El caso Julian Assange y la libertad de información

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Julian Assange, en libertad

El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha llegado este miércoles a Australia ya como un hombre libre tras el acuerdo al que llegó con los fiscales estadounidenses para aceptar un cargo por violación de la ley de espionaje. Assange ha pasado los últimos cinco años en una cárcel británica, y antes había pasado seis encerrado en la embajada de Ecuador en Londres mientras se enfrentaba a una pena de hasta 175 años de cárcel por revelar información reservada. Su crimen fue crear Wikileaks, un portal que, con la colaboración de diarios de todo el mundo, reveló hasta 250.000 cables diplomáticos que destaparon las prácticas de los estados, la doble moral de su política exterior y escándalos como los bombardeos de población civil en Irak. Assange facilitó que medios de todo el mundo pudieran publicar estas informaciones, y entonces se produjo un choque entre el derecho a la información y el derecho de los estados a proteger sus secretos. ¿Cuál debe prevalecer? Cabe subrayar que el argumento de que la filtración puso en riesgo la vida de personas sobre el terreno nunca se ha demostrado.

Es evidente que Assange ha pagado un alto precio por defender el derecho a la información, pero lamentablemente el mensaje que lanza todo el asunto es incuestionable: quien se atreverá a publicar a partir de ahora nada que afecte a la reputación y la seguridad de los estados, aunque sea objetivamente una noticia, porque sabe que se arriesga a ser encarcelado de por vida. La libertad de Assange es una buena noticia y lo celebramos por él y por su familia, pero tampoco ha sido una victoria de la libertad de información ni del periodismo. El intento de Wikileaks de inaugurar una nueva era de transparencia en el ámbito de las relaciones internacionales, de lanzar el mensaje a los estados que no podían situarse al margen del escrutinio de los periodistas, no está nada claro que haya triunfado, sino lo contrario. De hecho, en estos años que Assange ha estado fuera de circulación, las amenazas a la libertad de prensa no han hecho más que crecer en muchos países, y cada día vemos intentos, por parte de líderes populistas, de desacreditar al periodismo como pilar de la democracia.

Para acabar con Wikileaks, el gobierno de Estados Unidos ha traspasado todas las fronteras, incluso la de querer aprovechar una acusación contra Assange por violación en Suecia, un caso que finalmente fue desestimado, por intentar extraditarle en secreto. Por suerte el activista se negó siempre a viajar a Suecia. Lo que nos enseña este caso es que los estados profundos, los deep states, son fosas sépticas que, con la excusa de velar por la seguridad de todos, no dudan a la hora de incumplir la leve y violar derechos. En las películas puede quedar muy atractivo, pero en la realidad todo resulta mucho más inquietante. En democracia no puede haber zonas oscuras, áreas fuera de control, porque es una puerta abierta a los abusos de todo tipo. Y la función del periodismo es exactamente esa: descubrir y denunciar esos abusos. Esto es lo que hizo Assange, y es el motivo por el que ha sido perseguido y vilipendiado.

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