, pero modificándolos para adecuarse al ritmo marcado por el guion

BarcelonaDurant siete décadas de televisión, las risas pregrabadas han sido un elemento inevitable en la mayoría de sitcoms. Pero esta pista de audio, que buscaba reproducir en el comedor de casa la experiencia colectiva teatral, vive su peor crisis. Desde que The Big Bang theory plegó, las risas de fondos casi ya no suenan en las plataformas y tan solo unos pocos títulos marginales las mantienen. Para entender cómo es que han entrado en declive –y quién sabe si en vías de extinción– vale la pena conocer su peculiar historia.

Las risas enlatadas aparecieron por primera vez en los 40 en el programa de radio Bing is back, de Bing Crosby, que no se emitía en directo. Una vez, el cómico Bob Burns era el invitado en el teatro donde se grababa el show. Sus chistes subidísimos de tono eran imposibles de emitir en antena, pero el ingeniero de sonido recibió la instrucción de guardar igualmente el sonido de la audiencia por separado. Un par de semanas después, cuando el episodio no acabó de arrancar el entusiasmo del público, se añadieron aquellas risas recicladas. A partir de aquí, los editores entendieron que podían conseguir reacciones a medida: cortar las carcajadas que pisaban el chiste siguiente o añadirlas en los gags que habían dejado indiferente a la audiencia del teatro, sabiendo que los humanos somos más proclives a desinhibirnos y reír si alguien lo hace a nuestro alrededor.

'Bing is back', el programa radiofónico de Bing Cosby.

Es entonces cuando entra en escena un personaje fascinante, el ingeniero de sonido de la CBS Charley Douglass. Él inventa un trasto gordo como un archivador –estamos en los años 50– con 32 teclas. En cada tecla se pueden poner hasta diez risas individuales. En total, 320 posibles risas que se pueden tocar sinfónicamente si se pulsan unas cuántas teclas a la vez, segmentadas por sexo y tonalidad: la carcajada perfecta personalizada. Douglass es tan celoso de su invento que no permite que nadie lo vea. Quien paga la tarifa de 100 dólares que ha impuesto tiene que conformarse al verlo llegar a la sala de edición con el widget tapado con una manta y ordenando que todo el mundo se marche. Si la máquina se estropea, se va al lavabo y la arregla allá, cerrado bajo siete llaves. Durante una buena parte de los años sesenta, las risas de todas las comedias salen de aquel misterioso instrumento.

El monopolio lo rompe la productora Hanna-Barbera, creadora de Tom y Jerry, Los Picapiedra y Scooby-Doo. Consideran la tarifa de Douglass abusiva y deciden crear sus bandas sonoras de carcajadas. El sector sigue adoptando el recurso sonoro, pero sin la dependencia del ingeniero. Y parece que funciona: Bill Cosby hace un show entre 1969 y 1971 prescindiendo del público enlatado. Fracasa. Diez años después, vuelve con una fórmula muy similar, pero con el recurso de los ha-ha-ha añadidos. Lo peta. Y así, riéndonos de mentira, pasan cuatro décadas, hasta el cambio de siglo. Muchas de las comedias se graban con una sola cámara –por lo tanto, se repiten las escenas para filmarlas desde cada ángulo– y la carcajada enlatada permite homogeneizar las reacciones de un público que probablemente no debe de reír del mismo modo la cuarta vez que se le somete a la misma escena. En algunos casos están las risas genuinas del público que ha asistido a la grabación del capítulo, pero lo más habitual es manipularlas para que casen mejor con el ritmo que el guion necesita.

Una lenta decadencia

Que la práctica sea casi universal no quiere decir que no tenga detractores. El flemático actor David Niven la consideraba "la afrenta más grande que jamás se ha hecho a la inteligencia del público", por el hecho de indicarle en qué momentos se tenía que reír. Muchas voces lo consideraban un mal necesario, para ayudar al espectador a acostumbrarse a un nuevo medio, más frío que las representaciones teatrales. Pero, a medida que el televisor desplegaba su hegemonía, esta función quedaba obsoleta y algunos creadores empezaban a explorar la capacidad expresiva de los silencios. El humor cambia. El chiste directo cede parte del lugar al sobreentendido, a la rotura de la lógica que crea una cierta incomodidad. Y muchas sitcoms adoptan una estética de falso documental que convierte la risa enlatada en extemporánea. Es el caso de ficciones como Curb your enthusiasm, Parks and recreation, Arrested development y The office.

'Parks and recreation' adoptaba el tono de falso documental y prescindía de risas enlatadas.

De hecho, el declive de esta práctica ha provocado que algunas reposiciones de series se hayan emitido ya sin unas risas de fondos que pueden resultar irritantes para el espectador contemporáneo. Son ejemplos de ello Los Picapiedra, The Andy Griffith show y M*A*S*H*, que ya en el momento de estrenarse había luchado con la cadena para prescindir de las carcajadas en las escenas que involucraran operaciones médicas, puesto que esto hacía menguar la carga dramática que también querían aportar los creadores. De hecho, un motivo de la decadencia de las risas enlatadas tiene que ver con el hecho que muchas comedias ya se han injertado de drama.

Solo hay que ver cómo, en los premios televisivos, las categorías de comedia cada vez están más copadas por títulos que son híbridos. O que no se apoyan tanto en las réplicas graciosas o los gags visuales, sino en el desarrollo de los personajes. Esta eclosión de las dramedias –donde encajar carcajadas resultaría artificioso– favoreció que, en 2016, se viviera una circunstancia curiosa: ninguna de las siete nominadas al Emmy a mejor serie de comedia tenía risas enlatadas. Y, desde entonces, las excepciones son cada vez más escasas. Fin de ciclo. Al fin y al cabo, en una época de empoderamiento del espectador –suenan risas enlatadas irónicos en la sala– cuesta más justificar el señalarle cuándo tiene que reír.

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