El catalán en Europa: ¿esta vez sí?

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El Parlamento Europeo

De las lenguas minoritarias de Europa, el catalán es la más hablada. Se da la paradoja que ahora hay 5,5 millones de europeos que tienen el inglés como lengua oficial en su país (en Irlanda y Malta), mientras que 14 millones de europeos tienen el catalán reconocido como oficial en su territorio (de ellos, unos 13 millones lo entienden, cifra que representa un 25,2% del total de habitantes de España).

La aspiración de que el catalán sea lengua oficial en Europa se remonta al ingreso de España en la UE en 1986, cuando ya hacía un lustro que Cataluña tenía un gobierno autónomo, con Jordi Pujol, europeísta convencido, al frente. Durante décadas Cataluña fue una de las regiones más europeístas del continente. Pero no hubo premio: los partidos estatales españoles no solo nunca ayudaron, sino que jugaron claramente en contra, una posición que prácticamente no ha variado. Hasta ahora. En plena resaca del proceso independentista, la aritmética parlamentaria ha abierto una ventana de oportunidad que ha traído un giro de 180 grados del PSOE de Pedro Sánchez con el objetivo de obtener el apoyo de ERC y Junts a su investidura. Lo que parecía imposible comienza a ser realidad.

De momento, el catalán (junto con el vasco y el gallego) pasarán a ser idiomas de uso normal en el Congreso. Habrá costado casi medio siglo de democracia. Los dos partidos independentistas también exigen que la UE adopte el catalán como lengua oficial a todos los efectos. Y el gobierno de Sánchez ya ha declarado estar dispuesto a pagar el coste que esto suponga, un detalle no menor pero tampoco suficiente. La urgencia para conseguir la aprobación puede chocar con reticencias de otros estados, en especial los multilingües, entre ellos Francia, Alemania o Bélgica. El martes de esta semana tendremos las primeras respuestas de hasta qué punto el camino será cuesta arriba. En cualquier caso, el cambio es sustancial. Se ha roto un tabú en las Cortes y se empieza a romper en Europa.

Los argumentos para la oficialidad del catalán en Europa son sólidos. Aparte del aspecto cuantitativo –hay una decena de las 24 lenguas oficiales que tienen menos hablantes: como mínimo el letón, el maltés, el irlandés, el danés, el finlandés, el eslovaco, el croata, el lituano, el esloveno y el estonio–, existe la fuerza cultural de un idioma que ha ido ganando presencia internacional gracias a su literatura, sobre todo a partir de la Feria del Libro de Frankfurt de 2007, cuando fue cultura invitada. Los Juegos Olímpicos de 1992 ya habían puesto el catalán en el mapa y, en otra dimensión, ha pasado lo mismo en la última década con el movimiento independentista. Todo ello ha dado carta de reconocimiento cultural, cívico y político al catalán. La anomalía que no se dejara hablar en las Cortes españolas quedará ahora superada y ya no será un freno para dar el salto en las instituciones europeas. Con el reconocimiento de la lengua propia, también se recuperaría un europeísmo catalán que había ido a la baja y, por supuesto, supondría un aval y un impulso práctico y legal para su uso cotidiano, desde la escuela hasta el mundo económico y el comercio.

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