Homenotes y danzas

El ampurdanés pionero de la informática en el Principado

Josep Oriol Tomàs Huynh-Quan-Chiêu empezó importante ordenadores para los compañeros de facultad

JOSEP ORIOL TOMÁS
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A las puertas de la primavera del pasado año dedicamos esta sección a Sir Clive Sinclair, uno de los hombres clave en la popularización de la informática a mediados de la década de los años ochenta del siglo XX. Su ZX80 (comercializado en 1980), el ZX81 (1981) y también el posterior ZX Spectrum (1982) de 48 kilobytes sirvieron para crear un plantel de jóvenes aficionados a la informática que, por el modo de funcionar de las computadoras época, no sólo utilizaban estos pequeños ordenadores para jugar, sino que también tuvieron su primer contacto con los lenguajes de programación, en este caso el Basic. Esta ola surgió en el Reino Unido, pero en la península Ibérica hubo toda una generación de lobos solitarios de la emprendeduría que hicieron suyas las innovaciones y trabajaron duro para popularizarlas en sus lugares de influencia. Sin duda, uno de esos pioneros locales fue Josep Oriol Tomàs, un ampurdanés de Roses que hizo historia en el mundo de la electrónica.

  • 1961-2023


A finales de la década de los setenta, el hijo de los propietarios de la inmobiliaria más antigua de Roses bajó a Barcelona para estudiar la carrera de ingeniería de telecomunicaciones. Era Josep Oriol Tomàs. Ante un temario con pocas materias de carácter práctico, empezó a explorar la vía autodidacta, y en ese momento la gran revelación fue encontrar la gran cantidad de revistas extranjeras de electrónica que había en los aliviados quioscos de Barcelona, ​​una abundancia que en el Empordà no existía. Fruto de ese interés en las revistas especializadas de más allá del Pirineo, descubrió un producto pionero, el ZX81, aparentemente una caja misteriosa.

Cuando Tomás lo recibió en casa, comprado por correspondencia, se podría decir que empezó una era de la computación en el país. Aquellos primeros años de la década de los ochenta han sido bautizados como “la edad de oro del software español” porque en distintos puntos del Estado aparecieron locos solitarios dispuestos a decir la suya en el naciente panorama de la informática doméstica. En 1983, la empresa Indescomp desarrolló el primer videojuego español, llamado La pulga y destinado al ZX Spectrum, mientras que sólo unos años después vino al mundo la firma Dinamic Software, que empezó a desarrollar sus propios juegos, también para la plataforma ZX Spectrum. En ese grupo de avanzados a su tiempo brillaba con luz propia José Luis Domínguez, un vendedor de seguros que fundó Indescomp para crear videojuegos y que después se hizo importador de ordenadores Amstrad, el fabricante rival de Sinclair. Por último, en 1987 vendió la empresa por 10.000 millones de pesetas (unos 60 millones de euros).

Y si estas dos empresas ponían inicialmente el software, quien ponía el hardware era precisamente Tomàs, que desde que tuvo en sus manos aquel primigenio ZX81 decidió dedicarse a la importación de máquinas desde el Reino Unido. El primer test habían sido sus compañeros de facultad, a quienes conseguía ordenadores de importación, circunstancia que le permitió intuir que había un mercado creciente pendiente de satisfacer. Para iniciar las operaciones, utilizó una marca que había creado su padre en la década de los cincuenta, Ventamatic, que hasta entonces estaba vinculada sólo a la explotación de máquinas de vending. Para cerrar el círculo, Tomás dio un paso más y entró también en la importación de software y, poco después, en el desarrollo de juegos y aplicaciones propias. Toda su comunidad se mantenía conectada a través de un modesto fancín de la época que él publicaba y que se llamaba El mundo del ZX81, todo bajo el paraguas de una entidad llamada Club Nacional de Usuarios del ZX81. La popularidad de Tomás desembocó en que, de facto, se convirtió en el servicio posventa de los ordenadores que vendía El Corte Inglés a través de la firma Investronica, lo que le permitió conseguir un crecimiento acelerado.

En aquellos primeros años de la década de los ochenta las cosas iban viento en popa para Tomàs, pero su peculiar manera de trabajar –más para divertirse que pensando en hacerse rico– provocó que, cuando el sector hizo el gran salto y se profesionalizó, él no pudiera seguir el ritmo de los mayores y quedara en el arcén del camino. Su estilo artesanal no era compatible con los nuevos perfiles del sector, mucho más agresivos. También es cierto que la presencia de El Corte Inglés y el mencionado distribuidor Investronica influyeron decisivamente en que el clúster de la producción de software se situara en Madrid y no en Barcelona, ​​como ocurría en otras industrias (el gran vendedor de software español era este centro comercial y, por tanto, conseguir complicidades con ellos era clave para poder hacer agujero en el mercado). Hacia 1984 Tomás se sintió fuera de estas dinámicas y abandonó. Había dejado de divertirse.

La evolución natural del emprendedor de Roses fue decantarse hacia la tecnología musical, y fundó una revista llamada Música y Tecnología. Fue la primera del Estado y rápidamente se convirtió en la biblia del sector. En la etapa definitiva de su vida trabajó en el campo de la consultoría de internet para pequeñas empresas. Y en una de las últimas entrevistas que concedió soltó una frase para reflexionar: “Ojalá nunca se hubiera inventado nada de eso. Vivíamos más tranquilos en el mundo analógico”.

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