Hace casi veinticinco años que se estrenó Gran Hermano por primera vez en España. Entonces había sólo veintinueve cámaras observando a unos concursantes que entraron en aquella casa sin imaginarse la repercusión ni las consecuencias que tendría ese espectáculo. Mercedes Milá, la primera presentadora, hablaba de un gran experimento sociológico que marcaría un antes y un después en la historia de la televisión. “¡La vida en directo!”, iba repitiendo. Fue el año en que Jorge Berrocal exclamó desesperado “¡Quién me pon la cama encima para que no levante cabeza?” cuando su amada María José Galera fue expulsada del concurso. Y este jueves era precisamente la hija de esta concursante quien entraba en la casa. Como si de un legado familiar se tratara, ya es la descendencia de la primera edición de inquilinos la que ahora se convierte en protagonista. Pero esto también significa que hay varias generaciones de espectadores que han crecido con Gran Hermano y con los códigos del reality en su ADN, que ha servido de espejo y opción vital: la fama de los vagos, el oficio de ser famoso como aspiración personal.
Jorge Javier Vázquez arrancaba el programa sentado en el sillón dentro de la caja de un camión enorme. El trailer ha rodeado toda la geografía española para realizar el casting a decenas de miles de personas. Una alegoría muy significativa: los concursantes tratados como simple mercancía de transporte. El nuevo Gran Hermano prometía una vuelta al espíritu de los orígenes, pero era una farsa para apelar a la nostalgia y tapar su episodio más oscuro. El reality llevaba seis años sin emitirse tras la condena a un concursante por haber violado a una compañera del programa en directo ante las cámaras. Un escándalo que señaló también como responsable a la productora del programa por haber intentado manipular a la víctima para encubrir los hechos. En el arranque de esta nueva temporada, Gran Hermano tiene el cinismo de un espacio veterano que cada vez ha sido más mezquino en las dinámicas. Enfrentó a dos candidatas aprovechando la relación de ambas con el mismo hombre, creando patrones de estigma desde una perspectiva conservadora. Entre el elenco de escogidos se encuentra un militar de las fuerzas especiales y dos policías nacionales. Y, por variar, un grupo de personajes grotescos que, en algunos casos, pone en duda la ética de los criterios psicológicos de selección.
Ahora, Gran Hermano cuenta con 70 cámaras, más de doscientos micrófonos y 220 focos robotizados. Pero más que la tecnología, ha evolucionado la manera de manipular a los protagonistas y los conflictos. Veinticinco años después de la primera emisión, los concursantes llegan adiestrados de casa para jugar en un espectáculo execrable porque lo han mamado de pequeños. Braman emocionados cuando hablan con el Súper porque sienten que están en la cúspide de su sueño. La tele como salvadora y constructora de una nueva vida con mayores oportunidades. Cuando, en realidad, están al límite del abismo, y con una fe ciega están a punto de ser asomados al desecho más aberrante e inhumano.