Biden y el abismo estadounidense

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Biden hablando con los moderadores del debate momentos antes de que éste comience

La probabilidad de que el republicano Donald Trump vuelva a ser presidente de Estados Unidos es hoy mucho mayor que hace 24 horas. Por muy increíble que parezca, el hombre que tras perder las últimas elecciones se resistió rabiosamente a aceptar el resultado de las urnas y estimuló el antidemocrático y violento asalto al Capitolio que sacudió a la democracia estadounidense está cada vez más cerca de volver a ocupar la Casa Blanca. Como un boomerang, ha logrado revertir su protagonismo como incitador de aquella irrupción armada en las instituciones hasta tomar un empuje que ahora mismo parece imparable ante un Joe Biden desdibujado, debilitado, incapaz de frenar el vendaval de mentiras y demagogia del republicano .

El estantez papel que el presidente y candidato demócrata hizo durante el primer debate televisado ha dejado en estado de choque al Partido Demócrata. Y, si abrimos el foco, disparó las alarmas en una parte de Europa. La perspectiva del retorno del populista Donald Trump hace temblar la diplomacia internacional: su imprevisibilidad y frivolidad le convierten en un factor de inestabilidad y polarización globales, en un estímulo más para los pujantes partidos de extrema derecha que asedian a la democracia en Europa y en un estremecimiento para la lucha contra el cambio climático. Ahora mismo Trump es un gran peligro muy real y Biden es un gran problema muy evidente.

La única solución es que los demócratas den un timón, en un gesto que sería tan inédito como necesario si, en efecto, se quiere parar los pies al trumpismo. Es decir, que Biden dé un paso al lado y emerja una nueva figura como candidato demócrata. Van tarde. Solo faltan cuatro meses y pico para las elecciones. Pero es esto o dejarse caer por la pendiente del fatalismo de una derrota dolorosa. Ya ni siquiera es creíble el autoengaño que ha acompañado hasta ahora al Partido Demócrata y al equipo de Biden. Los indicios eran muy visibles desde hace tiempo, pero han sido ignorados: lapsus, olvidos, tintes, descuidos, dudas en directo... Todo esto se ha visto de golpe concentrado en un debate que, lejos de iniciar la remontada, puede suponer el definitivo declive. Probablemente, los demócratas creyeron que no deberían llegar a ese duelo: confiaron en que la justicia les haría el trabajo, pero lo que ha pasado ha sido que, gracias a la habilidad sin escrúpulos de Trump, éste ha convertido cada condena en un triunfo victimista, ha reforzado su liderazgo dentro de los republicanos y ha continuado minando y desvirtuando el debate público a su antojo. En ese terreno de juego, Biden no ha sabido erigirse en una autoridad y un antídoto creíble.

Cuesta creer que pueda haber un milagro. De hecho, incluso cuesta mucho creer que Biden pueda optar seriamente a un segundo mandato, no sólo por la dificultad de batir al temible e impresentable rival republicano en las urnas, sino por la dudosa capacidad de gobernar Estados Unidos a causa de su salud precaria, cada vez más difícil de disimular. Una debilidad que puede restarle apoyos económicos y de todo tipo. La democracia estadounidense afronta un abismo. Y el tiempo para reaccionar es muy corto.

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