El catalán merece una nueva oportunidad

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BarcelonaEl catalán es patrimonio de todos: es una riqueza cultural y comunicativa. Toda lengua es un tesoro y expresa un universo plural. Perder una lengua es empequeñecer la humanidad, así como perder una especie animal o natural es empobrecer el planeta. El valor de las lenguas no depende del número de hablantes. Para los que la hablan, la suya es la que los conforma, la que los connecta con los orígenes, la que les da confort. Los idiomas acostumbran a tener un territorio de referencia. En los territorios de habla catalana, después de unos años de recuperación con el advenimiento de la democracia, el catalán ha vuelto a retroceder, en especial en los últimos 20 años. En concreto, en 2018 solo un 36,1% de los catalanes decían que tenían el catalán como lengua habitual, mientras que en 2003 lo decían un 46,0% de los ciudadanos.

Este retroceso es especialmente acusado entre los jóvenes, sobre todo, por ejemplo, los de la capital. En Barcelona solo un 19,6% de los que tienen entre 15 y 29 años tienen el catalán como lengua habitual. Según la sociolingüística, una lengua corre peligro cuando en una comunidad la utiliza menos del 30% de sus miembros. Por lo tanto, sí, hay motivos de preocupación. Hay razones para poner manos a la obra, sin alarmismos innecesarios y sin caer en la trampa de la guerra de lenguas que han promovido incansablemente quienes han querido problematizar el catalán y victimizar el castellano.

En un mundo globalizado y en una sociedad abierta como la catalana, la riqueza y pluralidad de lenguas no ha sido ni es un problema. Al contrario. Ayudar a recuperar su lugar a la lengua minorizada, históricamente perseguida, es una causa noble y justa. Así se entendió durante la Transición. Hoy, con nuevas bases, hay que volver a crear un gran consenso que acabe con el absurdo y artificial relato de la confrontación. A pesar de los envenenamientos mediáticos persistentes, la convivencia lingüística es buena. El castellano no está ni perseguido ni en peligro. La evidencia de la calle dice que el idioma al que hay que ayudar es el catalán, que sufre los efectos de un bilingüismo diglósico, con la consiguiente disminución de hablantes, y de una legislación estatal que lo relega.

Se trata, pues, de que recupere un espacio de confort y de que sea visto y valorado como lo que es: una riqueza a compartir. Se trata de despolitizar la lengua, de hacerla útil y presente en todos los campos: laboral, judicial, mediático, cultural, educativo. Al fin y al cabo, si los jóvenes no la adoptan es porque los adultos tampoco la hacen suya. Son vasos comunicantes. Hay, sin duda, déficits evidentes en el audiovisual y la cultura juvenil, en las redes, la música, el cómic... Y también hay que repensar el catalán en la escuela. Hace falta, en definitiva, volver a poner la realidad del catalán sobre la mesa, sin prejuicios ni tabúes, pero también sin miedo. 

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