1. La arriesgada aventura de recomponer la URSS, es decir, la última versión del imperialismo ruso, va por el buen camino. Vladimir Putin ha demostrado que lo importante no es la fuerza de la que dispones, sino la debilidad del enemigo a abatir, que desde luego no es sólo Ucrania, sino toda el área de influencia en disputa con la Unión Europea. A pesar de ser el país más extenso del mundo, Rusia tiene un PIB similar al de España. La guerra ha mostrado, además, que dispone de un armamento obsoleto, en algunos casos de la década de 1980. Sin embargo, es previsible que en el 2025 no sufra ningún descalabro, al contrario. Su economía no se ha hundido como preveían en Bruselas cuando inició su nueva expansión hacia el Oeste. De hecho, esta presión no ha hecho más que empezar, como se ha visto en la intromisión en los procesos electorales de algunos de sus antiguos países vasallos durante la Guerra Fría. La pujante extrema derecha europea es abiertamente pro Putin, y la extrema izquierda también. Los primeros actúan así por una razón (la defensa de los valores tradicionales, el autoritarismo...) y los segundos por otra (la aversión a la OTAN, la nostalgia del paraíso comunista...) pero al final terminan confluyendo fatalmente en esta y otras muchas cuestiones. Todo esto nos lleva de pataco a mirar a los ojos de nuestra propia decadencia, la de la Unión Europea.
2. Habiendo renunciado a una unión política real, es decir, a una cesión de soberanía sustancial por parte de los Estados miembros, el proyecto de la Unión se basa en la teoría de la bicicleta: si no pedales, caes. Esto se traduce en hacer cosas constantemente y sin que vengan demasiado a cuento. Se trata, en general, de formas pintorescas de sobrelegislación greenwashing (los tapones que no pueden separarse de la botella, etc.). Como en muchos casos se trata de ocurrencias imposibles de llevar a cabo sin hundir al sector primario, estas políticas son erráticas: cuando los burócratas amortizados de Bruselas vieron demasiados tractores en la calle cambiaron de opinión ipso facto. Como decíamos antes en relación con Rusia, las directrices de la Unión no convencen a la extrema derecha por unas razones ni a la extrema izquierda por otras, y por ello la composición del Parlamento Europeo es cada vez más complicada. En 2025, la Unión Europea seguirá donde estaba, evidentemente, pero su posición en el damero internacional será más difícil de sostener (en algún caso concreto como el que detallaremos en el punto 4, será imposible). Y esto nos lleva, obviamente, a la casi pérdida del viejo aliado que nos ha ayudado a salir del pedregal desde la Primera Guerra Mundial. Ahora el Tío Sam es un tipo permanentemente enfurecido que se quiere comprar Groenlandia y no sé cuántos disparates más.
3. Parece evidente que en el 2025 nace con expectativas más bien oscuras sobre qué hará o dejará de hacer Donald Trump. Probablemente no lo sabe ni él, ni tampoco la desconcertante manada de colaboradores que ha elegido. Sin embargo, hay un par de indicios que permiten vislumbrar cómo irán algunas cosas. Primero: la victoria abrumadora, indiscutible, de Trump se ha basado en trasladar las batallas culturales del universo woke en el debate electoral (en Europa también está pasando). Segundo: todas y cada una de las ideas extravagantes de Trump tienen un límite muy claro, el del crecimiento económico. Si, por ejemplo, su política contra la inmigración irregular choca con la economía, sumergida o no, deberá comérsela con patatas. Trump es imprevisible, sí, pero sólo hasta cierto punto.
4. En mi opinión, el hecho más significativo de todo el año 2024 ha sido la reunión de Kazán auspiciada por Putin el pasado octubre. Tengamos en cuenta que le apoyaron abierta y explícitamente los mandatarios que representan a más de la mitad de la humanidad: China, India, Brasil, la propia Rusia... Las guerras culturales que han dado la victoria a Trump se encuentran mucho más cerca de la manera de entender el mundo de los BRICS que de los principios que actualmente guían a la Unión Europea en relación con políticas medioambientales, de género, etc. El diario zurdo The Guardian va insistiendo al Partido Laborista británico en que si se encabeza en estas cuestiones acabará como el Partido Demócrata estadounidense (y el recorte de siglas que ha hecho el PSOE en relación al acrónimo LGTBIQ+ va exactamente en la misma línea). El mundo del 2025 presenciará sin duda la corrección ideológica de una inercia que nada tiene que ver ni con la derecha ni con la izquierda, sino con el agotamiento de aquella fraseología cada vez más primaria y estéril llamada corrección política.