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El fenómeno rompedor de cumplir con el horario laboral

El 'quiet quitting' hace un llamamiento en las redes a rechazar más carga de trabajo de la exigida en el contrato

El 'quieto quitting' (o "renúncia silenciosa") llama a no asumir más carga laboral de la exigida al contrato.
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BarcelonaRespetará su horario. Si le llega un correo electrónico más tarde de su hora de irse, no lo contestará. Tampoco cogerá las llamadas de sus jefes cuando ya haya salido del trabajo. Ni dirá que sí a cualquier petición laboral con un solícito "claro, ningún problema", sin pensar antes si realmente puede asumirla. En las reuniones, callará más de una vez aunque tenga una propuesta brillante en la punta de la lengua, para evitar hacer más trabajo no remunerado. En definitiva, cumplirá estrictamente con lo que dice el contrato de trabajo por el que ingresa unos 750 euros al mes trabajando en una universidad catalana.

Clara (nombre ficticio) se ha propuesto aplicar de manera consciente estos mandamientos. Tiene 31 años y está haciendo carrera académica para conseguir una plaza fija en el departamento. "Me di cuenta de que estoy viviendo siempre en el futuro, porque hay mucha precariedad en mi presente. Siempre haces mucho más trabajo porque piensas que será bueno para ti a la larga y que lo podrás añadir al currículum. La realidad es que compagino tres trabajos y no puedo alquilar un piso yo sola", explica. Como estudiante y empleada, siempre había tenido una cierta tendencia a ser perfeccionista y exigente con ella misma y a echar más horas de la cuenta cuando tocaba. Después de una década "estancada", sin embargo, cree que esta manera de funcionar ha pasado factura a su salud, sin comportar una mejora real de sus ingresos. "Me planto porque no quiero que mi vida sea esto. He bajado el ritmo en el trabajo porque estoy más cansada, pero no cobro más".

Rechazar la sobrecarga laboral, desterrar las horas extras y poner límites para conseguir conciliar con la vida personal. Lo que reivindica Clara no es nuevo, pero hasta ahora nunca se había resumido en un concepto tan viral como el quiet quitting ("la renuncia silenciosa", en castellano). Este anglicismo –heredero del fenómeno de la Gran Dimisión en los Estados Unidos– ha convertido en tendencia un malestar laboral que muchos jóvenes de la generación Z también expresan en forma de meme.

En un vídeo de TikTok, una chica rubia con un piercing en la nariz explica a la responsable de la tienda en la que trabaja que no se podrá quedar más tarde por la noche para hacer el inventario. Le recuerda que su jornada se acaba al cabo de cinco minutos y que tampoco podrá venir el sábado a "echar una mano" porque superaría las horas de su contrato. Su jefa se indigna con esta actitud y le asegura que esto la perjudicará cuando llegue la renovación del contrato, pero ella la avisa de que las represalias también se pueden denunciar. Este es solo uno de los miles de ejemplos que podemos encontrar en un rato haciendo scroll en la red social china y que reivindican el derecho a no trabajar más de la cuenta.

"Es un punto de vista interesante, el de esta generación. Antes las quejas quedaban entre nosotros, dentro de los espacios de la empresa como el rincón de la cafetera. Ahora es una crítica global, que puede unir y crear un movimiento", apunta Aline Masuda, profesora en la escuela de negocios EADA y experta en psicología de las empresas. Ella misma dejó un trabajo como consultora en los Estados Unidos porque hacía demasiadas horas extras y esto repercutía en su calidad de vida, "pero entonces no lo podía anunciar ni siquiera en Facebook". Con 45 años, observa que los trabajadores más jóvenes no han comprado tanto como sus padres y madres la llamada "cultura del esfuerzo" y rechazan que el trabajo sea una parte central de su identidad.

Para algunas empresas, esta "renuncia silenciosa" se lee como una falta de compromiso por parte de los trabajadores, pero Masuda recuerda que esta palabra solo se tendría que usar cuando este compromiso es recíproco. "Si tú te comprometes, yo me comprometo. De entrada, el contrato laboral ya es un pacto que no siempre se cumple ni se pagan todas las remuneraciones a las que el empleado tendría derecho", indica. Para la académica, la definición de una persona comprometida sería alguien que "hace un buen trabajo, mantiene su salud intacta y es flexible, si se la necesita en un momento puntual". "Tiene que ser un dar y recibir", dice.

La psicología no había puesto nombre a esta actitud hacia el trabajo, pero a Dolors Liria, vicedecana del Colegio Oficial de Psicología de Catalunya y experta en salud profesional, el fenómeno no le viene de nuevo. A su consulta también han llegado pacientes que han convivido con padres y madres con jornadas laborales demasiado largas, se han sentido desatendidos en algunos momentos y ahora no quieren repetir estos patrones. En este sentido, considera que poner límites es saludable "porque te protege de los desbordamientos" y de situaciones extremas como el burnout, pero también invita a evitar posiciones demasiado rígidas. "Esto nunca irá a favor ni del trabajo, ni de la salud mental. A veces tiene sentido y es necesario quedarse un poco más", dice la psicóloga.

También cree que el trabajador puede tener una posición más activa a la hora de conseguir estar satisfecho en el trabajo y darle un sentido a aquello que hace. Cuando se pierde esto último, explica Liria, llegan estados como la desidia, el individualismo, la despersonalización y la angustia anticipatoria del domingo por la noche. "Por parte de la empresa tiene que haber una sensibilidad para que las condiciones sean adecuadas", incide.

Para Joan Boada, catedrático de psicología de las organizaciones en la Universitat Rovira i Virgili, "no hay nada que decir" cuando un trabajador cumple al 100%, pero sí aparece un problema cuando la compañía le exige "un 120%" a cambio de nada. En un país históricamente presentista como España, apunta, se ha premiado quedarse hasta las siete de la tarde en el escritorio, aunque esto no implique que la jornada sea más productiva. Por este motivo, el académico también defiende que el empleado pueda "diseñas el lugar de trabajar a su gusto". Por ejemplo, aplicando políticas de conciliación y teletrabajo. "Hay que entender que el trabajador es lo mejor que tenemos en la empresa y tener conciencia de que se lo tiene que cuidar. Se tienen que desplegar políticas de recursos humanos adecuadas para este objetivo", insiste.

Al humorista catalán Joel Díaz, el concepto quiet quitting le suena al "no dejarte explotar" de toda la vida. Esta actitud ya la reflejó en una serie de cinco columnas en la revista cultural Núvol titulada Dietario de un oficinista antisistema. Los textos salieron de un monólogo en el que explicaba los mandamientos para convertirse en un tipo de "agente infiltrado" en forma de oficinista vago, el bajo rendimiento del cual acaba perjudicando a su empresa. Díaz pasaba por el filtro de la comedia situaciones que también había vivido él mismo trabajando en una multinacional.

"Nace de lo que yo considero la gran trampa de las empresas. Tú regalas tu esfuerzo y trabajas más de lo que toca si lo comparas con la retribución que recibes. Todo por aquella ilusión de que algún día te promocionarán. Y acabas compitiendo con tus compañeros para ver quién es más pringado", lamenta el comunicador. Su oficinista paródico nunca asistiría a un acontecimiento de networking o teambuilding, ni hablaría de la compañía en primera persona, pero sí alargaría los ratos en el lavabo durante la jornada laboral. En cuanto a Díaz, se dedicó a trabajar "sin ninguna ilusión ni vinculación emocional con la empresa". "En el mundo de la gestión de equipos se usan conceptos que vienen claramente de la ganadería intensiva. En una granja de vacas, se extrae la leche de manera automática, y las oficinas cada vez se parecen más a esto. Producir al máximo hasta que te marchas o te coges una baja por depresión", dice.

Marta (nombre ficticio) es otra Clara sin miedo a ser objeto de la sudada expresión "Se te ha caído el boli". Es periodista y empezó a trabajar en un medio hace cinco años con una "entrega absoluta" que se ha ido desvaneciendo. En este periodo de tiempo se han sumado dos cosas: las condiciones salariales prácticamente no han cambiado y ha sido madre. "Me he dedicado a conciliar y hago menos horas. Me gusta mucho mi trabajo, pero ya no doy de más como al principio", asegura. Su compromiso con ella misma es hacer solo lo que es necesario en el trabajo y marcharse a casa a disfrutar del tiempo con su hijo. Le cuesta plantearse asumir más carga laboral, sobre todo cuando en su contrato todavía consta una categoría profesional por debajo de la que le corresponde. "Tengo una conversación pendiente con mi jefe", asume.

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