¿Dónde comienza la vida privada de los políticos? ¿Tienen derecho? ¿Y a partir de cuándo sus expansiones de índole sexual pueden ser vistas en relación con el cargo que ocupan? Son preguntas de difícil respuesta, pero diría que cada vez hay más tendencia a subir a la palestra comportamientos personales, aunque sea a golpe de eufemismo. Miremos, por ejemplo, este subtítulo delAbc a cuenta de Aldama y sus filtraciones: "El empresario insiste en su relación con el ministro Torres: «Le facilitaba inmuebles para encuentros»". La palabra en castellano es encuentros. Que es diferente de reuniones, ¿verdad? La naturaleza de estas coincidencias en el espacio-tiempo aún quedan más definidas en La Razón: "encuentros de diversa naturaleza". El lector que no baje del huerto sabe perfectamente que se está insinuando una naturaleza muy específica, de tipo erótico-festiva. Y no hace ni cuatro días que se especulaba si Mazón había comido realmente con esa periodista el día del desastre (y la alternativa sugerida, de nuevo, era de índole sexual). Si se confirma, tendremos por delante una versión de Mercadona del magnífico filme El apartamento, de Billy Wilder, en el que Jack Lemmon se convertía a su pesar en facilitador de los encuentros extramaritales de su superior.
Pero, ¿y si no? Una de las cosas que hermana este jueves las portadas de la prensa de derechas es que formulan sus titulares de una forma en la que la presunción de inocencia, de tan fina, pasa a ser casi transparente. Pero la maledicencia ya se ha puesto en circulación: al ministro se le va la marcha. Si ha habido corrupción inmobiliaria para satisfacer sus expansiones, debe pagar. Pero, a la espera de confirmaciones o condenas, el juicio moral pesa ya sobre el ministro. Y desde la cobardía del eufemismo, del que es imposible defenderse sin caer en la admisión.