Homenots y Donasses

La familia vasca que instauró el Bitter Kas como un clásico del aperitivo

José María Knörr Elorza condujo la expansión de la empresa de refrescos hasta terminar en manos de Pepsico

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Una publicidad antigua de Kas.
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Cuando pensamos en bebidas azucaradas, es probable que el primer nombre que nos venga a la cabeza sea el de la legendaria Coca-Cola, que desde el estado de Georgia ha logrado conquistar el mundo. También es posible que pensemos en su réplica de la Alemania nazi, la Fanta, o en las más modernas Red Bull y Monster. Pero en este tipo de consumo no todos los productos han venido de fuera, porque en Cataluña tuvimos al Sandaru (de la familia Daurella) y al País Vasco el mítico Kas, que todavía goza de una vida robusta después de setenta años, en parte gracias al Bitter Kas, omnipresente en los aperitivos. La letra inicial del producto, una K, nos remite al apellido de los creadores de esta marca de bebidas, Knörr.

Que un apellido tan poco vasco se haya convertido en un referente vitoriano se debe a la llegada a la localidad en 1870 de un alemán experto en cerveza. El País Vasco era un lugar bastante más tranquilo que la Baviera inmersa en la Guerra Franco-Prusiana, por lo que Román Knörr Streiff se instaló en ella y se dedicó a lo que sabía hacer: cerveza. El joven bávaro se asoció con un empresario local de vinos que acabó siendo su suegro y con el que creó la marca de cerveza La Esperanza. La vida efímera de la empresa –desapareció con su fundador– sirvió para dejar una semilla sobre la que generaciones posteriores iban a construir un imperio.

Cuando José María Knörr Elorza llegó al mundo, la familia ya estaba a punto de dar el gran salto a las bebidas con gas, porque en 1920 crearon La Sucursal, que años más tarde se transformaría en El As. El relevo generacional llegó con el fin de la Guerra Civil, cuando José María y su hermano Román tomaron el control de la empresa familiar: el primero, como responsable de la producción, y el segundo, en labores comerciales.

Como en todas partes, el tiempo de posguerra fue extremadamente duro, con una fábrica devastada por el conflicto bélico y muchas dificultades para llevar a cabo la distribución. Con un gran esfuerzo, José María logró ir rehaciendo la maquinaria y llevar su producto a los establecimientos de la zona, primero con una mula y después con un vehículo bastante precario. Incluso llegó a fabricar tapones para las botellas con latas de conserva recicladas. Simultaneó la producción de bebidas –aún muy incipiente– con la venta de muebles y chatarra, y la situación mejoró bastante cuando su madre –vivida desde hacía años– logró la concesión del bar de la Casa Social Católica de Vitoria.

La revolución se produjo a mediados de los años 50, cuando la población española empezaba a salir de las limitaciones de la posguerra y se iniciaba en los productos extranjeros, como las bebidas carbonatadas. En ese momento, José María y su hermano decidieron modificar levemente la marca, para añadir la inicial de su apellido, y nacía así la célebre Kas, que reinó durante décadas. Según explican algunas fuentes, la brillante idea del cambio debe atribuirse a Blanca de las Heras, la mujer de José María. Durante los años de oro de la compañía patrocinaron un equipo ciclista que fue líder entre 1958 y 1979.

A medida que avanzaba la década de los años 70, se constató que para sostener una expansión continua con plantas propias (a diferencia de Coca-cola, que siempre ha recurrido a concesionarios) era necesario mucho músculo financiero. Esto supuso la venta de un paquete de acciones importante a una entidad financiera local que después acabaría en manos del BBVA.

Durante el período de 1988 a 1992, todas las empresas del histórico grupo familiar fueron pasando a manos de la multinacional estadounidense Pepsico, que adquirió las acciones que poseía el BBVA y los paquetes menores que todavía estaban en manos de la familia. Por cierto, la sede central de Kas, en Vitoria, recuerda vagamente a las antiguas oficinas de Banca Catalana en el paseo de Gràcia: los dos edificios fueron concebidos por los arquitectos catalanes Josep Maria Fargas Falp y Enric Tous Carbó. Hasta hace poco, este edificio estaba a la venta en un conocido portal inmobiliario por poco más de 600.000 euros.

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