El directivo catalán que diseñó el monopolio del petróleo
El ingeniero y naturalista Josep Maluquer pasó por todas las grandes empresas catalanas de su época
A principios de verano del año 2022, dedicamos uno de estos perfiles a un personaje fundamental de la historia de la industria petrolera. Se trataba de Henri Deterding, líder indiscutible de la Royal Dutch durante casi cuatro décadas. Un día de 1930, Deterding recibió en su mansión de Ascot –vecina del Castillo de Windsor– a un directivo catalán de la Campsa, la compañía titular del monopolio peninsular del petróleo. El encuentro, entre faisanes, una legión de sirvientes y licores diversos sirvió para asegurarse el abastecimiento de crudo para la Campsa y, de paso, para estabilizar la divisa española en los mercados internacionales. ¿Quién era ese directivo catalán con tanta influencia?
- Directivo de empresas
El personaje en cuestión era Josep Maluquer Nicolau ya sus espaldas tenía una larga carrera profesional. Mientras estudiaba ingeniería, fundó junto a su hermano la Institución Catalana de Historia Natural” (1899) para dar cabida a una de sus pasiones, el estudio de las especies animales. Una vez licenciado, se instaló en Hamburgo (Alemania) para mejorar su alemán mientras trabajaba en la oficina de patentes local. Curiosamente, ese mismo 1905 otro empleado de una oficina de patentes (en Berna) y de nombre Albert Einstein publicó la teoría de relatividad especial.
En Maluquer, el trabajo poco creativo de las patentes le duró sólo un año, porque entre 1906 y 1909 ya pudo aplicar sus conocimientos como ingeniero a una firma local. En el lustro casi entero que ocurrió en Alemania no sólo adquirió una experiencia muy valiosa, sino que además conoció a quien sería su esposa, una joven de Hessen de nombre Anna Wahl.
Cuando regresó a la península se estableció en Madrid, para trabajar en la AEG Thomson, una empresa muy importante que había surgido fruto de un acuerdo entre la alemana AEG, fundada por Emil Rathenau (a la que ya nos dirigimos) dedicar un espacio en esta sección) y la estadounidense Thomson. Cerrada esta etapa, en 1912 regresó a Cataluña para enrolarse a una de las grandes empresas del país, Riegos y Fuerza del Ebro una filial de la Canadiense de Pearson y Montañès. El estallido de la Primera Guerra Mundial le provocó consecuencias personales inmediatas, porque al estar casado con una ciudadana alemana se vio obligado a dejar el trabajo.
Terminada la guerra, y tras cierta marginación por ser germanófono, en 1922 entró a trabajar en la compañía arrendataria del tabaco (una sociedad de carácter público que gestionaba este monopolio desde 1887 y que sería predecesora de la Tabacalera). Tres años después cambió de sector, para trabajar como ingeniero jefe en la Sociedad Petrolífera Española, una filial de la multinacional Shell. Ya dentro del sector del oro negro, y con la constitución del Monopolio de Petróleos Calvo Sotelo (1927), fue contratado para que diseñara la creación de la compañía de bandera, la futura Campsa, y fue en esta etapa donde se ubica la comida con la que abríamos el texto. Como director general de la Campsa tuvo la curiosa iniciativa de bautizar a toda la flota de petroleros con palabras que empezaran por campo, de modo que los barcos de aquella época eran el Campeador, Campeón, Campuzano, Campoamor, Campalans o Camprodón, entre otros. También apostó por la creación del seguro médico para los trabajadores, una idea pionera.
En 1929 y 1931 llevó a cabo dos viajes clave para su vida y para la industria española del petróleo, porque visitó respectivamente Estados Unidos (y más países americanos) y la Unión Soviética. Las experiencias acumuladas por la expedición en estas dos excursiones fueron muy importantes para la evolución del petróleo en el Estado. Pero poco después de cumplir la cincuentena decidió regresar a casa: salió de la Campsa y se estableció en El Masnou. Cuando llevaba un par de años alejado del día a día empresarial, hacia 1936, recibió una oferta muy interesante del Conde de Güell para gestionar sus fábricas, pero aunque aceptado, nunca se incorporó al trabajo porque al mismo tiempo estalló la Guerra Civil. En los tres años del conflicto estuvo al servicio tanto de la Generalitat como del Gobierno de la República, para acabar huyendo a Francia cuando Cataluña fue ocupada. Desde el principio dedicó su tiempo a la investigación histórica, pero más tarde entró a trabajar en la empresa eléctrica Forclum. Parecía que su vida se estabilizaba, pero nada más lejos de la realidad, porque en enero de 1941, junto a los alemanes en París, tocó volver a hacer las maletas, esta vez en dirección a Barcelona.
Desde entonces, la vida de Maluquer estuvo centrada en el Instituto Catalán de Ciencias Naturales y en el cultivo de las fincas que tenía en Lleida. Aún tuvo oportunidad de regresar al mundo de la empresa, porque desde la química Cros le ofrecieron un cargo directivo, pero consideró que ya no tenía edad para estas cosas y le rechazó. Una trombosis puso fin a su vida pocos días después de su setenta y séptimo cumpleaños.
Por cierto, son miembros de la misma familia que nuestro personaje de hoy Albert Maluquer Maluquer (1894-1966), que fue secretario general del Barça entre 1939 y 1955, y su nieto, Paco Mir Maluquer, conocidísimo miembro del trío de mimos “Tricicle”.