Homenotes y danzas

La desconocida y pionera reina de Wall Street

El humanismo de la empresaria Hetty Green dejó huella en la edad dorada de la bolsa de Nueva York

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La empresaria americana Hetty Green (1834-1916).

BarcelonaLa idea que Hollywood nos ha transmitido de Wall Street, el distrito financiero de Manhattan, está muy relacionada con la obsesión por el dinero, la avaricia al límite y la carencia de escrúpulos. Pero mucho antes de todo esto una mujer logró multiplicar su patrimonio manteniendo siempre un perfil austero hasta el extremo, al tiempo que mostrando una gran generosidad durante los momentos de crisis.

En este caso no hablamos de alguien que llegara a la cima de los negocios viniendo de un origen humilde, porque la realidad es que los padres de Hetty Green (1834-1916) eran cuáqueros ricos y formaban parte de las élites de Nova Inglaterra (la familia era de Massachusetts, pero acabaron mudando a Nueva York por los negocios). La fortuna familiar venía sobre todo por el negocio ballenero que tenía su padre, además de dedicarse al comercio internacional. De pequeña, Green se reveló como una niña prodigio de las finanzas, hasta el punto de que a los trece años ya llevaba la contabilidad de los negocios familiares.

Si algo caracterizó a Green desde joven fue la voluntad de ser libre y de romper con los convencionalismos sociales: no le gustaba nada aparentar, gastaba mucho menos de lo que se podía permitir –la vida de rico no hacía para ella– y rechazó los ofrecimientos de sus padres por casarse. Esto último, casarse, no lo hizo hasta que estuvo plenamente convencida, después de ignorar reiteradamente las presiones familiares y pasados ​​los treinta años de edad, bastante más tarde de lo que era normal en la época para la gente de su estatus social.

La muerte del padre a una edad prematura le permitió gestionar con total libertad el patrimonio familiar. Al casarse, estableció una cláusula equiparable a lo que conocemos como separación de bienes, algo inusual en la época. No sólo gestionó la fortuna con gran acierto, sino que entró como operadora en la bolsa de Nueva York. Más allá de la obviedad de comprar barato y vender caro –práctica que llevaba a cabo con un acierto asombroso–, Green siempre dijo que para hacer crecer un patrimonio lo más importante eran la astucia y la persistencia, factores que ella poseía en abundancia. Invertía en inmobiliario, pero también en acciones de empresas, sobre todo ferroviarias.

Buena parte de la carrera como inversora profesional de Green coincidió con lo que los americanos llaman la Gilded Age, es decir, la edad dorada de la economía del país (1865-1904). Antes hemos hablado de generosidad, y venía a cuento porque a diferencia de lo que hubieran hecho la mayoría de magnates de las finanzas, cuando se produjeron crisis financieras, Green prestó dinero a un interés razonable y no de usura –como podría haber hecho– tanto a las administraciones públicas como a inversores privados, especialmente a los que se vieron atrapados en el pánico financiero de 1907.

Mala prensa

Por su carácter singular, proliferaron un gran número de leyendas urbanas que probablemente son exageraciones o directamente invenciones: escasa higiene, codicia hasta el límite, mezquindad e incluso que siempre llevaba un arma encima porque creía que conspiraban contra ella. En cambio, la prensa no solía abombar todas las acciones que podrían calificarse como positivas y que no encajaban en un magnate de aquella época, como es el caso del apoyo que dio a los trabajadores del tranvía de Nueva York durante la huelga que convocaron en 1895. Parece que las falsedades fueron el precio que tuvo que pagar por vivir a su manera.

Aunque murió como la mujer más rica de América, su austeridad proverbial la practicó hasta las últimas consecuencias, porque en los últimos años de su vida ocupó un apartamento modesto de Hoboken, una ciudad de New Jersey situada relativamente cerca del barrio neoyorquino de Chelsea, pero al otro lado del río Hudson. Muchos de sus conocimientos y consejos financieros quedaron recogidos en el libro que publicaron Boyden Sparkes y Samuel Taylor Moore casi dos décadas después de la muerte de Green, y que llevaba por título The witch of Wall Street (La hechicera de Wall Street).

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