Homenots y Donasses

El empresario suizo que jugaba a dos bandas durante la Primera Guerra Mundial

Henri Dreyfus fundó Celanese, la firma que hizo que los aviones se incendiaran menos fácilmente

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Henri Dreyfus
  • Empresario químico

El desenlace favorable a los aliados que tuvo la Primera Guerra Mundial fue el resultado de una combinación –como suele ocurrir– de distintos elementos, pero, sin duda, uno de ellos fue el invento de un genio suizo de nombre Henri Dreyfus, que junto a su hermano creó la firma Celanese. Más adelante veremos cuál fue ese invento tan trascendente, pero antes hay que decir que, como suizo imbuido de la neutralidad del país, acabó trabajando para los aliados, pero simultáneamente también para los alemanes. Para él sólo era una cuestión de negocio.

A los hermanos Dreyfus la química les venía por tradición familiar y después de licenciarse empezaron a realizar experimentos en el cobertizo del jardín de casa de los padres, en Basilea. Desde el principio se dedicaron a los colorantes, un segmento muy vinculado a la industria local, pero después tropezaron con el acetato de celulosa, que les cambiaría la vida.

En 1912 Henri Dreyfus dejó su trabajo en la farmacéutica Roche para unirse a su hermano y crear una compañía para producir acetato de celulosa, una sustancia muy útil que se utilizó con éxito en la industria del cine para sustituir a las películas de nitrato de celulosa, altamente inflamable. Más tarde descubrieron que también tenía utilidad para aplicar a la lona de los aviones primitivos para tensarla y sellarla, evitando los típicos llamamientos durante el vuelo. Los componentes que se habían utilizado antes eran fácilmente inflamables, por lo que cuando estalló la Primera Guerra Mundial su producto se hizo imprescindible.

El gobierno británico contactó con Henri Dreyfus para recoger tanto acetato de celulosa como pudiera, dado que su empresa era de los pocos proveedores en todo el continente. Llegaron a un acuerdo de suministro, pero lo que no sabían los ingleses era que con una mano les vendía a ellos y con la otra, a los alemanes.

El siguiente paso fue la construcción de una planta en Inglaterra, porque al ejército británico no le hacía mucha gracia que su único proveedor tuviera la fábrica a pocos kilómetros de la frontera con Alemania (en Basilea). La construcción de la British Celanese hizo aún más rico a Dreyfus (llegaron a tener 14.000 trabajadores), pero la cosa no acabó del todo bien por dos motivos: por un lado, se descubrió un gran caso de corrupción en el empresa que implicaba a militares ingleses y, por otra, que una vez finalizado el conflicto bélico, la demanda local de acetato se desplomó. Cierto que había hecho una fortuna, pero ahora la gallina de los huevos de oro parecía entrar en coma.

Cuando la filial inglesa estaba a punto de quebrar, apareció un salvador, el banquero belga Alfred Loewenstein. Desde el principio, en 1922, fue recibido como un caballero blanco, pero con el tiempo Dreyfus se arrepentiría de haberle pedido ayuda.

La entrada de Loewenstein sirvió para que éste se apropiara de todo el know-how y lo aplicara a sus propias compañías, donde Dreyfus no tenía control. Como por arte de magia, las empresas químicas del belga habían descubierto la forma de producir el acetato de celulosa y empezaron a hacer la competencia en Dreyfus. El suizo estuvo a punto de quedarse sin negocio, pero en una tensa junta general de accionistas en 1927 consiguió echar a Loewenstein a cambio de mucho dinero.

Los años siguientes serían de gran expansión para la Celanese de Dreyfus, que se haría importante en los mercados de México, Estados Unidos y Canadá comercializando cetona, acetaldehído y formaldehído, entre otros productos. La firma también apostó muy fuerte por el segmento de las fibras, sobre todo por la seda artificial, un derivado del famoso y omnipresente acetato de celulosa. En el terreno de los colorantes, por donde habían empezado, Henri y su hermano también hicieron grandes aportaciones, hasta el punto de que Dreyfus fue galardonado en 1938 con la principal distinción de la Sociedad de Colorantes de Gran Bretaña.

Cuando murió, en 1944, había registrado más de 2.000 patentes. Hoy en día Celanese sigue existiendo (la rama americana) y es una empresa independiente que factura cerca de 9.000 millones de dólares anuales. En etapas anteriores perteneció al gigante Hoechst y al fondo Blackstone.

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