Familia

Dejemos de comparar a los hermanos

La comparación es limitante, es necesario potenciar las aptitudes de cada uno para obtener su mejor versión

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“Mi hijo pequeño, Roger (13 años), es un ángel, pero el mayor no tiene nada que ver, convivir con Albert (15 años) es difícil, se nos hace una montaña”, reconoce Roser. Tanto ella como el padre de las criaturas, Marc, saben que no deberían compararlos, pero admiten que les resulta complicado no hacerlo, “porque constantemente ves que todo podría ser más fácil y, en cambio, el afán de Albert para ir a contracorriente, nos saca de quicio”, explica el padre. Comenta que lo peor es la convivencia, académicamente todo funciona, pero en casa no hace absolutamente nada, ni la cama, ni poner la mesa, ni echar la ropa al capazo hasta que pasan tres o cuatro días. "Hábitos que tenía incorporados, pero desde que es adolescente todo ha ido hacia atrás", lamenta Marc.

Qué ocurre cuando hay comparaciones

Cuando uno de los hermanos responde al perfil de hijo perfecto, se tiende a la comparativa. Esto hace que muchas veces, el resto de hermanos o quienes muestran algún tipo de dificultad, no se sientan suficientes capacidades e incluso se autolimiten. La comparación es limitante, alimenta la etiqueta de soy tonto, no puedo o el otro es mejor que yo para lo que sale peor parado, que simulará que pasa de todo, que no le interesa o no quiere, para disimular de forma inconsciente su insuficiencia asumida. “A pesar de que cuesta sacar esta creencia limitante, se puede”, asegura Carme Bartomeu, madre de gemelos adolescentes, docente en Jesuïtes Sarrià Sant Ignasi, y creadora del programa educativo Educalmo. Para conseguirlo se debe trabajar la conexión con sus hijos, recordarles que pueden cambiar, aprender estrategias y mejorar resultados. Bartomeu propone ayudar a sus hijos con preguntas potenciadoras, que les ayuden a mejorar su autoconocimiento, la confianza en sí mismos y la tolerancia a la frustración. Considera que los castigos no son muy útiles, "no harán que de repente estudien más u optimicen resultados".

Las comparaciones entre Albert y Roger han hecho que uno sea muy consciente de lo que hace mal y el otro de lo que hace bien. Lo que recomienda Estrella Ferreira, profesora de psicología de la UB, es que la familia sea consciente de que cada hijo es diferente, de ahí la importancia de fijarse en los puntos fuertes de ambos, sobre todo de quien no tira tanto y buscar la razón por la que esto ocurre. Madres y padres deberían tener muy interiorizado que todo el mundo es único e irrepetible, es necesario educar a cada uno en función de lo que necesita. Por Bartomeu pasa como con las plantas, una demanda mucha agua y sol, otra sombra y poca agua: “No hay recetas mágicas, se trata de darles lo que necesitan para conseguir su crecimiento integral para ser su mejor versión”. Explica que un hijo puede no sacarle excelentes y tener otras inteligencias múltiples y potenciales muy valiosos. Cuando los adultos no comparan a los hermanos, contribuyen a que ellos tampoco lo hagan, y aprendan a poner en valor los puntos fuertes del otro.

Ferreira también propone dedicarles tiempo en exclusiva a unos y otros porque cuando están juntos se evidencian más las diferencias pero, por separado, no están tan claras y se tiende menos a la comparativa. Es habitual que si uno de los hijos tiene dificultades o le cuesta más ser autónomo, los padres acostumbren a volcarse más con él y le dediquen más tiempo, “esto hace que el resto puedan sentirse abandonados. De ahí la importancia del tiempo en exclusiva en la medida de lo posible. Suele ser complicado encajarlo en la logística familiar, pero es imprescindible para su buen funcionamiento”.

Resistirse a la tentación de comparar

Para Sofía Vila, psicóloga clínica de la Fundación JOV , hay que diferenciar si se trata de niños o adolescentes. Con los más pequeños debería potenciarse su don, que cada uno se pueda desarrollar según su esencia y habilidades. Sin embargo, con los adolescentes también entra en juego la confianza. Es una etapa en la que se cuestionan mucho su identidad, tienen dudas de sí mismos, por eso es importante que se crea en ellos. Lo que propone Vila es lo siguiente:

1. Observar las habilidades y aptitudes de cada hijo y darse cuenta de dónde y cómo se sienten cómodas. Potenciar que cada uno tenga su espacio con el que se sabe bueno y contemplar la posibilidad de que ayude a los demás hermanos.

2. Pedirles ayuda en aquellas actividades que son especialmente hábiles, y animarles a crecer en las que de entrada no dominan tanto.

3. Estar presente, compartir espacios y acompañarlos, entendiendo que cada hijo requiere cosas distintas. Preguntarles qué necesitan sin dar por sentado que sabemos a ciencia cierta lo que es.

4. A los adultos le corresponde el rol de guía desde el compromiso en su bienestar y la capacidad de entender el desarrollo identitario de los hijos desde la libertad.

5. Confiar en los hijos adolescentes y las elecciones con las que se identifican. Aunque quizás no se coincida, si lo que eligen los hijos no es perjudicial para ellos, es mejor que los adultos les den la oportunidad de hacerlo a su manera.





La relación entre hermanos

“Quizás la edad tiene algo que ver, pero desde que Albert y Roger son adolescentes discuten más que hace unos años”, apunta la madre. Maria Helena Tolosa, psicopedagoga y artista (@viure_iconviure), entiende que estos problemas entre hermanos son fruto de la mirada de los padres: “Cuando comparan mucho puede aparecer la envidia porque el otro hermano tiene un valor ante los padres que él no tiene, y también los celos porque no se siente suficientemente amado”. Explica que la comparación supone no respetar la individualidad de cada hijo, y especialmente en la adolescencia si alguien no se ha sentido suficientemente reconocido, si lo siguen comparando y la comparación le deja en mal lugar, afecta directamente a la construcción de su identidad y la autoestima. Argumenta que si los padres están atentos a las diferentes necesidades y ayudan a cubrirlas, los hermanos dejan de rivalizar y competir, desaparece la envidia y los celos, “porque cuando un hijo siente atendidas sus necesidades, deja de estar pendiente de los otros hermanos”, dice Toulouse.

Hay dinámicas que pueden enriquecer la relación entre hermanos, cómo aprovechar las habilidades de uno para que ayude al otro, darles la posibilidad de convertirse en guía del hermano en lo que tienen más aptitudes: “Permitir que a lo que le hacen sombra pueda hacer de trampolín al otro. En función de sus personalidades también puede ser interesante fomentar que sus círculos sociales estén diferenciados, para que todos puedan encontrar su espacio y sentirse a gusto”, propone Bartomeu.

La llegada de las notas

Sobre el momento de las evaluaciones, cuando existen diferencias notorias, es mejor revisarlas por separado para evitar así las comparaciones. Y siempre merece la pena poner más en valor el esfuerzo que el resultado final, sobre todo porque hay niños y jóvenes que en función de sus capacidades, es posible que no les resulte favorable la pedagogía del centro, como evidencian las calificaciones. A la hora de afrontar los encuentros familiares y las típicas preguntas de ¿Cómo te va a la escuela? Los padres juegan un papel determinante para redirigir el foco de las preguntas, centrándose menos en las calificaciones y proponiendo que explique qué es lo que más le gusta, en lugar de hablar de notas. Se les puede preguntar sin que tengan la sensación de que se les está evaluando.

Si ha habido un acompañamiento continuado, es difícil que haya sorpresas al llegar las evaluaciones. Casi no hace falta comentarlas, “ya ​​sabíamos más o menos qué pasaría porque hemos hablado de ello a lo largo del trimestre. La escucha activa y la comunicación efectiva en casa es la clave. Podemos saber qué les preocupa, dónde se atascan, qué les va mejor, y buscar estrategias juntos”, asegura Carme Bartomeu.

Cuando los hijos suspenden debemos preguntarnos qué queremos, derrumbarlos o motivarlos? Decirles Ya te lo decía que no hacías suficiente, no les ayudará. Sin embargo, si se les plantea qué pueden hacer a partir de ahora, se les invita a buscar soluciones. “Les ayuda saber que los padres están apoyándoles, y recordarles que si quieren superar una situación, tendrán que hacer algo diferente para cambiarla. Tienen que querer hacer el cambio, de nada sirve intentar imponerlo”, recuerda Bartomeu, y añade que padres y madres deben encontrar el estilo educativo con el que se encuentran cómodos, pero vale la pena tener presente que se obtienen más resultados educando en la confianza, aunque sea más difícil, educando con calma, amabilidad y firmeza, desde la libertad y respetando los tempos de cada hijo. Cuando ya son adolescentes, apuesta por invitarles a la reflexión, despertar la motivación intrínseca, preguntándoles cómo quieren verse dentro de un par de años.

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