El show caducado de Buenafuente

'Futuro imperfecto'.
Periodista i crítica de televisió
2 min

Jueves por la noche, después de La revuelta, Andreu Buenafuente estrenaba su programa en La 1. El humorista ha basado su nuevo Futuro imperfecto en lo que mejor le sale. Un monólogo largo donde muestra su mirada desencantada y pícara sobre el mundo. Puntualmente, se incorporan algunos colaboradores y la intervención de su director, David Martos, permite cierta reflexión sobre el mismo programa y el protagonista. La primera edición hizo honor al título. Fue imperfecto por culpa del típico síndrome del estreno enlatado. Estaba grabado con tanta antelación que el contenido estaba desfasadísimo. El espectador lo nota enseguida porque la intensidad con la que se habla de algunas cuestiones de la actualidad no corresponde a la perspectiva que ya tiene el público. Y esto es ya muy acusado cuando la actualidad es especialmente convulsa. Buenafuente hablaba del apagón como si acabara de ocurrir, había referencias a la final de Copa del Barça cuando ya se ha vivido la derrota de la semifinal de Champions y estamos a las puertas del clásico. Pero donde la caducidad fue más flagrante fue en las cuestiones vaticanas. El humorista bromeaba sobre la colocación de la chimenea en el tejado de la basílica cuando los operarios ya debían de estar desmontándola porque la fumata blanca se había producido horas antes. Todo el coñita con el cónclave perdía la gracia porque la audiencia, después de una tarde televisiva tan intensa, ya estaba instalada en otro momento informativo. El nuevo papa ya era escogido y el programa hablaba del proceso electoral. Buenafuente gana en directo. Y si no puede hacerlo en directo, debe grabar el mismo día. No tiene sentido hacer un programa de una hora en el que se hace humor sobre la actualidad y que haya un decalaje tan grande con la realidad.

El presentador tampoco fue fiel a sí mismo cuando dijo que creía que los programas no debían explicarse. A continuación, soltó toda una declaración de intenciones sobre el humor y el objetivo del espacio absolutamente innecesaria que rompía con el tono del programa. Primero, porque todo lo que dijo era obvio. Y, segundo, porque de nada sirve decirle al espectador que se lo pase bien para que esto pase de verdad. También es absurdo precisar a la audiencia que para realizar el programa no se ha recibido ninguna indicación ni consigna. La libertad de creación y expresión debe demostrarse trabajando y no anunciándola.

Pese a estos desajustes iniciales que tienen enmienda, Buenafuente sigue siendo Buenafuente. Divertido y cómodo en el personaje que ha creado de sí mismo. Los colaboradores funcionaron y la aparición abrumadora de Silvia Abril haciendo de Melody sacudió el programa. Si va a elegir pareja, busque una que le mire como el presentador mira a su mujer, porque incluso la realización parecía recrearse en ese instante de orgullo.

Ver Buenafuente en La 1, sin embargo, te deja un cierto regusto de pérdida. Es una lástima que TV3 haya dejado escapar a un presentador tan querido por la audiencia y que daba buenos resultados a la cadena.

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