Patrimonio de agua dulce

Ha devuelto el agua a la cascada de Gaudí

El jardín del Museo de las Aguas de Cornellà

La cascada de Gaudí en el Museo de las aguas de Cornella.
31/07/2025
3 min

El joven arquitecto Antoni Gaudí hacía "pequeñas obras", como la reforma del teatro de Sant Gervasi. O la Casa Vicens. De esta preciosa residencia de veraneo del barrio barcelonés de Gràcia, hoy Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, diseñó una cascada de obra y cerámica, con un arco parabólico. El agua caía entre la vegetación hasta un pequeño estanque, que servía de lavadero. Algunos se bañaban (tristemente, una niña pequeña se ahogó). Pero el jardín se empequeñeció a causa de la presión inmobiliaria y la cascada fue derribada en 1945. También desapareció una pequeña capilla.

"En la Casa de la Villa de Gràcia estaban los planos originales de la Casa Vicens. En mi despacho hicimos una reunión para explorar las posibilidades de reconstruir la cascada", me cuenta Daniel Giralt-Miracle, historiador y crítico de arte, especialista en Gaudí. "Inocentemente presenté la propuesta en Aigües de Barcelona, y enseguida me dijeron que sí", recuerda Daniel. La nueva cascada se instaló en el Museu de les Aigües, ubicado en la Central Cornellà, que desde 1909 capta agua y la bombea hacia Barcelona y el área metropolitana. La cascada es uno de los principales atractivos del jardín del museo. Está hecha con 27.000 ladrillos y 3.000 ladrillos. Tiene las mismas dimensiones y se hizo con las mismas técnicas y materiales que el original. Incluso se respetó el "ritmo de los ladrillos": se sabía cuáles se ponían primero y cuáles después. Tan sólo hay una diferencia: ahora se reaprovecha el agua (un circuito cerrado evita su desperdicio). ¡Ah! Y allí –en la Casa Vicens– le llamaban fuente, y aquí –en el jardín del Museo de las Aguas– se le llama cascada.

Estoy ahora delante de la cortina de agua que cae de esta magnífica cascada, que durante unos años ha estado seca. El confinamiento causado por la Covid-19 hizo cerrar el museo unos meses, pero el cierre se prolongó para realizar reformas. Y la persistente sequía hizo el resto: la cascada ha estado unos años sin funcionar. Hace unas semanas ha "renacido". Sólo viéndola y oyendo su sonido ya me refresca.

Justo detrás de la cascada hay un gran depósito de agua. Se hizo sin ningún criterio estético. Pero esa carencia se ha corregido. Se han incorporado unas cuantas iniciativas: en una cara –la trasera de la cascada– hay un jardín vertical, y otra cara está forrada de pequeñas láminas de aluminio, que cuando viento se mueven simulando olas. Además, la cima del edificio se aprovecha ahora: hay placas solares.

El jardín del museo, tiempo atrás no visitable, ha ido ganando protagonismo, como los balcones de muchas casas durante el confinamiento de la pandemia de la covid, las playas de Barcelona o el desván de algunos hogares. Merece la pena visitarlo. No es que complemente la visita al museo, no: es una parte esencial.

Es probable que si pasea por el jardín vea jardineros trabajando. Es un espacio muy cuidado. No sorprende que se encuentren el mar de bien numerosos animales: conejos, búhos, martinetes que vienen del río Llobregat... Y un montón de árboles frutales: melocotoneros, manzanos, mandarinos, naranjos, limoneros y ciruelos. Incluso encontrará un árbol que hace mandarinas y limones –¡sí, sí, ambos frutos!–. Al lado de un eucalipto –árbol que necesita mucha agua; ya no se instala en el espacio público– hay otra de las principales "piezas" del jardín. Se trata de una bomba de vapor de extracción de aguas vertical, soportada con columnas clásicas, conocida como capilla. "Fue fabricada por la empresa catalana Alexander Hermanos en 1894 y fue una de las protagonistas de la llamada «revolución del agua» en Barcelona; incorporó una tecnología que permitió modernizar el sistema de captación y suministro de agua", me cuenta David Rovira, historiador del Museo de las Aguas.

Me acerco a uno de los pozos del jardín. Se oye ruido de agua, señal de que está funcionando. Es un pozo de 1936, de estilo racionalista. "Los pozos van a buscar agua abundante y de calidad al inmenso acuífero que hay aquí debajo. Rompen la capa de arcilla", me explica Marta Soler, responsable de actividades educativas del museo, que también nos acostampaña.

El pozo "estrella" del jardín, del año 1909, del estilo de la arquitectura de hierro, fue construido por la empresa francesa Fives-Lille, que, entre otras obras, construyó los ascensores de la Torre Eiffel. Baja hasta treinta metros de profundidad. Inicialmente extraía unos 400 litros por segundo. Tiempo atrás buena parte de Barcelona bebía del agua de este pozo.

Una chimenea de cincuenta metros de altura

La central de extracción y bombeo de agua de Cornellà de Llobregat fue diseñada por el arquitecto Josep Amargós Samaranch.

Desde 2004 acoge un magnífico museo que ofrece una mirada pluridisciplinar del agua (tecnológica, científica, histórica y ambiental).

La adecuación de la Central Cornellà para albergar el museo fue dirigida por los arquitectos Carles Buxadé y Joan Margarit, también poeta. Uno de los elementos más llamativos –el más alto– es una chimenea que alcanza los cincuenta metros de altura.

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