El sutil arte de subyugar al invitado
Miércoles, en Todo se mentira de Cuatro, la presentadora Marta Flich entrevistó a un palestino que había perdido parte de su familia en los ataques contra Gaza. Conectaba con él en directo a través de una videollamada. Era Sami Ashour, presidente de la asociación galaico-árabe Jenin. Quería conocer la situación de sus familiares y la angustia que estaban ocurriendo. Ashour, en su discurso, subrayó la importancia de humanizar a los palestinos. Esto suscitó las sospechas de la presentadora y le hizo una pregunta directa: “¿Pero tú condenas los ataques terroristas de Hamás?”, y ante los argumentos que daba el invitado intentando explicar el sesgo del uso de esta palabra, la presentadora le repitió la pregunta, le interrumpió secamente, alertó de que no quería confundir a la audiencia con ese discurso y con cierta agresividad le aleccionó sobre quien era Hamás antes de dar por terminada la conversación.
Esta semana, en Talk TV, Piers Morgan, el periodista británico que hace un mes entrevistó a Rubiales, conectaba en directo a través de videollamada con el humorista egipcio Bassem Youssef. Cuando Youssef se mostró crítico con el contexto político que rodeaba esa guerra, Morgan le rebatió e interrumpió en varias ocasiones. Youssef, plenamente consciente de la audacia de Morgan como interlocutor, hizo sarcasmo con la imagen que se estaba dando del pueblo palestino y sus inherentes ganas de matar. Youssef recurrió a argumentos históricos y puso ejemplos sobre cómo se trata informativamente a Israel y cómo se trata al pueblo palestino. El humorista también cargó contra Morgan por interrumpirle constantemente, conectar a través de un sistema que le situaba en inferioridad de condiciones comunicativas, tergiversar sus declaraciones e incluso replicarle sus opiniones cuando, al al fin y al cabo, era una entrevista.
Hay un patrón en algunas entrevistas a palestinos y familiares de ciudadanos de Gaza que resulta inquietante. Por un lado, son invitados que aparecen enmarcados en un recuadro, a menudo a través de conexiones precarias, que los convierte en personas virtuales y sin contexto, con las dificultades añadidas que supone para un diálogo equilibrado. Se sitúan visualmente en una especie de limbo digital como si no tuvieran derecho a presencia física. Muy alegórico. En las entrevistas, se les consulta en tanto que víctimas o familiares para que expliquen las miserias, pero no se les tiene en cuenta como personas con opinión y convicciones ideológicas sobre lo que está ocurriendo en Gaza. Y, de hacerlo, son interrumpidos, amonestados, aleccionados o cortados en directo. Se les acepta como víctimas o portavoces del dolor pero no como interlocutores válidos ante algo político. Además, en algunos casos, como en Cuatro, se les utiliza de señuelo para dar paso a la publicidad, aprovechando su desgracia como reclamo. Hay veces que en la insistencia para que un interlocutor condene unos hechos oa privarle del derecho a argumentar, más que quererle entrevistar hay ganas de subyugarle al rol que más conviene.