Hacia el mediodía, siento desde casa el campanario del monasterio, que toca a muertos. Es un repique mecánico, pero tan solemne y altivo que hace callar el ruido de la devastación turística, como si, también, por un rato, se hubiera muerto la propia depredación –el hormigón y la suciedad que no pararán hasta matar al ' último milímetro de patrimonio–. El silencio ha abierto un pasillo. Las campanadas entran por las ventanas de cada casa, asombradas por el calor. Tanto ruido en vida, tanto silencio, muertes.
Paro la oreja. No tocan por ningún difunto concreto. No tocan por la dignidad de ese país. No tocan por los muertos, tocan por los vivos. Como lápidas de cementerio, hablan a quienes esperamos turno.
Tocan por sí mismas y por eso me recuerdan el repique de las campanas de otra iglesia, que yo sentía desde otra casa, en otro momento. Entonces las aburría. Me preguntaba por qué caramba publicitamos la muerte. ¿No valen más la discreción y la intimidad? ¿Por qué desenterrar un entierro que, sin el toque de difuntos, no habría ni sabido? ¿Por qué no descolgar las campanas y dar por asumidas la vergüenza y la tragedia de la muerte? ¿Por qué tanta impudicia? Catolicismo siniestro y barroco, pensaba, ¡qué obsesión con la muerte! ¡No tocamos campanadas a bautizo!
Con los años y la edad, lo he ido viendo muy distinto. En la ceremonia laica del tanatorio echo de menos las campanadas. La monotonía del toque y el retoque implica justamente la discreción y la intimidad. Sólo los conocidos del difunto saben por quiénes tocan. Para el resto de los vivos, la muerte es una presencia abstracta, común, persistente e inmaterial como el ding-dong. La campanada sólo marca el relevo de un muerto a otro, el paso de la antorcha.
La muerte moral se llama hipocresía. De la hipocresía desenmascarada, cinismo. El cinismo se sostiene sobre la imposición, que puede ser muy larga, y hacerse aún más. Pero el cinismo es corrosivo, por lo que a cada toque hay un ácido que va deshaciendo las campanas… Y llega un momento en que ya no las siento, como no siento los pájaros cuando no me fijo.
Al cabo de un rato, me doy cuenta de que habían parado de repicar. Dentro del monasterio se estaba haciendo la misa. Luego vuelvo a oír las campanas. Ahora los familiares y amigos del fallecido estarán haciendo cola para dar el pésame, mientras van saliendo poco a poco por la portada, en esta cinta continua de las generaciones que pasan una tras otra por el monasterio a despedir públicamente a sus padres , sus abuelos. Ha muerto un curso, bautizaremos otro. Las campanas brillan y la gente se va a la playa. Felices vacaciones.