Conversa amb...

“El antídoto en las vidas estresadas del siglo XXI son los hammams”

Zineb Laalili, propietaria de uno de los pocos hammams tradicionales que hay en Cataluña

Hammam
4 min

Ésta es la historia de una mujer que conoce el secreto para tener la piel más fina de todas. Se lo confiaron a su Casablanca natal y ahora lo difunde desde un pueblo pequeñísimo del Ebro: la Pobla de Massaluca, donde se abrazan las aguas abundantes del río Ebro y las del Matarraña.

Pero rebobinamos: la cara de Zineb Laalili entrando por primera vez en Cataluña, el año 2013, era un cuadro. “¡Las curvas de la carretera de noche me mataron!”, explica ahora riendo. Venía sin billete de regreso: se habían enamorado con Ismael –un mozo de escuadra que había conocido a través de Meetic– y habían decidido formar a una familia en este rincón de las tierras del Ebro. Al día siguiente, con la salida del sol, quedó sorprendida por el paisaje, la naturaleza, las montañas de la sierra de Les Fites: “Son impresionantes”. Pero con los días si algo desconcertó a esta marroquí fue comprobar que los catalanes no tenemos por costumbre ir al hammam (los baños árabes): “En Tarragona no había ningún hammam tradicional, ¡y en Cataluña muy pocos!” No podía creérselo: ¡a Casablanca, ella iba casi cada semana! ¿Qué haría ahora?

Muchos días, durante los primeros años en La Pobla, pensaba en su vida en Marruecos y aquellas tardes en el hammam con las amigas. El plan era perfecto. Cómo le añoraba… Los viernes quedaban por hacer cuscús –“Así cuando salíamos del hammam ya lo teníamos hecho: piensa que sales agotada y con mucha hambre”–, iban a los baños, pasaban por las diversas salas de vapor y se exfoliaban la piel, charlaban de todo y de nada, y después hacia casa a saciar el apetito. “El hammam te alivia los dolores, por dentro y por fuera: allí la gente se cuida la piel —¡te queda fina, fina!— y baja revoluciones, pero al mismo tiempo hablas de la vida, compartes penas y alegrías… Cuando escucho conversaciones en un bar de aquí siempre pienso «mira, como un baño marroquí»”.

Qué difícil debe ser vivir lejos de las costumbres propias. ¿Cuántos días deben dirigir sus pensamientos, Zineb y tantos otros marroquíes y marroquíes que viven en Catalunya, hacia estos ratos en el hammam, con las amistades, la familia, los vecinos.

Como una casa cerrada

Pero Zineb ya no necesita hacer memoria para evocar una tarde en el hammam porque en el 2018 decidió poner en marcha el suyo propio en la Pobla de Massaluca. Nada más entrar y dar unos pasos ya llega un vaho de olores buenísimos: lavanda, tomillo, romero, suelo mojado... Dentro hay dos salas: una de vapor y otra con una litera de piedra caliente, donde hace las exfoliaciones. “La gente flipa con los macarrones ¡que le salen de la piel y cómo de finita les queda después!”, dice riendo en referencia a la piel muerta que sale después de cada sesión. "Con el calor y la exfoliación los poros se abren y la piel respira; es como cuando llegas a una casa que ha permanecido cerrada durante mucho tiempo y abres las ventanas", me explica. Y cuántas casas vacías de la zona —pienso— necesitarían eso, que alguien les abriera las ventanas, las airearas y las habitas.

"Se equivocaron"

Abrir el hammam no fue un camino de rosas. Había personas que no confiaban en que el negocio de Zineb saliera adelante, no confiaban en que hubiera suficientes personas que quisieran acercarse hasta aquí para cuidarse la piel. Incluso hay gente que la tildó de "loca" por la idea que tenía. "Me hacían sentir como si estuviera ocupando un espacio que era suyo. No sé si lo llamaría racismo, pero a todos ellos les diría que se equivocaron: que sí sabía contar, que los números me han salido". Zineb habla segura: la gente, continúa, debería recibir con los brazos bien abiertos todos los proyectos que se ponen en marcha en pueblos pequeños, sea de donde sea quien los emprenda. "Solo así la gente joven se va a quedar y evitaremos que estos pueblos, que son preciosos, desaparezcan".

Hasta los baños de la Zineb se acercan ahora vecinos de Tarragona, de Barcelona, ​​Zaragoza, Madrid… Pero también hay quien va a pie: “Estoy muy agradecida porque hay gente mayor del pueblo que también ha venido a probar -aunque el hammam no forma parte de su cultura”. Me explica entonces que las rutinas de cuidado personal son distintas en cada país. “Me da la impresión de que aquí dedica más tiempo a lo que se ve, como las uñas o el cabello”. ¿Y en Marruecos? "Pienso que hay más tendencia a cuidar más lo que se ve, como la piel".

Si incorporara la rutina de ir al hammam ¿cómo cambiaría mi vida?, le pregunto consciente de que hasta La Pobla tengo más de dos horas en coche y bastante más en tren. “Tu piel te lo agradecería, y tu circulación. También estarías más relajada, bajarías revoluciones… Creo que el hammam es un gran antídoto para las vidas estresadas del siglo XXI. Nuestra piel merece mucha más dedicación que una ducha diaria de pocos minutos, ¡priorémosla!”, me invita a hacer mientras en Google miles de páginas sitúan el origen de este tipo de instalaciones veinte siglos atrás. Touché.

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