En la plataforma HBO hay un documental cuya grabación forma parte de una terapia de recuperación y crecimiento personal. Es conmovedor y a la vez incómodo, porque muchas de las situaciones que ocurren frente a la cámara están incentivadas desde la necesidad de descubrir y entender el pasado pero también están envueltas del dolor para aceptarlo. Se trata de Una gran foto, una vida preciosa. La directora e inductora de la iniciativa es Amanda Mustard, una fotógrafa de renombre que deja Nueva York para regresar a su pueblo natal de Pensilvania. La muerte de la abuela parece el detonante de ese cambio. Amanda vuelve decidida a esclarecer los traumas y los secretos que han convertido a su familia en profundamente disfuncional. Por eso, cambia la cámara de fotografiar por una de filmar y comienza un proceso emocional catártico. El documental arranca con Amanda y su madre visitando al abuelo de la familia en una residencia de Florida. Parece un hombre cariñoso y atento. Amanda es quien lo graba todo hasta que, después de comer, pide hacerle una pregunta y desenmascara a aquel hombre aparentemente entrañable: “Del asunto del que se te acusó, ¿eres consciente de que tenías este problema y cómo te hacía sentir?”. Su abuelo materno, con cierta naturalidad, responde: “Había veces, no sé si es la realidad, que parecía que las niñas se me tiraban encima. Quizá suena absurdo. Pero querían aprender y querían experimentar. Y para mí era una gran tentación. Una tentación en la que caí”. Y sigue explicando cómo mantuvo lo que él llama “una relación sexual” durante dos años con una niña que tenía nueve. A partir de ahí el espectador descubre cómo el abuelo siempre ha sido un pederasta y un predador sexual. De hecho, abusó también de la madre de Amanda, su hija, y después de sus nietas, Amanda y su hermana. Pero también de otras niñas que iban a tratarse a su centro de fisioterapia. Amanda recuperará las antiguas filmaciones de su abuelo, donde incluso hay secuencias donde se evidencia un voyeurismo sórdido y viscoso que busca a las niñas y acercarse a ellas. La fotógrafa también localizará a las mujeres que, cuando eran niñas, fueron víctimas de los abusos de su abuelo, para compartir con ellas el dolor, confirmarles el daño que hizo su abuelo a tantas otras chicas y explicar el trabajo de reconocimiento de la maldad de ese hombre. La cámara presenciará el proceso de degradación del abuelo y, a su vez, delatará su conducta perversa. Pero la experiencia supondrá también tensar las relaciones familiares. Amanda y su hermana reprocharán a su madre por qué durante su infancia las expuso a un violador si ella ya había sufrido lo mismo. También necesitarán entender la connivencia de la abuela. El documental nos hará adentrarnos en el contexto de manipulación provocado por un pederasta que arrastró a toda su familia a un trauma, en una red de complicidades incomprensible y tóxica. Una gran foto, una vida preciosa es una historia que intenta reparar el dolor de las víctimas, dinamitar el poder de un predador sexual e incluso dejar constancia de cierta venganza cruel.