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Qué esconde la montaña de Montjuïc?

Descubrimos los restos del icónico tren fantasma, la única atracción de todo el Parque de Montjuïc que no fue desmantelada cuando el recinto cerró sus puertas

Ana Sánchez
4 min
Montjuïc7

El parc d'atraccions on la nòria gira com la melancolia: això és el passat, són els dies perduts. I començo a estimar –ara que és destruït– un temps que, quan va ser, no vaig ni respectar. Montjuïc és la culpa al mig de la ciutat, una muntanya muda que té oculta la història de tots.

Joan Margarit, poema Balada de Montjuïc

Una tarde de verano del 87, mi padre decidió aparcar su furgoneta en Montjuïc y pasar la noche cerca de la reja de acceso al parque de atracciones. Cada agosto viajábamos desde Sevilla hasta Cap de Creus, un auténtico paraíso para un joven submarinista como él, y la parada en Barcelona era, para padre e hija, meta obligada en la ruta hacia el norte. Aquella madrugada me armé de valor para salir de la furgoneta y acercarme a la puerta del parque, convencida de que si sus gafas de bucear tenían superpoderes para encontrar pulpos en una cueva, también me mostrarían a mí las criaturas de la montaña mágica. Me las puse para mirar ese mundo magnético que me fascinaba, de luces destellantes y hierros de colores que despuntaban por encima de las copas de los árboles. Con el paso del tiempo, a menudo he encontrado refugio en esta sencilla imagen de niñez que todavía me calienta el corazón, y que conecta mi historia personal con el proyecto fotográfico que he desarrollado décadas después en el subsuelo de Barcelona, la ciudad en la que yo acabaría extendiendo profundas raíces.

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Siempre he sentido una atracción especial por la ciudad enterrada y su capacidad de reflejar la superficie, como un espejo. Con la fotografía, exploro estas conexiones entre el suelo y el subsuelo, entre nuestra historia y el presente, y trato de materializar con la cámara un patrimonio difuso y desdibujado en la memoria colectiva. Así nació el proyecto 1.322. Refugios antiaéreos de Barcelona, la razón que me llevó a visitar hace un año los túneles de Montjuïc, una montaña agujereada por cuatro siglos de ocupación militar. Acompañada por la Unidad de Subsuelo de los Mossos d'Esquadra y el Servicio de Arqueología del Ayuntamiento de Barcelona, buscaba los espacios que, según la memoria oral, sirvieron de refugio durante la Guerra Civil. Así pude comprobar que en las entrañas de "la montaña muda que tiene oculta la historia de todos", tal y como la describía Joan Margarit, todavía se encuentran los restos del icónico Tren Fantasma, la única atracción de todo el Parque de Montjuïc que no fue desmantelada cuando el recinto cerró sus puertas, hace veinticinco años.

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La atracción estrella estaba ubicada en la antigua red de pasillos y cuartos del polvorín Álvarez de Castro, almacén de armamento construido entre 1897 y 1899, en plena Guerra de Cuba. Buena parte de estas estructuras defensivas fueron desmontadas en la posguerra, pero antes servirían de refugio antiaéreo. La aviación fascista italiana, que buscaba impactar en objetivos militares estratégicos y acabaría aterrorizando al barrio del Poble-sec, bombardeó intensamente la zona el 6 de noviembre de 1938, y llegó cerca de la línea de baterías de costa y del terreno que después ocuparía el parque. Vecinos y vecinas conservan la memoria de esos días, cuando llovían bombas.

Un Coney Island en Barcelona

Los terrenos fueron adquiridos por el Ayuntamiento de Barcelona en 1965. El alcalde José María Porcioles les cedería por treinta años al empresario venezolano José Antonio Borges Villegas, promotor del Parque de Atracciones de Montjuïc y bien conectado con la administración franquista. 160 millones de pesetas costaron las flamantes instalaciones, ubicadas en un terreno de trece hectáreas donde, entre 1930 y 1936, se había levantado otro parque más modesto, Maricel.

En pleno desarrollismo, el ambicioso proyecto de Borges Villegas abría las puertas desafiando el Parque del Tibidabo. Lo hacía con la autoestima alta y cuarenta y una atracciones, algunas procedentes del parque de Caracas Coney Island, inspirado en el original de Brooklyn: el Zeppelin, el Loco Ratón, la casa magnética, la montaña rusa, el laberinto de espejos, los coches de choque o la noria. El dictador, acompañado de sus nietos, lo inauguraba en junio de 1966. Pocos meses después, en abril de 1967, llegaba la atracción estrella, el Tren Fantasma, que se adentraba en el tramado de galerías del viejo polvorín.

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De la fachada del millón de pesetas, decorada con animales marinos, seres mitológicos, reptiles gigantes y un gorila enjaulado, no queda nada. Los trescientos metros de galerías sí conservan la decoración del tren y restos de los raíles por los que transitaban las vagonetas. Allí continúa esa mezcla de elementos especialmente diseñados para provocar gritos, risas y pesadillas a partes iguales: el ventilador gigante que accionaba el hombre lobo, la boca abierta de un monstruo verde insaciable que engullía a los visitantes, las pinturas de budas, calaveras e iguanas, los símbolos de civilizaciones lejanas y el indescriptible demonio rojo pegado al techo. En esta ecléctica psicodelia, no faltaban las imágenes de la llegada del hombre a la Luna, un hito que marcó la época.

Durante los setenta y los ochenta el parque viviría su edad de oro, pero el progresivo deterioro de las instalaciones y algún desafortunado accidente obligaron a cerrar sus puertas el 27 de septiembre de 1998. Aquel sería el último verano para una familia de atracciones de feria inolvidables. Las entradas tapiadas en el Tren Fantasma permanecen hoy camufladas entre la hiedra de los actuales Jardines de Joan Brossa. El barco vikingo navegaría hasta Zaragoza mientras que el Ciclón y el Misisipi serían acogidos en Platja d'Aro, donde todavía sobreviven. La montaña rusa atravesó el Atlántico, para acabar en el emblemático parque de atracciones Six Flags de Luisiana, cerrado y abandonado después de que en 2005 el huracán Katrina arrasara Nueva Orleans. Dicen que, oxidado hasta el último caracol, todavía permanece en pie.

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