Entrevista

Jair Domínguez: "Me molesta la falta de valentía de la Corporación, estamos en un marco mental muy español"

Escritor, humorista

08/06/2025
12 min

BarcelonaSus padres no querían nombres ordinarios para los hijos, así que a él le tocó Jair, quien sabe si inspirados por el Jairzinho, el extremo derecho de la selección brasileña en los años 60 y 70. Estos días es noticia porque el programa El bunker, que copresenta con Peyu y Neus Rossell, llega al final pese a las buenas audiencias. Pero Jair Domínguez confiesa que se cansa enseguida de algunas cosas. Hablamos con él de cansancios, causas judiciales, su último libro y los poderes sobrenaturales que tenía su hijo pequeño.

Eres un habitual de los juzgados. ¿Cómo lo llevas?

— Da muchísima pereza y, por tanto, me alegro de frecuentarlos poco, últimamente. Tengo un juicio al que sí tendré que ir, el 14 de abril del próximo año, que es la última causa abierta que tengo.

Es la de Vox: te piden dos años de cárcel para decir que el fascismo se combate con puñetazos. ¿En qué basarás tu defensa?

— Mi querido abogado, Jaume, dice que es cuestión de reducirlo todo al máximo ridículo. Dice que quizás tenemos que acabar yendo al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, porque ellos tienen una maquinaria que nunca termina y el objetivo es que tanto mi abogado como yo perdamos tiempo, dinero y esfuerzos en estas tonterías. Lo que buscan es el desgaste, tenerte controlado y asustado.

Quizás la procesión va por dentro, pero no proyectos estar asustado.

— No, no, a mí ya no me asusta. Me dan miedo muchas cosas, pero ésta no. Es, simplemente, hacerte perder el tiempo de forma bárbara y hacerte bajar a Barcelona oa Madrid. Tanto mi abogado como yo lo tomamos con filosofía y con ganas de reír, pero al final resulta absolutamente demencial. Ir al juzgado es como hacer turismo en el extranjero, porque siempre te hablan en castellano, y es esa cosa algo ronca. Tienes que decir siempre lo mismo al juez: que yo no tenía intención de incitar a la violencia, que eso les pone muy nerviosos, y que todo era animus yocandi. Con elanimus yocandi te salvas absolutamente de todo en ese país. Salvo cuando gobierne Vox, que entonces todo lo que podremos hacer será preguntar si podemos elegir cuneta.

Va una letra de canción: "Señoría, condene a este niño / que no ve que sólo nos quiere mal / condene ya o se arrepentirá". ¿Recuerdas cómo acaba? Lo cantabas hace mil años con tu grupo Caridad Humana.

— ¡Ostras, pues no me acuerdo!

"Este loco es un peligro nacional". Lo cantabas mucho antes de tener todos estos problemas.

— Ya había tenido alguno, pero es verdad que me interesaba todo el tema de la Fiscalía y cómo actuaba, así, un poco al tonto, según me ha dado siempre la sensación.

Hay un antes y un después en tu proyección pública a raíz del programa Bestiario ilustrado, cuando disparaste con una escopeta de juguete contra retratos del rey Juan Carlos, Fèlix Millet y Salvador Sostres. Esto te llevó directo a la portada deEl Mundo. ¿Cómo recuerdas ese episodio?

— A mí no me afectó laboral ni familiarmente, que son los pilares de la vida de cualquier persona. Pero sí afectó a compañeros como Bibiana Ballbè y Mai Balaguer, que eran las encargadas del programa, porque se le cargaron de repente. Hombre, mi padre se dio un susto de Dios cuando vio que salía a la portada deEl Mundo, y no precisamente por haber ganado el Nobel de literatura. Aquel jaleo me abrió bastante los ojos.

¿En qué sentido?

— Me sentí muy abandonado por parte de la institución catalana, si tal cosa existe. De repente vi cómo nuestros políticos jodían una bajada de pantalones impresionante ante las presiones de España. No es que no lo supiera, no soy idiota, pero ver cómo de repente salen a pedir tu cabeza... Piensas "hagamos mucha pena".

¿Puede esa arrugada ser vista hoy como premonitoria de lo que pasaría con el Proceso?

— Sí, sí, totalmente. Es una manera de ser catalana, institucional, que es así y sigue siendo así: el bajón de pantalones, el estar muy asustado ante lo que pueda decir España. No sabemos plantar cara. No sabemos ser fuertes, ni tenemos la intención de serlo, algo que me parece bastante ridículo.

Si se volviera a hacer el Bestiario ilustrado, te invitaran de nuevo y te plantaran de nuevo una escopeta de juguete... ¿Quién pondrías a la diana, trece años después?

— Cogí a gente que consideraba que habían exprimido el país y que le habían hecho ir por lugares que a mí no me gustaban nada. ¿Quién jodaría hoy? El rey actual, por ejemplo. Éste siempre, de serie. Entonces, ¿quiénes son los herederos de Millet? Es muy complicado decir. Pero jodaría a Abascal, seguro. Y de catalán, Ramon Espadaler, porque simboliza todo lo que detesto de Catalunya.

Volviendo a la querella de Vox, hablabas de dar puñetazos en la boca. ¿Ese mensaje no era un llamamiento a la violencia?

— Directamente no, que es lo que tendré que decirle al juez. Pero la violencia es una herramienta que tenemos a los seres humanos desde que somos humanos. Y, ostras, contra una parte de la extrema derecha que utiliza la fuerza hacia nosotros, qué tontería sería no poder volver con la misma fuerza. ¿Por qué debemos ser distintos? ¿Por qué debemos ser buenos y poner la otra mejilla? Si hay que echar piedras es porque no nos han dejado otra opción, y hay un momento en que la gente expresa la impotencia como buenamente puede. Si no podemos decir que hay que luchar contra el nazismo a puñetazos, si es necesario, es que estamos muy atrapados.

El bunker de Catalunya Ràdio acaba este junio, y dicen que es un final algo amargo. Que tú y Peyu se han dejado de entender.

— Ah, no, no es verdad. Nos entendemos tan bien que ya nos hemos dicho todo. Y esa sensación ya la tuvimos cuando terminamos Bricoheroas. Todas las anécdotas que tenemos nos las hemos contado y repetido mil veces. Me encanta la idea de dejarlo antes de que nadie diga que es un formato caducado. Yo me canso muy deprisa de algunas cosas y siento que El bunker lo dejamos en un momento fantástico.

Jair Domínguez

Te quejaste del cambio de hora, de las noches al mediodía.

— Hay muchas cosas que no han acompañado, sí. Me discutí con el director de la casa por el cambio de hora, y le dije que no tenía sentido, y que yo no quería hacerlo porque estaba convencido de que esto comportaría autocensura, que devolverían las preguntas parlamentarias diciendo que por qué decimos "puta a España" a la una del mediodía. Y no tengo ganas de pasar por ahí. Ya me cuesta hacer otras cosas en la Corpo, precisamente por eso. El bunker nació para ser nocturno y, bueno, no es un programa que despierte demasiadas simpatías entre ciertos sectores. No quiero estar en un sitio en el que no se me da un apoyo al cien por cien como tocaría, teniendo en cuenta que tiene buena audiencia y ha recogido premios.

¿Tienes algún proyecto radiofónico en marcha?

— No, tengo ganas de descansar de la radio. Para mí la radio era hacer El bunker y, si no, no hubiera hecho más. Me lo he pasado soberbio y precisamente por eso no quiero sustituirle por nada. Nos irá muy bien que cada uno haga su camino. Peyu y yo no tenemos nada pendiente a medias y los dos tenemos talante diferentes. Yo voy más por mi cuenta y él tiene una productora que debe mantener y debe seguir creando.

El bunker es, además, el lugar donde conociste a tu actual pareja, Neus Rossell. ¿Quién hizo su primera aproximación?

— ¡No lo recuerdo!

Hmmm... ¿Quién diría que hizo la primera aproximación? Porque, si dudas, probablemente fue Nieves.

— Nos conocimos mucho porque en El bunker charlábamos siempre sobre nosotros. Empezamos siendo amigos íntimos que nos sabíamos toda la vida el uno del otro. Y esto ocurre rara vez, porque normalmente sientes una atracción física o intelectual, pero en este caso nosotros empezamos siendo amigos.

En las redes sociales os hemos visto mucho compartir momentos juntos, pero tú también eres padre, de una relación anterior, y esta parte no la compartes en absoluto.

— Sí, tengo dos hijos: uno de 12 y uno de 15. Soy bastante discreto, en ese aspecto de la vida personal.

Tengo curiosidad por saber cómo te ves, como padre.

— ¡Hago lo que puedo! Intento hablar mucho con ellos, porque soy bastante bueno con la dialéctica y, sobre todo, porque joden metro ochenta y cinco y, por tanto, podrían destrozarme en cualquier momento. Ellos todavía no saben que pueden matarme, y por eso intento mantenerme en forma. Pero a medida que ir charlando he conseguido que me cuenten sus cosas y quieran hablar conmigo, y eso me gusta mucho. Y nada, hago las cosas típicas que hacen todos los padres: no te drogues, no fumes, no hagas balcón...

Has explicado que dejaste el alcohol y otras substancias. No sé si era para poder aleccionar a los niños con un mínimo de autoridad...

— Hace un año y ocho meses que lo dejé, y recuerdo que ellos eran chavales que sabían que bebía. Llegaba a casa y me decían "¿No quieres una cerveza?" Y esa frase era demoledora y terrible. Ahora no hay alcohol en casa. Bebemos agua y todo muy bien. ¿Sabes lo que pasa? Que por culpa de TikTok y de Instagram y todo esto hay un culto exagerado en el cuerpo y, entonces, la vida sana para ellos es como un tótem.

¿Dejar el alcohol y las drogas ha afectado a tu creatividad?

— Sí, porque ahora estoy mucho mejor.

Por tanto, desmontas también el mito de la genialidad del artista torturado.

— Yo he escrito bajo el efecto de muchas cosas en las tantas de la madrugada y no era tan bueno como lo que hago ahora, que escribo de mañana y sereno, después de haber desayunado. Leo cosas que había escrito entonces y pienso "¿Pero cómo ibas hacia aquí?"

En la solapa del libro dice: "Se ha ganado la vida escribiendo para el cine, la radio y la televisión y haciendo cosas de las que no está tan orgulloso". ¿Cuáles?

— Todos hemos tenido trabajos escalofriantes. Yo venía enanos de jardín a Empuriabrava o me disfrazaba de mascota de un parque acuático, pero acabé peleándome con unos niños. También hacía vídeos de bodas, que estaban muy bien pagadas, porque era todo en negro. Y cuando no estaba haciendo de pato en el parque acuático ponía flyers en los parabrisas de los coches. Era horrible, con ese calor infernal, pero me hizo pensar "Ostras, tienes que hacer algo que no sea eso. A ver si puedes escribir delante de un ordenador con el aire acondicionado puesto". Y mira, al final lo he logrado.

Pero supongo que los libros suponen un porcentaje ínfimo de tus ingresos totales.

— Sí, es anecdótico. Yo trabajo en trabajos bien pagados en la tele y en la radio. Vivir de escribir en catalán es imposible: pueden hacerlo dos o tres personas, y felicidades para ellas. Para mí, ser escritor es una forma de ser y de vivir. He escrito toda la vida y seguiré haciéndolo toda la vida.

Bru, el protagonista de tu último libro, Los cipreses, ve el futuro, pero esto acaba siendo su condena. ¿Hasta qué punto te proyectas en este personaje?

— Bru y yo no tenemos prácticamente nada que ver, pero quizás sí que ambos miramos con cierta distancia las desgracias del mundo. Él ve que habrá un tsunami y no le da ninguna importancia, mientras el resto del mundo lo ve como algo horripilante. La vida y la muerte son cosas que me preocupan relativamente. De hecho, Bru tiene más que ver con mi hijo pequeño, porque tiene poderes para ver el futuro, que es algo que me gusta mucho. Y tiene poderes para ver el presente. Mi hijo pequeño, de muy pequeño, estaba bastante conectado con todo esto y podía ver el futuro, como otros muchos niños, por otra parte. Tenía amigos imaginarios y decía cosas como "este niño se hará daño" o "mamá caerá por la escalera" y eran cosas que pasaban.

Creo que me dices todo esto con mucha normalidad.

— Nació con una cardiopatía, y tuvieron que operar nada más recién nacido de un problema de corazón muy complicado, así que supongo que en algún momento estuvo en el túnel y vio la luz. Estuvo en contacto con alguien y de pequeño siempre ha estado extremadamente conectado con toda esta esfera. A mí me asustaban bastante, las cosas que predecía, hasta que aprendí a vivirlas con normalidad. Con el tiempo lo ha perdido, algo que, por otra parte, me tranquiliza mucho. Los niños pequeños son mágicos, y yo quería un niño de esos mágicos como protagonista del libro. En el primer tramo del libro el protagonista es un niño muy guapo, encantador, y cuando se hace adulto es un auténtico desastre como persona, y entonces sí que me identificaría un poco más.

Jair Domínguez

¿Tienes creencias religiosas?

— Tengo creencias. Es decir, creo en un dios todo poderoso, pero que no tiene forma de señor con túnica y barba blanca, sino que es una fuerza creadora muy potente, capaz de crear universos y vida, y también de cargárselo todo, lo que me proporciona una sensación de bienestar. Me interesa mucho el budismo, me interesa la reencarnación... Me interesan todas las religiones y lo que proponen. No soy religioso, porque nunca voy a misa y ni siquiera estoy bautizado, pero soy muy partidario de que se estudien las religiones en la escuela. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo que está controlado por las religiones, las guerras vienen de las religiones, y el que más audiencia ha tenido en el último año ha sido la fumata blanca del nuevo papa. Lleva 2.000 años existiendo y no ha perdido espectadores, no ha perdido share!

¿El día siguiente de la muerte, pues...?

— Con un poco de suerte, nos reencarnaremos en otras cosas, porque creo absurdo que todo el aprendizaje del planeta y todo lo que estamos haciendo no tenga un eco más allá. La gente que no cree en nada, que piensa que nacemos y morimos y después hay una oscuridad infinita... Esto me genera mucha angustia, y no quiero vivir con esa angustia.

¿Qué huella querrías dejar?

— Supongo que los libros. Lo considero algo muy sólido, un ítem muy potente. Dejar un libro es mucho más que dejar un programa. Haciendo radio siempre he tenido la sensación de que, cuando termina, todo es aire que se pierde. Quizás ahora con el podcast ha cambiado un poco, pero recuerdo salir de hacer La segunda hora a RAC1 y pensar "Sí, me lo he pasado muy bien, pero ¿qué va a quedar?" Escribir tiene algo muy potente, como si estuvieras grabando algo en piedra.

Y cuando alguien del futuro examine tus piedras, ¿qué te gustaría que dijeran de ti?

— Ah, de mí me es absolutamente indiferente, pero sí que me gustaría que leyeran algo, o sentir algo que he hecho, y que eso les hiciera bien: haberlos hecho reír, pasárselo bien o, sencillamente, pensar. Normalmente, las cosas que te dicen los lectores son las mejores del mundo, porque son pajas mentales espectaculares, mucho mejores de lo que tú habías escrito.

Tu libro anterior, Allegro con fuoco, parecía una venganza contra el mundo del audiovisual. ¿Qué le reprochas?

— No quiero vengarme de nada, menos aún de lo que me ha dado de comer y me ha permitido pagar la hipoteca en los últimos años, pero me molestan tantas cosas de la...

¿Cómo ahora?

— Me molesta la falta de valentía por apostar por nuevos talentos, o que haya tanto miedo a no querer hacer cosas para el país. Estamos en un marco mental muy español. Esto afecta no sólo a la Corporación, sino a todo el país: hacemos las cosas pensando en si gustarán en España.

¿Es una cuestión de dinero?

— Es una cuestión de carencia de ganas y de valentía, sobre todo. No hay nadie ahora mismo ahí dentro que quiera tomar decisiones valientes. Las toman con miedo, nadie quiere ser responsable de una cagada o ser responsable de haber dado voz a algún alocado.

A ver si ahora ese discurso te dejará sin el programa en televisión que te aporta el grueso de los ingresos.

— A ver, puede ocurrir en cualquier momento. Trabajo en un lugar donde somos conscientes de que un cambio político puede comportar tener que irse. No puedo decir que me sienta controlado, porque digo más o menos lo que me da la gana, tanto en Catalunya Ràdio como en TV3, sin censuras. Pero no me gusta tener que soportar cuando te dicen cosas como "esto lo pagamos entre todos, ¿por qué ficha este desgraciado?" Hay días que soy cupero, a veces soy de Junts, a veces independentista, a veces demasiado español... O a veces soy sionista y otras veces demasiado propalestino... Bueno, la gente dice lo que quiere.

A Albert Om, cuando te entrevistó, le dijiste que habías votado a todos los partidos independentistas.

— Sí, sí, todos los he votado, efectivamente. No me queda ninguna.

¿Esto incluye Aliança Catalana?

— Aún no he tenido la posibilidad de votarlos, ¡creo! ¡Ah, no! En las últimas elecciones sí podría haberles votado. Pero no los he votado, no: están muy lejos del concepto que tengo y de lo que me interesa para el país. Demasiado lejos.

Antes de terminar: entre los tatuajes visibles hay un as de picas. ¿Por qué?

— Me gusta mucho el as de picas, porque representa muchas cosas: la suerte, la muerte... Y representa una canción que me gusta mucho de Motörhead. Bien, y me gusta el póquer! Soy bastante malo jugando, pero había sido bastante bueno, ahora no recuerdo demasiado cómo se juega... Y en el otro brazo dice Sic itur ad astra, que significa "Este es el camino a las estrellas". Es una frase delEneida. No es de mis libros preferidos, porque es bastante denso, pero nos lo hacían estudiar en el instituto y lo recuerdo con mucho cariño.

¿Te gustaría llegar a las estrellas, entonces?

— Sí, todos llegaremos.

Algunos pueden hacerlo en vida. Si tuvieras dinero infinito, ¿pagarías por un viaje espacial de los que ofrece Jeff Bezos?

— No, en modo alguno. Me gusta vivir aquí, en la troposfera. No quiero ir demasiado arriba, me dan miedo las alturas. Pero intento sacarme ese miedo escalando y yendo arriba a las montañas. Me da un pánico horrible. Nada de cohetes y nada de eso: si tuviera mucho dinero lo invertiría en comprar obras de arte, mejor que estén en casa que en el museo.

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