Crítica de serie

Sofía Vergara y la fascinación que no merma por los narcos

La actriz colombiana triunfa en Netflix como madrina del tráfico de coca en los años setenta y ochenta

3 min
Sofía Vergada en una imagen de la serie 'Griselda'.
  • Doug Miro, Eric Newman, Carlo Bernard, Ingrid Escajeda para Netflix
  • En emisión en VOSC en Netflix

Ha costado que alguien confiara en Sofía Vergara para encarnar un papel protagonista en las antípodas de la Gloria de Moderno family. Griselda es un vestido hecho a medida, una miniserie en torno a la traficante de droga Griselda Blanco en la que la actriz colombiana demuestra su versatilidad interpretativa, alejándose del arquetipo de latina atractiva y con carácter que le ha hecho famosa a dentro y fuera de la pantalla con el papel de una poderosa criminal que controló el tráfico de cocaína de Colombia en Miami desde finales de los años setenta hasta su encarcelamiento en 1985.

Griselda, la serie, se añade a lo largo listado de ficciones fascinadas por la figura de un gángster o narcotraficante, personajes que los creadores representan entre una mezcla de admiración por el poder que amasan y la supuesta condena a sus actividades. Aquí tampoco se hace ningún esfuerzo por escapar de esta ambigüedad tan calculada como cobarde y simplemente se repiten los arcos narrativos de otras producciones tipo Narcos pero con una protagonista mujer. La perspectiva femenina como novedad está bastante bien introducida en los distintos niveles de la trama. La encontramos en pequeños pero significativos detalles (protegerse una herida con una compresa menstrual), en anécdotas más curiosas (conjudicarse con las colegas que hacen de prostitutas y colar en el avión paquetes de droga escondidos como si fueran el relleno del sujetador) o cuestiones más estructurales como cómo afecta la maternidad al liderazgo de una banda criminal.

Afortunadamente, los creadores no pretenden justificar a Griselda por el hecho de que fuera víctima de abusos sexuales y violencia machista desde muy joven. Y marcan bien ese momento en el que la protagonista pasa de utilizar la violencia como mecanismo de defensa fruto de la desesperación a emplearla fríamente como una manera de expandir su negocio. La protagonista tampoco se muestra más justa con el único marido que la trata bien, Darío (Alberto Guerra), padre de su hijo Michael Corleone (sí, le bautizan con ese nombre). Darío es uno de los dos personajes masculinos potentes en la serie. El otro, el sicario Rivi (Martín Rodríguez), se encarga de introducir una bienvenida dosis de perturbación cada vez que aparece en pantalla. La derrota final de Griselda también se plantea dentro de la esfera de la maternidad y no por otras cuestiones como que la acabe atrapando la policía. Sin embargo, ni siquiera entonces la serie prescinde de ese aura trágica con la que estas ficciones se empeñan en rodear estas figuras.

El imaginario de Brian De Palma

Está claro que estamos ante una serie al servicio del lucimiento de Sofía Vergara. No hay problema. Pero a veces se echa de menos que se profundice en aspectos interesantes de la historia que quedan desdibujados. Como el contexto histórico que convierte a Miami en el destino de miles de emigrantes cubanos a principios de los años ochenta (los marielitos), la carne de cañón que alimenta la red de narcotráfico de la Griselda. Un imaginario que Brian De Palma plasmó espléndidamente en Scarface (1982), un filme en el que es inevitable pensar más de una vez viendo la serie, sobre todo en el episodio en el que se muestra a través de una fiesta cada vez más catastrófica como el consumo de cocaína que ha hecho riquísima a Griselda también se está convirtiendo en el vehículo de su destrucción. En el ámbito argumental, el episodio sigue de forma impecable la progresiva tendencia a la paranoia violenta de la protagonista. Pero se echa de menos que la actriz o el director no temen poner en escena esta caída en el delirio cocainómano desde la misma apuesta por el exceso disparatado que abrazaba a Al Pacino a manos de De Palma en Scarface. Aquí sí que nos habría convencido del todo a la Vergara.

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