Enric Bonet: "La alimentación del futuro pasa, sin duda, por el uso de sustancias químicas"

Director general de Biovert, empresa leridana productora de agronutrientes

Marc Amat
2 min
Enric Bonet: "La alimentación del futuro pasa, sin duda, por el uso de sustancias químicas"

El próximo año celebrarán su trigésimo aniversario.

Nacimos en 1988. Entonces, aunque yo acababa de poner el punto final a los estudios de ingeniería química, en casa todos los negocios siempre habían ido enfocados al mundo de la agricultura. Así que, cuando tuve la oportunidad, junté mis dos grandes pasiones -la química y el campo- y de ahí salió la aventura de Biovert. Hoy en día tenemos 43 trabajadores, distribuimos a más de 30 países y exportamos el 70% de la producción. Desarrollamos productos para solucionar necesidades nutritivas y estimulantes de diversos cultivos. Por ejemplo: somos capaces de hacer que un fruto sea más rojo, conseguir que tenga un sabor más intenso o, incluso, modificar su forma y tamaño.

Sin embargo, cada vez más los consumidores buscan alejarse de la química. ¿Cómo viven la fiebre por los productos ecológicos?

La gente debería entender que los seres humanos somos, esencialmente, química. Por falta de conocimiento, todo el mundo cree que las empresas como la nuestra no tienen en cuenta el medio ambiente, pero es falso: siempre luchamos por desarrollar soluciones limpias y -sobre todo- seguras para el consumidor. Esta mentalidad nos ha llevado a lanzar una gama de productos que pueden aplicarse tanto en agricultura ecológica como en agricultura convencional. Pero ésta es una apuesta puntual: si tuviéramos que vivir del nicho de la agricultura ecológica, nos moriríamos de hambre. La alimentación del futuro pasa sin duda por el uso de sustancias químicas.

El sector de los agronutrientes en España notó muy poco el bache de la crisis. ¿Cómo lo hicieron?

Fue por varios motivos. Ciertamente, cabe recordar que el sector primario no suele sufrir tanto con las grandes subidas y bajadas del ciclo económico: haya crisis o no, todo el mundo debe comer. Pero realmente, las empresas del sector nos salvamos gracias a nuestro alto grado de internacionalización: el porcentaje de ventas que perdimos en Europa lo ganamos en otras partes del mundo. En 2016 lo cerramos facturando ocho millones de euros, un 10% de los cuales lo destinamos cada año a investigación. Es un porcentaje altísimo, al mismo nivel que la industria farmacéutica.

Desde un primer momento, ustedes ya apostaron por vender fuera.

Siempre hemos tenido una clara vocación internacional. Cuando tan sólo hacía dos años que habíamos nacido, ya empezamos a vender en Jordania. Enseguida encontramos también distribuidores en Siria, Líbano, Arabia Saudí y Emiratos Árabes. Son productos fácilmente exportables. En 1996 abrimos nuestra primera filial en Marruecos y desde entonces nos hemos instalado también en México, Brasil, Ecuador, Colombia y Sudáfrica. Como el negocio es muy estacional, cuando en Europa descienden las ventas, en Latinoamérica suben. Además, podemos comercializar soluciones que no podemos vender en Europa.

¿A qué se refiere?

La excesiva burocratización de la Unión Europea entorpece la innovación: la regulación no va al mismo ritmo que los avances tecnológicos. Esto crea vacíos legales y competencia desleal: algunas de las nuevas soluciones que desarrollamos no están reguladas en Europa y, por tanto, sólo las podemos vender a otros mercados. Es muy frustrante.

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