El análisis de Antoni Bassas: 'Rufián o decir lo que piensas'

"A lo mejor Rufián no pensó lo que dijo, pero lo que dijo responde a lo que piensa: la batalla por la hegemonía política en Catalunya pasa por derrotar de una vez por todas a Junts"

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Hoy Rufián es noticia de portada y ahora lo hablaremos, no sin antes constatar que pasan cosas más importantes y mucho más graves.

Por ejemplo, ayer el Parlament aprobó la ley del catalán. La ley tiene la fortaleza del consenso que ha cruzado la línea entre indepes o no indepes, y la firma el 80% del Parlament, con el PSC, Esquerra, Junts y los comuns. La debilidad es que es una ley que deriva del recorte del Estatut del 2010, que intenta salvar la responsabilidad de los directores de los centros y de los maestros ante la obsesión contra el catalán del Estado, y lo que es peor, que esta ley aguantará mientras gobiernen el PSOE y Podemos en Madrid. El día que gobierne la derecha y la ultraderecha, presentarán recurso al Tribunal Constitucional y quedará suspendida. De fondo es muy grave: el Estado identifica la enseñanza en catalán como una anomalía contraria, enemiga, a la nación española, que es de matriz castellana. Pues ya está, mientras Catalunya no sea un estado independiente, la enseñanza en catalán será perseguida.

Sobre cosas importantes que pasan, el dinero del bono de alquiler joven se agotó ayer en menos de ocho horas. Las ayudas llegan a 9.600 jóvenes y hay 15.000 peticiones. Todo un espejo de la situación social y de la capacidad financiera del sector público para ayudar. 

También ayer, en el puerto de Barcelona, el Open Arms presentó su nuevo barco, más grande, más moderno, mejor equipado, para rescatar a gente en el Mediterráneo. Y dice Òscar Camps que si el trigo de Ucrania no llega a África, la cantidad de personas que intentarán llegar hasta Europa aumentará dramáticamente.

Y en medio de este contexto de gravedades, Rufián dice que es de tarados decir que por un tuit suyo, el de las 155 monedas de plata de octubre del 2017, se proclamara la independencia, que en todo caso “tarado es quien la proclamó, no quien hace un tuit”.

El insulto es tan lamentable que el president Aragonès anunció al cabo de poco rato que Rufián rectificaría. Y así fue. 

Sobre la expresión, qué puedo decir yo si el mismo president Aragonès ya la desautorizó. Pero vamos más allá. Miren, hay una frase de Josep Maria Espinàs que decía que el estilo es lo que piensas. Porque lo que piensas es lo que dices y lo que dices es lo que haces. No digo que Rufián piense que Puigdemont sea un “tarado” en el sentido literal, pero sí que esta expresión desabrochada, desinhibida, está en el estilo de lo que piensa Rufián del mundo de Puigdemont y de Junts y que impregna también la cultura de Esquerra: después de muchos años de sentirse despreciados por Convergència, la Esquerra de Junqueras pasó a la ofensiva. Y una de las formas de ofensiva son precisamente las formas de Rufián, absolutamente rompedoras en la política catalana y en la cultura misma de Esquerra, y Rufián es apuesta de Junqueras. O sea que quizás Rufián no pensó lo que dijo, pero lo que dijo responde a lo que piensa: la batalla por la hegemonía política en Catalunya pasa por derrotar de una vez por todas a Junts, que es el espacio independentista disponible a la derecha de Esquerra y con quien se disputa el voto. Y por eso sale "James Bond", "No vayas tanto a Waterloo", o ahora el “tarado”. 

Por otro lado, si algo hemos aprendido en estos casi cinco años desde octubre del 2017 es que las decisiones de aquellos días, DUI sí o no, exilio o quedarse aquí, fueron traumáticas y han tenido y tienen costes personales altísimos para Puigdemont y para Junqueras, y que las heridas de aquellos traumas no han cicatrizado. De los abundantes relatos que desde las dos partes se han escrito de aquellos días sabemos que al final, el camino hacia la DUI se volvió un juego de la gallina en el que unos y otros se miraron de reojo por si alguien frenaba antes de caer por el precipicio y podía quedarse con el sambenito de no ser lo bastante independentista.

Rufián pone letra, más todavía, pone actitud a la animadversión estructural que hay entre los dos grandes partidos independentistas, para alegría de los que no lo son. Y ayer escribió un capítulo más. Especialmente lamentable, pero nada extraño, ni en la forma ni en el fondo.

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