Homenotes y danzas

Elisha Otis, el genio que se jugó la vida para hacer posible el ascensor

La creación del freno de seguridad para mantener suspendida la caja le convirtió en el principal fabricante del sector

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Ilustración de Elisha Otis

BarcelonaEn la película Misterioso asesinato en Manhattan, Woody Allen y Diane Keaton se quedan encerrados en un ascensor, lo que nos proporciona una escena indudablemente claustrofóbica. Para complicarlo más, cuando intentan escapar por la parte superior de la caja, encuentran el cadáver de una vecina y poco después se quedan a oscuras, lo que empeora de forma significativa la situación. Unos años antes, en Ascenseur pour el échafaud, el protagonista de este filme de culto de Louis Malle, Maurice Ronet, se encuentra repentinamente atrapado dentro de un ascensor cuando intenta borrar las pruebas de un asesinato que ha cometido antes él mismo. Los ascensores son un recurso habitual en el cine cuando existe la intención de crear una situación de tensión, pero en el mundo real todo es mucho más prosaico, porque este medio de transporte vertical suele ser un espacio aburrido donde nunca pasa nada, paréntesis temporal donde el tiempo se congela. Y puede ser muy incómodo cuando existe compañía desconocida.

Que los ascensores sean un elemento cotidiano en nuestras vidas tiene un responsable y se llama Elisha Graves Otis, un emprendedor que desarrolló su carrera profesional a lo largo del siglo XIX, y que transformó unos primitivos elevadores fácilmente accidentables en las cajas seguras de que hoy en día están instaladas en la mayoría de edificios.

La fecha clave de todo fue un día de mayo de 1854, cuando Elisha Otis llevó a cabo una demostración pública en el marco de la Exposición Industrial de Nueva York que dejó a todo el mundo boquiabierto. Hasta entonces, los elevadores eran unos trastos con más montacargas que de ascensor y que a menudo sufrían accidentes porque la caja se desprendía de las cuerdas. Precisamente lo que hizo en su demostración –con él dentro– fue cortar las cuerdas para poner a prueba su invento: un freno de seguridad que mantenía suspendida la caja pese al fallo de las cuerdas. Fue el gesto de un hombre desesperado, que nunca lograba rentabilizar sus brillantes ideas. Este artilugio le dio suficiente fama y prestigio para que se convirtiera en el principal fabricante del sector.

Con una vida marcada por la poca fortuna e incluso por las desgracias –su primera mujer murió joven y él estuvo a punto de hacerlo por una neumonía–, no fue hasta pasados ​​los cuarenta años que las piezas empezaron a encajarle. Antes, realizó una serie de trabajos poco relevantes y de negocios frustrados que no hacían justicia a su capacidad de crear aparatos con sus propias manos. La demostración que explicábamos antes fue el punto de inflexión de su carrera, porque en los años posteriores los pedidos de su invento no pararon crecer. Primero como simple montacargas y después como medio de transporte de personas –el primero instalado de este tipo fue el de la tienda de porcelana de EV Haughwout & Co., tres años después de la exitosa demostración del Exposición Industrial–. Que la ciudad de Nueva York apostara por los rascacielos como opción urbanística supuso el terreno de juego perfecto para que desde finales del siglo XIX la empresa de Otis tomara protagonismo, en un claro proceso de retroalimentación. Cabe decir que, aunque el éxito lo tuvo con los ascensores, su inventiva le llevó a crear un buen puñado de innovaciones, como el arado a vapor, los frenos de tranvía y tren o el horno rotatorio.

La última mejora en su producto estrella la registró el 15 de enero de 1861, con el número de patente 31.128 y bajo el título Improvement in hoisting apparatus. Solo tres meses después murió víctima de la difteria. Sus hijos continuaron con la empresa, que hoy en día está en plena forma, cuya facturación supera los 14.000 millones de dólares anuales. En España es muy conocida la marca Otis Zardoya, fruto de la fusión en los años setenta entre una compañía donostiarra y la multinacional americana. Hoy en día la empresa se llama simplemente Otis, después de que los americanos compraran el año pasado todas las acciones de su filial ibérica.

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