Homenotes y danzas

El banquero que trajo las autopistas a España

Amigo muy cercano de los Millet, Ferrer-Bonsoms fue presidente de Acesa y de la Unión Industrial Bancaria

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Josep Ferrer Bonsoms

Mucho antes de que Javier de la Rosa fuera etiquetado por los medios estatales de forma unánime como "el financiero catalán ”, otro catalán se ganó el título de financiero de renombre por su labor fundamental en la banca. Se trataba de Josep Ferrer-Bonsoms, nacido en el Penedès e internacional como pocos. Pese a su larga trayectoria en el mundo bancario, su obra estrella, la que ocupó más titulares, fue una infraestructura: la primera autopista del Estado, el tramo Montgat-Mataró, que después bajaría hasta Barcelona y uniría también avenida Diagonal con Molins de Rei. Aquel 1969, en el que se pisó por primera vez el asfalto de la autopista, la prensa ofreció la noticia de la inauguración como la puerta de entrada a una nueva era de la automoción y de los desplazamientos masivos.

La verdad es que el negocio sí tenía mucho de financiero y por eso el consorcio de empresas concesionarias lo encabezaba un banco catalán, la Unión Industrial Bancaria. Es aquí donde aparece la figura de Ferrer-Bonsoms, que presidía el banco (que más tarde pasaría a llamarse Bankunión) y que asumió también el liderazgo de Acesa, la firma que agrupaba a los inversores en la concesión.

Pero su trayectoria profesional no se inició en la banca, sino en los seguros. De joven logró el título de actuario (ya saben, aquellos economistas expertos en cálculo de riesgos y de probabilidades) y se incorporó al sector asegurador de la mano de la familia Millet, históricos propietarios de la firma Chasyr (Compañía Hispano-Americana de Seguros y Reaseguros). La relación fue tan estrecha, que acabó casando con la hija de Salvador Millet Maristany, Carme Millet Muntadas, con la que tuvo quince hijos. Tras un periplo por Chile y Argentina, regresó a Cataluña y se matriculó en la escuela de negocios Iese.

El primer cargo en el sector bancario lo ocupó a partir de 1956, cuando asumió un puesto directivo en el Banco Popular, una entidad también fuertemente vinculada a los Millet. Seis años más tarde sería nombrado consejero delegado del Banco Atlántico, adquirido en la familia Güell con algunos amigos, como Casimiro Molins, el del cemento. En 1968 pasaría a ser vicepresidente. Como hemos dicho al principio, también fue la cara visible de la Unión Industrial Bancaria, una entidad cuyo objetivo era financiar el potente tejido industrial catalán de aquellos años. El proyecto quedó tocado de muerte a finales de los setenta y fue necesario que lo adquiriera el Banco Hispano Americano para capitalizarlo. El banco comprador fusionó Bankunión (nueva denominación de la UIB) con el Banco Urquijo, resultando el Banco Urquijo Unión.

Pero volvamos atrás en el tiempo: cuando Ferrer-Bonsoms asumió la mencionada presidencia de Acesa, la concesionaria de autopistas estaba en el momento más álgido, con un prestigio a prueba de bombas. Una muestra de ello es que en 1968 se le otorgó la Clau de Barcelona y un año más tarde recibió un galardón que equivaldría a ser distinguido como “financiero del año” de Barcelona. Además, la firma de publicidad para los cines Movierecord le fichó como consejero delegado. En 1972 ingresó en la prestigiosa Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras y en la década de los setenta presidió la Fundación General Mediterránea, del Opus Dei, la prelatura que estuvo siempre cerca de su carrera profesional.

La trayectoria fulgurante de Ferrer recibió un duro golpe con la crisis de finales de los setenta, que afectó a la banca con especial virulencia. Fue abandonando los cargos que ocupaba y se trasladó a Latinoamérica en busca de negocios. Regresado a Barcelona, ​​su situación profesional era muy delicada, por lo que tomó una decisión sorprendente para tratar de abrirse puertas: conseguir superar a la oposición de censor jurado de cuentas. Lo logró con 63 años, algo inusual. A partir de ese momento se enfocó al mundo de la auditoría y la consultoría hasta la jubilación definitiva. En 1988 se le concedió la Cruz de Sant Jordi.

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