Es así. Se ha roto, o lo han roto, pero ya no funciona. Será porque se ha ido la gente, será porque Musk ha tocado el algoritmo, será porque otras redes le han comido el terreno, pero la verdad es que está en caída libre. Y no es solo por la marcha de los anunciantes, ni por la habitual agresividad de sus discusiones, ni siquiera por el abandono de muchos usuarios. La verdadera razón reside en algo que hacía de Twitter diferente: la capacidad de sorprender.
Twitter, durante su primera etapa, servía para dos cosas: seguir acontecimientos en tiempo real y ver a los famosos hacer el ridículo. En 2011 el segundo tema más comentado fue la revolución egipcia, el primero fue Charlie Sheen.
Sin embargo, con el paso del tiempo surgió una tercera vía para la red, lo que yo llamo "la gente como tú y como yo". Gente anónima que sorprendía contando una historia o comentando algo y pasaban a tener un nombre, un estilo e incluso una comunidad. Y el perfil podía ser cualquiera: humoristas, escritores, arquitectos, historiadores del arte o hasta controladores aéreos. Lo importante era que tuvieras algo que contar y que fueses una voz diferente. Así, muchos nos hemos hecho un hueco en esa red, a base de virales de lo más insospechados. Yo una vez conseguí hacer trending topic al Pollo Pepe, el cuento infantil que leían mis hijos.
Sin embargo, ahora Twitter ha pasado a ser un lugar muy plano. Te da lo que le pides. Me gusta la política, pues te inunda la cuenta con vídeos de las manifestaciones en Ferraz. Te gusta la música, pues voy a ponerte vídeos de grupos que te gustan hasta que le des un like. Funcionalmente, seguro que esto está muy bien, pero pierde la capacidad de sorpresa que tenía antes la red social. Lo que me gustaba de Twitter era el desorden.
Quizá ahí se encuentre la clave de todo esto, en que Twitter tenía un sistema tan anárquico que lo volvía humano. Es curioso ver como una y otra vez las grandes tecnológicas se empeñan en que utilicemos sus productos como ellos quieren y no como los usuarios pretendemos. Ya pasó con Facebook, donde se creó de todo, hasta una sección para conseguir citas, cuando lo único que queríamos era poner fotos de vacaciones para dar envidia a los amigos.
Aunque quizás el problema sea otro, uno más sencillo y transversal: nos hacemos viejos. Los usuarios y las redes sociales. Envejecemos y cada vez nos quejamos más. Las otras generaciones están en otra cosa y nosotros los vemos pensando que solo hacen el tonto, pero en realidad tenemos melancolía.