Cuando el dinero te quema en las manos: así se crea una hiperinflación
La Alemania de los años 20 es el gran ejemplo histórico de las subidas masivas de precios, que hoy afectan a países como Argentina o Turquía


BarcelonaDesde el final de la pandemia, ya raíz de la invasión rusa de Ucrania, la inflación ha vuelto a la vida de los ciudadanos después de casi dos décadas sin hablar demasiado. En Catalunya, la inflación, o el ritmo de crecimiento de los precios de bienes y servicios de consumo, creció de golpe sobre todo en 2021 y 2022, pero volvió a moderarse a partir de 2023. A pesar de la moderación inflacionaria, gobiernos, bancos centrales y agentes económicos hicieron saltar las alarmas ante una posible espiral inflación.
Una hiperinflación es una inflación sin control, en la que los precios crecen de tal modo que las autoridades monetarias del país ya no pueden controlarlos hagan lo que hagan. Desde un punto de vista puramente técnico, actualmente la mayoría de economistas consideran que puede hablarse de hiperinflación cuando los precios crecen un 50% mensualmente, lo que sitúa la tasa anual por encima del 8.500%. Todo lo que esté por debajo de estas cifras se trata como una inflación muy elevada, pero no descontrolada.
Es decir, cuando en el verano del 2022 algunos economistas hablaban de riesgo de hiperinflación cuando los precios en España crecieron a una tasa interanual algo por encima del 10%, estaban faltando por completo a la verdad si se toma la definición técnica de inflación. Incluso en los casos más extremos del último episodio inflacionario en Europa, como el de Estonia, donde la inflación fue superior al 20% durante bastantes meses, estuvieron muy lejos de alcanzar el 8.500% que marcan los economistas.
Ahora bien, en lenguaje más coloquial –también entre economistas– se habla de hiperinflación en casos de subidas continuadas de precios que dificultan de forma clara la vida de los ciudadanos, erosionan rápidamente sueldos y ahorros y hacen que los gobiernos tengan problemas para frenarlas a corto plazo, pero todavía pueden llegar a controlar. Por ejemplo, el Foro Económico Mundial la define como "inflación increíblemente rápida", mientras que Ernest Pons, profesor de economía de la Universidad de Barcelona, lo define como aquella situación en la que un estado "pierde el control" del valor de su moneda y "el dinero arde en las manos" de los consumidores porque pierde valor muy rápido.
Actualmente, Argentina y Turquía son los países donde más crecen los precios. En 2023, los precios en Argentina crecieron un 211%, mientras que Turquía lleva varios años con tasas de entre el 40% y el 70%. "Cuesta hablar de hiperinflación, porque no da la sensación de que no puedan ser controladas", apunta Pons sobre estos dos países.
Las causas de una inflación como la de Argentina o Turquía pueden ser "muy diversas", dice Pons, pero se pueden resumir en tres. La primera causa es un déficit exterior demasiado elevado que derrumbe la moneda. Cogiendo el ejemplo reciente de Argentina, se explica así: la sequía y la pandemia derrumbaron las exportaciones argentinas de cereales y petróleo. Por tanto, la demanda del peso argentino en los mercados de divisas también cayó y, por extensión, el tipo de cambio. Esto tuvo dos efectos: por un lado, la carencia de exportaciones inició una crisis económica (los sectores exportadores tienen menos negocio) y, por otro, la depreciación de la moneda encareció las importaciones. Por tanto, el precio de todos los productos fabricados en otros países, que en el caso de Argentina son la mayoría, se empezó a disparar.
La segunda causa puede ser un endeudamiento demasiado grande del gobierno en divisas extranjeras. Como en Argentina, donde el gobierno arrastra una deuda importante en moneda extranjera (normalmente en dólares estadounidenses), el coste de devolver esta deuda se eleva porque necesita más pesos para obtener dólares. Esto obliga al gobierno a subir impuestos, lo que puede tener un efecto aún más inflacionario si se incrementan tributos sobre bienes de consumo, como el IVA. Esta situación también se produce en Turquía, donde una mezcla de deuda exterior y caída del comercio internacional ha desplomado la lira, la divisa nacional, encareciendo las importaciones en el país empujando los precios al alza.
La tercera es cuando un gobierno o un banco central decide crear dinero sin control, por ejemplo para pagar su deuda. Éste fue el caso de Alemania en 1923, seguramente el episodio más conocido de hiperinflación en Europa. "Los gobiernos ahora saben que no pueden crear dinero" sin limitación alguna, recuerda Pons.
El caso alemán
En el caso de Alemania en 1923, la raíz se encuentra en las reparaciones que impusieron al gobierno germánico los países ganadores de la Primera Guerra Mundial, que había terminado en 1918. Ante la necesidad de pagar estas reparaciones en especies, Berlín empezó a comprar oro pagando un precio más alto en los mercados alemanes de lo que va realmente. Cuando no tuvo más oro, hizo lo propio con las monedas de los países a los que tenía que pagar. "Esto es inflacionario", dice Albert Carreras, catedrático de historia económica de la UPF, porque reduce el valor del marco respecto al oro oa las demás divisas.
A esto hay que añadir que, cuando Alemania se retrasó en el pago de las reparaciones, en enero de 1923 Francia y Bélgica ocuparon militarmente la región del Ruhr, donde se producía buena parte del carbón alemán, para quedárselo y compensar así el retraso de los pagos. La respuesta de los mineros alemanes fue una huelga, y la del gobierno alemán, emitir dinero para pagar el sueldo de los mineros.
Además, en los años 20 EEUU impuso aranceles y restringió el acceso a la inmigración, lo que tuvo un impacto en Europa y en particular en Alemania, ya que el comercio internacional cayó, lo que también tiene un efecto al alza sobre los precios. Por último, con todo ello, la economía alemana "cortocircuitó" y la inflación se disparó hasta niveles impensables, del 1.020.000.000.000% (1,02 billones por ciento). La moneda se devaluó tanto que llegaron a imprimirse billetes de cinco, cincuenta y cien billones de marcos, hasta el punto de que, a efectos prácticos, el dinero tenía el valor sólo del papel donde estaban impresos y los niños los utilizaban de juguetes. La situación era tan extrema que los ciudadanos iban a correr literalmente en las tiendas porque la moneda perdía valor en cuestión de minutos.
El final de la impresión de más marcos y el Plan Dawes (acordado por los aliados y Berlín) permitieron estabilizar de nuevo la moneda y los precios en 1924.
Se cita a menudo la hiperinflación como una de las causas principales del auge del nazismo,19 3, diez años después del pico inflacionario. Pero los efectos fueron muy profundos porque –recuerda Carreras– "empobrecieron a todo el mundo, pero sobre todo a las clases medias", que perdieron los ahorros y fueron la gran base electoral de Adolf Hitler, que supo explotar su indignación.
Impacto hasta nuestros días
El impacto de aquellos episodios en el carácter de la sociedad alemana y en las políticas económicas defendidas por el establishment empresarial del país todavía perdura de forma profunda hoy en día. Alemania es el país que más se opone a cualquier política monetaria de tradición keynesiana –sobre todo de los bancos centrales– con argumentos basados en un miedo a la inflación que a veces rebasa la racionalidad. Por ejemplo, en 2011, cuando la economía europea apenas salía de una dura recesión provocada por el crack financiero de 2008, el Banco Central Europeo (BCE) incrementó dos veces los tipos de interés por frenar un ligero repunte de la inflación causado principalmente por el encarecimiento del petróleo a raíz de las revueltas de la Prima. Ambas subidas, impulsadas sobre todo por las presiones del Bundesbank alemán y otros países del centro de la zona euro, hicieron recaer a la UE en una nueva recesión, que afectó aún más fuertemente a la periferia del continente.
Alemania, pues, es el estado de la eurozona que más se opone al papel del BCE como prestamista de última instancia de los gobiernos, un rol que en los países anglosajones o en Japón está perfectamente aceptado por todos: el gobierno interviene en los mercados de deuda comprando o vendiendo bonos para garantizar la liquidez es del estado. La idea de que el banco central pueda crear dinero de la nada para prestarlo a las administraciones, una de las causas de las hiperinflaciones de los años 20, provoca mucho nerviosismo en amplias capas de la sociedad germana, aunque se haga de forma controlada.
La otra cara de la moneda es la obsesión alemana por el déficit público: como el banco central no puede crear dinero ni dedicarse a comprar deuda pública, los gobiernos deben dar prioridad a mantener saneadas las arcas públicas, ya que si se endeudan demasiado no hay ninguna institución de apoyo al gobierno para reducir el pasivo acumulado.
Hungría, Venezuela y Zimbabwe
El episodio alemán puede ser el más conocido y estudiado, pero no el más fuerte: la hiperinflación más intensa de la historia fue la de Hungría en 1946, durante la ocupación soviética del país después de la Segunda Guerra Mundial y la instauración de la inestable Segunda República (que terminó abolida por la fuerza por Moscú) y sustituida por un régimen comunista. En el momento más álgido del episodio inflacionario, los precios de los productos se doblaban en menos de 15 horas. En julio de ese año, la tasa anual de crecimiento de los precios alcanzó la absurda cifra del 41.900.000.000.000.000% (41.900 billones por ciento).
De hecho, los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial estuvieron marcados por fuertes incrementos de precios en varios países afectados por el conflicto, como China o Grecia. La antigua Yugoslavia en 1994, durante la Guerra de los Balcanes, o Zimbabue en 2008, son ejemplos más recientes de hiperinflaciones: en ambos casos los precios se doblaban en dos días. Y en los últimos años tenemos el ejemplo de Venezuela, donde en 2018 los precios crecieron de media un 1.000.000% (un millón por ciento), según el banco central del país.
Empezar de cero
¿Qué soluciones puede haber frente a inflaciones de este tipo? Al final, la "única solución" si los ciudadanos pierden la fe en el valor de su moneda es crear una nueva desde cero, recuerda Pons. "Hacer un reset", añade.
Otra salida, aunque según Pons es más "arriesgada", es adoptar una moneda extranjera, ya sea directamente o mediante un tipo de cambio fijo, como hizo Argentina en un episodio anterior. Esta opción tiene el problema que comporta "ceder soberanía" a otro país, ya que se depende de una glar el problema, sobre todo cuando los ciudadanos ya acumulan dólares porque su moneda no vale nada.