Las redes no deberían ser el tonto útil del terrorismo

BarcelonaPropongo, de cara a este artículo, considerar el término terrorismo sólo desde su literalidad. Es decir, como en el ejercicio de violencia que –a falta de armamento pesado– se apoya en su capacidad de crear espanto, a menudo con actos atroces e indiscriminados que sufre la población civil. Aparcamos el debate de legitimidades, porque de lo que se trata es de fijarnos si las redes están actuando con sentido social. Y no lo parece. Los medios aplican (o solían aplicar) un principio de responsabilidad: mostraban la crudeza de la guerra con imágenes escogidas –pocos primeros planos, evitar la truculencia– porque una parte del público rechaza las estampas más gráficas, pero también porque uno no puede reproducir ciertas fotografías sin tener la sensación persistente de que uno es instrumentalizado y acaba siendo agente de amplificación del terror.

Hamás recurre a esa capacidad de choque. Un vídeo de un miliciano disparando contra un coche lleno de civiles israelíes se ha visto ya más de un millón de golpes en X, por citar uno de muchos ejemplos posibles. En medio de la guerra de propaganda, tanto a unos como a otros les interesa difundir al máximo estas imágenes, aunque sea con fines opuestos. Un reportaje del New York Times cita una fuente de Hamás oficial que habría confirmado la utilización del antiguo Twitter y también de Telegram para difundir imágenes extremas. Desde que Elon Musk ha abdicado dotar a su red de los recursos necesarios para poder efectuar una moderación de contenido, los vídeos sangrientos se han disparado (y los interlocutores para poder tratar estos asuntos han desaparecido). La guerra debe mostrarse, pero esto puede hacerse sin sucumbir al espectáculo macabro de la violencia. Y no nos engañemos: X no defiende la libertad de expresión con la distribución no filtrada de estas imágenes. Sólo quiere el clic.