

La revuelta está más valorado por la rivalidad con El hormiguero que por el contenido de la propia emisión. La bromita de los colegas enrollados es, muy habitualmente, el escaparate del vacío absoluto, especialmente cuando se trata de reírse las gracietas entre ellos.
Un ejemplo patético lo encontramos en la última emisión de la semana. El programa lleva días incorporando el sorteo oficial de la lotería por la emoción de repartir suerte. El jueves, sin embargo, como el espacio se emitía más tarde por el partido de fútbol y ya se había celebrado el sorteo, modificaron el planteamiento. El codirector Jorge Ponce anunció que esta vez sortearían entre el equipo de La revuelta un bofetón. "Una hostia", para ser literales. No una bofetada cualquiera, sino un buen bofetón proporcionado por un operador de cámara muy musculado. Conectaron en directo con la presentadora habitual de la lotería para que anunciara el ganador. La gracia del sketch radicaba, supuestamente, en que la bofetada la acabaría recibiendo el propio Jorge Ponce, que había tenido la idea de aquel despropósito. Una vez asignado el premio, el tal Armando, de bíceps voluminosos y brazos fuertes y tatuados, saltó al escenario a perseguir al compañero del programa: "¡Ven aquí, blandito! ¿Ahora qué?", lo iba amenazando mientras el otro corría por un escenario lleno de trastos."¡Vamos a jugar! ¿No querías jugar?" El público, como si estuviera en un circo romano, lo iba animando: "¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh!" Luego los cánticos eran más precisos: "¡Hos-tia! ¡Hos-tia! ¡Hos-tia! ¡Hos-tia!" Una vez lo hubo atrapado, el cámara, prepotente y orgulloso, lo sujetaba por un brazo y con el otro le iba tocando el lado del cuello para que se fuera preparando: "¡Si eres muy espabilao! ¡Eres muy espabilao... y al final te he pillao...! ¡Eres muy blandito, eh...! Si estás temblando, estás temblando..." El público, alterado, continuaba ovacionando al ejecutor del tortazo pidiendo contundencia: "¡Que suene! ¡Que suene! ¡Que suene!" Y después coreaban su nombre: "¡Armando! ¡Armando! ¡Armando!" Y Armando continuaba con su chulería: "¡Al final has pillao! ¡Querías concursito, eh...!" Finalmente le dio un buen bofetón al lado del cuello.
La escena fue lamentable. Obviamente, todo estaba preparado. Pero es indigno de la televisión pública. Verlos actuando como adolescentes alocados en una escena propia del bullying más casposo de la vieja escuela es patético e injustificable. Convertir un acto de violencia gratuita entre machos en un espectáculo de diversión es degradante. La revuelta da muchas alegrías a TVE con las cifras de audiencia. Pero no por eso es un contenido televisivo a la altura de un servicio público. Si fuera Pablo Motos quien hubiera organizado ese show torpe e infame, que chorreaba testosterona por todos lados, la audiencia lo habría reprobado. Cuidado con reír las gracias en función de la cadena y caer en un progresismo acrítico, porque se acaban aplaudiendo los valores más retrógrados.