El caso Ibáñez: luces y sombras de un mito del cómic

Una campaña para otorgar el premio Princesa de Asturias al padre de Mortadelo enciende el debate sobre su figura

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Francisco Ibáñez con sus personajes Mortadel·lo y Filemón en la presentación del álbum 'El 60è aniversario'

A veces las campañas a favor de un autor las carga el diablo. El último ejemplo sería el de la plataforma para impulsar la concesión del Princesa de Asturias al dibujante Francisco Ibáñez, que en una especie de versión del efecto Streisand generó hace algunos días el efecto contrario: que unos cuantos autores de cómic y expertos en la materia levantaran la voz para posicionarse en contra del premio al padre de Mortadelo, un autor fundamental en la historia del cómic español.

La plataforma, anónima y desinteresada, ha presentado oficialmente la candidatura del dibujante y cuenta con miles de apoyos anónimos, pero también el de treinta europarlamentarios –encabezados por el socialista Ibán García–, la recién formada Sectorial del Cómic y los escritores Javier Pérez Reverte, Lucía Etxebarria y la última ganadora del premio Nadal, Ana Merino. No hay que buscar debajo de las piedras para encontrar fans acérrimos de uno de los dibujantes más queridos en España, mito incombustible todavía en activo con 84 años y que conecta con la memoria infantil de unas cuantas generaciones de lectores. Y, aun así, su figura está cada vez más cuestionada desde el propio sector del cómico a raíz de algunas prácticas profesionales que han salido a la luz en los últimos tiempos.

Uno de los primeros en abrir fuego contra Ibáñez fue, hace unos cuantos días, el dibujante gallego David Rubín, autor de obras como El héroe, que a pesar de reconocer que Ibáñez era “una parte indivisible” de su infancia y valorar positivamente que una campaña pidiera el Princesa de Asturias para un autor de cómic, se mostraba así de contundente: “Hoy Ibáñez representa no acreditar ni reconocer a los miembros de su equipo, relegados a la categoría de negros. Representa el plagio, copiar sin manías a otros autores y no querer admitir las evidencias. [...] Un Princesa de Asturias a Ibáñez, a mi entender, solo ayudará a legitimar las malas praxis que durante décadas fueron comunes en nuestra profesión”.

La mancha negra

Entre otras cosas, Rubín se refiere a la decepción que representó para muchos descubrir que Juan Manuel Muñoz hacía más de tres décadas que se encargaba de los acabados del dibujo a lápiz de Ibáñez y pasaba a tinta las historietas sin que su trabajo se acreditara en ninguna obra. La existencia de los ayudantes de Ibáñez era un secreto a voces entre los expertos y algunos círculos de forofos, pero públicamente el dibujante siempre había defendido que el trabajo lo hacía solo o había restado importancia al papel de los colaboradores, delimitando su aportación a épocas de picos de trabajo y refiriéndose a ellos como “gente que dibuja a las mil maravillas pero que son incapaces de crear nada ellos mismos”.

Pero en 2018, en una entrevista a la web cultural Canino, Muñoz habló de ello abiertamente: “Ibáñez me da el dibujo a lápiz bastante plantado. Yo lo perfilo, lo ajusto y lo redibujo buscando que las proporciones y el aspecto de los personajes sea cuanto más homogéneo mejor. [...] La fase siguiente es pasar a tinta las páginas, realzándolas y dándoles el mejor aspecto, pero manteniendo ese aire inconfundible del estilo de Ibáñez”. Muñoz también confesaba “no acabar de comprender” que el dibujante continuara manteniendo su presencia oculta: “No ha sido fácil para mí oír una y otra vez cómo negaba mi existencia. Quizás cree que decir públicamente que tiene un ayudante desde hace más de 35 años lo desmerece como creador. Es posible que algún día justifique la injusticia que ha cometido conmigo, que he dedicado toda mi vida profesional a sus personajes”.

Autoretrato de Francisco Ibáñez

La conmoción que causó esa entrevista hizo que el propio Muñoz pidiera a los responsables de Canino que se retirara de la web. Un año después, en 2019, Muñoz aparecía por primera vez acreditado en un álbum de Mortadelo y Filemón. Pero, para muchos, el reconocimiento llegaba demasiado tarde. “Durante los años 60 y 70, Ibáñez ya había tenido negros y asistentes, pero era un contexto diferente en el que se había doblado a las exigencias industriales de Bruguera –apunta el crítico y divulgador Álvaro Pons–. Pero no se puede entender que después continuara sin reconocer ni acreditar que tenía ayudantes. Sobre todo porque tener asistente en ningún momento ningunea el valor de su arte. Muchos de los grandes dibujantes los tenían: Hergé, Tezuka, Raymond... Pero negarlo en 2019 es, para decirlo en el lenguaje de Ibáñez, una actitud carpetovetónica". Actualmente, Juan Manuel Múñoz ya no entinta las historietas de Ibáñez.

Plagios 'a tutiplén'

Otra crítica que apuntaba Rubín es la de los plagios o inspiraciones de los que también se ha acusado a Ibáñez, más conocidos entre los forofos y más o menos justificados por el contexto en el que se produjeron: una Bruguera que presionaba a los autores –y sobre todo a Ibáñez– para producir por encima de sus posibilidades y que incluso los instigaba a apropiarse de ideas de mercados extranjeros como el francobelga. “Hay cosas que no se pueden obviar –afirma el crítico e historiador Gerardo Vilches–. Hay series enteras que son un catálogo de plagios de André Franquin, como El Botones Sacarino, inspirado en Sergi Grapes y vestido como Spirou.13 Rue del Percebe es una idea de Vázquez que después desarrolló Ibáñez. Y el diseño del primer Mortadelo es sospechosamente igual que el de Fúlmine, un personaje anterior del argentino Guillermo Divito. No compro el argumento de que esto era normal en la época. Si lo comparamos con Vázquez, Escobar o Jan, es evidente que Ibáñez tiene un volumen de plagios muy superior. Y en los 70 ya había dibujantes como Carlos Giménez que reivindicaban los derechos de autor”.

Antoni Guiral, uno de los grandes expertos y divulgadores de la Escola Bruguera, apunta sobre las apropiaciones de Ibáñez que se tiene que partir de la base que “no se trata de cómic de autor, sino de cómic industrial”, y que “había editores de Bruguera que llevaban revistas argentinas y belgas y les decían a los dibujantes que las copiaran”. Pero Guiral reivindica “la fuerza y el empuje” de la obra de Ibáñez: “A lo largo de su trayectoria demuestra ser un autor muy incorrecto políticamente, muchos de sus personajes son outsiders que no son nada ejemplares, como Mortadelo y Filemón, que no son solidarios entre ellos ni con los otros”. Guiral sí es favorable a la concesión del Princesa de Asturias a Ibáñez, sobre todo porque, matiza, la candidatura se ha presentado en la categoría de comunicación y humanidades. “Es un autor que se ha sabido comunicar como nadie y ha trascendido el ámbito del cómic con cuatro generaciones diferentes –justifica–. No hay prácticamente nadie en este país que no sepa quién es Mortadelo o Ibáñez, es un fenómeno social”.

Para Álvaro Pons también es clave la categoría del premio y se posiciona en contra de conceder a Ibáñez el Princesa de Asturias de las Artes porque considera al dibujante “la imagen de una industria y una manera de hacer cómics que no es compatible con lo que pensamos hoy que tiene que ser el arte”. Y con la autoridad de quien se ha leído “los más de 270 álbumes de Mortadelo”, añade que “a partir del 50” se le ven las costuras: “Es un autor que domina el gag como bien pocos, pero tiene un número limitado de gags. Representa una manera de ser que, sin quitarle mérito, no es el summum del arte del cómic”. En cambio, Pons no ve tan mal la concesión del Princesa de Asturias de comunicación y humanidades por la condición incuestionable que Ibáñez tiene como “autor más importante” de la historia del cómic español: “Nadie ha tenido tanto impacto cultural, mediático, social o económico. Hubo una época en la que sus creaciones representaban el 20% de los ingresos del cómic en España”.

Más allá de la memoria sentimental

Un viejo defensor de la candidatura de Ibáñez al premio es el periodista de La Razón Víctor Fernández, que lo ha reivindicado en algunos artículos de opinión y que subraya el papel de sus cómics a la hora de iniciar en la lectura diversas generaciones de niños y niñas. “Nos ha proporcionado a los lectores muchas horas de diversión, tanto a padres como hijos, y con todo es un autor sin premios internacionales –dice–. No tiene ni la Creu de Sant Jordi, y eso que es de Barcelona y también Mortadelo y Filemón”. Pero Vilches alerta precisamente del peligro de recurrir a la nostalgia para valorar los méritos de Ibáñez: “Que se pida el premio por los muchos ratos que todos hemos reído de pequeños con Mortadelo refleja una visión que no comparto, la que relega al cómic a un componente más de la memoria sentimental”.

Si la sectorial del cómic pedía el premio como “un reconocimiento al cómic español como medio cultural”, Vilches discrepa porque cree que Ibáñez “representa un sistema ya superado y caduco, un modelo de producción extremadamente abusivo” del cual, añade, el dibujante ha heredado “una serie de comportamientos y prácticas profesionales”. Además, no cree que un premio a Ibáñez sirva para visibilizar el cómico español: “En una entrevista le preguntaron por el panorama del cómic actual y contestó que ya no existía el cómic español, que solo quedaban él y Jan. Y creo que eso lo dice todo”. Sea como sea, la candidatura ya se ha presentado y el plazo para enviar apoyos y adhesiones se acaba el 24 de marzo. El autor de cómic más querido por los lectores no tendría que tener problemas para recibirlos a montones, a pesar de las reticencias de colegas y estudiosos.

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