Desde que Ana Rosa Quintana aterrizó por las tardes de Telecinco, el presentador Xavier Sardà le ha hecho de tertuliano semanal, ayudándola a remontar un programa chabacano que utiliza los temas más tronados, morbosos y sórdidos para llamar la atención. Quintana, que esta semana ya ha cogido vacaciones, ha resistido la temporada derrapando en muchas ocasiones, poco ágil, muy espesa a la hora de gestionar las polémicas, planteando temas tópicos y absolutamente caducos y envuelta en una bandera política que le ha llevado a avisperos ideológicos lamentables.
La función de Xavier Sardà en TardeAR es de dinamizador y polemista, intentando compensar las carencias de la presentadora. Pero el resultado es aún más deprimente, porque uno por otro se han abocado al despropósito. El presentador está haciendo de títere de la televisión más vulgar, ridícula y mediocre con la actitud de aquel a quien le resbala absolutamente todo. Sardà mete cucharada en “El verano dispara las separaciones”, “Infielas reincidentes”, “Cómo afecta el calor al cerebro”, “Hijos de papá”, o, en el colmo de la grasofobia, “¿Es necesario estar delgado para triunfar?”. Sardà, semana tras semana, ha hecho malabares junto a Ana Rosa Quintana. El programa intenta reproducir el clima de las tablas de debate del Crónicas marcianas, haciéndolo coincidir con Boris Izaguirre. Sardà se levanta de la silla, grita, hace aspavientos, mueve los brazos y se comporta de forma abrandada y fanfarronada para dar ritmo y crear ambiente. El problema es que la televisión –y los espectadores– han evolucionado y todo ello ha perdido la sensación de espontaneidad por convertirse en un circo prefabricado en el que la audiencia ya detecta todos los mecanismos. Es un show artificial. Sardà, foteta y obediente, consciente de cuál es su papel, le quita el sombrero de cocinera a una pobre mujer que ha ido a preparar un guiso al programa y entre todos se ríen sacándola de quicio.
Ya se entiende que el aparato mediático engancha, y que la adrenalina televisiva es adictiva. Xavier Sardà parece dispuesto a darlo todo por la causa telecinquera a riesgo de acabar con el síndrome de Joe Biden. Sardà ha tenido la suerte de que parte de la profesión más jabonadora ha camuflado el Crónicas marcianas de televisión de culto y no televisión basura. En elAbrimos hilo de La1 acabó haciendo de cuñado sesudo intentando instigar la discusión. Y ahora hace de comparsa en tertulias desgarbadas. No es un problema de edad sino de la convicción de sentirse imprescindible, es la estrella que se resiste a dejar de serlo, es el líder inconsciente de la necesidad de evolucionar, es el showman ajeno a los cambios, insistente en aplicar la misma fórmula de hace veinticinco años. Es el presentador que no sabe renunciar a ser su centro de atención. Arriesgándose a convertirse en el señor Casamajor, Sardà debería ver que ha tenido tanta suerte profesional en su vida que saber irse a tiempo y hacerlo con dignidad es también parte del triunfo profesional.