De fiesta en el Imperator: “Para mí es como el psicólogo y el gimnasio juntos”
Pasamos una noche en la mítica sala barcelonesa, punto de encuentro del público más veterano


BarcelonaManel tiene 82 años y Maria Àngels 80. Ambos son viudos y llevan dieciocho años pareja. Se conocieron bailando. En la pista del Imperator, claro. El ritual se repite cada miércoles, sábado y domingo y los vecinos de la calle de Còrsega con paseo de Gràcia lo atestiguan con deleite. Es un espectáculo, un hermoso espectáculo. La cola en la calle, la tertulia animada, las bromas, la complicidad. Tienen entre 65 y 80 años y la energía no les ha abandonado. Comparten batacazos, ausencias, sustos de salud, una vida laboral ya vivida, hijos, nietos... Cada uno sus circunstancias y una coincidencia común, una renuncia que no están dispuestos a hacer: para todos ellos el Imperator es sagrado. Manel y Maria Àngels tienen su pandilla y todos esperan sentados en la parada del autobús que las puertas de la discoteca se abran un día más. Maria Josefa (76), Margarita (80), Amanda (76), Manoli (67) y Elena (73). Charlan por los descosidos, bromean sin parar, se cuentan la vida aunque ya se saben de memoria la de unos y la de otros. Carles (83) se añade a la tertulia, vive en Gavà y viene cada día expresamente: "Lo que más me gusta venir son las personas con las que me encuentro. Podría quedarme en casa, pero me encanta bailar y me va muy bien para la salud". "Para mí es como el psicólogo y el gimnasio juntos", dice Manoli. Y Elena: "Es nuestra terapia, nadie tiene dolor de pies". "Somos un grupo fiel, hacemos mucha broma, lo pasamos muy bien. ¡Cómo una familia!" ¡Ah! Indispensable mudarse bien, que así hace aún más ilusión.
No es ningún secreto que el Imperator es una institución barcelonesa. Un irreductible de las salas de fiestas con sesiones con público de avanzada edad. "'Tercera edad?', esto está algo caducado, ¿no?", sugiere alguien. "Caducado y algo ofensivo", sugiere otro. Ya hace años que Teresa Cano es la jefa del negocio. Fue su padre, Antonio Cano García, quien lo inauguró en noviembre de 1983 junto a su amigo y socio Aurelio Moya. Hoy, cuatro décadas después, Teresa sigue al frente del barco y está muy orgullosa de haber contribuido a hacerlo crecer ya mantener la personalidad tan particular y querida de una sala de fiestas que no se parece a ninguna otra y que crea auténtica adicción entre todos aquellos que se la quieren como si fuera de casa y de, confianza", relata Teresa. Los secretos del Imperator los tiene claros: "El cariño y el respeto". Esto segundo es muy importante. Para alguien con mala fe, las miradas suspicaces y burlones pueden ser tentadoras cuando ve una hilera de señores y señoras que esperan pacientemente para entrar en una discoteca. Como si la llamada tercera edad no pudiera pasárselo bien, como si los prejuicios y los tabúes tronados nos cegaran la vista. En la frontera exacta entre el Eixample y Gràcia, la discoteca ha consolidado como ninguna otra una propuesta festiva con gran personalidad y variedad de opciones dependiendo del día y del público. Ramón lleva treinta y siete años viviendo cuatro porterías allá y tiene claro que el paisaje y la idiosincrasia del barrio están muy bien fecundados por el espíritu inimitable del Imperator: "Me da muy buen rollo, siempre me ha dado. Es un lugar lleno de vida y me da la sensación de que el barrio se le quiere". "Si no estuviera, ¡tendrían que inventarlo!", concluye. La acera de montaña de esta porción de la calle de Còrsega es todo un corolario de establecimientos especiales que conviven con armonía y le inyectan autenticidad y color. Un puñado de restaurantes, uno sex shop, un bingo y el Imperator. La antigua sede de Convergència se extinguió hace ya algunos años.
El secreto del éxito
Además del cariño y el respeto, todo el mundo sabe que hay otro secreto: la música, claro que sí. Rock, country, tango, chacha-cha... la variedad es la clave. "Hoy quiero un rockvull un bon rock, eh, Oscar!", la Josefa ho té claríssim. L'Oscar fa trenta-cinc anys que punxa música a l'Imperator i no és que ho tingui clar, ho té claríssim: "És la millor sala de ball de Barcelona". La Maria i el Julià és el primer dia que hi venen. Eren clients habituals del Tango, un altre clàssic barceloní que ja va tancar portes indefinidament. Venen expressament de Santa Coloma de Farners i ja no podien esperar més per tastar el nèctar musical que tants amics els havien recomanat. Han vingut amb tren i hauran de marxar aviat per poder agafar l'últim de tornada. Encara no ha començat la vetllada, però ja tenen la sensació que no serà la primera visita ni de bon tros l'última.
El Dani és una altra institució de la sala. Ja fa trenta-tres anys que ostenta un rol ben especial, professor de ball. Molts dels parroquians habituals s'han deixat aconsellar per ell i avui les passes de ball iniciàtiques i tremoloses són ya pura naturalidad y sentido del ritmo integrado en la sangre y en el alma. Dani trabajó también en Tango, Samoa y Marabú, regentó un karaoke en la plaza Espanya y, en el propio Imperator, cantaba los días que tenían la orquesta. "Aquí es especial, cuesta mucho no amar a toda esta gente, es un gozo verlos contentos".
"Qué es lo tardeo?"
Josep Maria y Montserrat también hace muchos años que vienen. Estaban separados y aquí se conocieron hace quince años, bailando. Y se casaron. "Aquí no se viene a atar, ¿eh? ¡Se viene a bailar!", exclama ella, convencida. Lo dice porque, de nuevo lo de los prejuicios maldicentes, habrá quien piensa que el Imperator es un lugar en el que los jubilados van a echar la caña a ver si pescan. "¡Y no!" El miércoles por la tarde es el día más fuerte de la semana en lo que respecta al hoy famoso concepto de tardeo. "¿Qué es esto?", responden la mayoría. "¡Ah! Salir a bailar de tarde? Uy, esto hace muchos años que lo hacemos, ¡no hace falta que nadie nos lo ponga de moda!". Está bien vista la observación de Maria, en esta pista de baile son todos diplomados precoces en tardeo, una propuesta que en los últimos años, sobre todo desde la pandemia, ha multiplicado su oferta en Barcelona y son numerosas las discotecas y salas de fiestas que confían en ella para fidelizar y consolidar antiguos y nuevos públicos. La música vintage, los clásicos de toda la vida, son apuestas seguras y valores al alza entre franjas de edad orbitando por el concepto boomer.
Amanda tiene tres hijos y ocho nietos e intenta no perderse ninguna tarde de baile. Se separó hace treinta años y enseguida empezó a venir al Imperator. Es una dulce rutina que forma parte importante de su vida. Como a sus compañeros de grupo, le costaría mucho renunciar. Aquí todo el mundo ha tenido vidas diferentes, pero a la vez todo el mundo explica más o menos lo mismo, que es un gozo cuando llega el momento de mudarse y viajar hacia allí. Es todo un espectáculo acercarse a la pista de baile y, discretamente, observar cómo bailan. Manel y Maria Àngels están en plena clase magistral, felices, dejándose llevar por los acordes marchosos de un mix de pasodobles y después por el ritmo de Camilo.
Aunque ha bailado toda la vida, el Fulgencio hace poco que viene, seis o siete años. "Me quedé viudo y no quería deprimirme. En lugar de ir al médico me fui al baile". Tiene muy claro que esta es su mejor medicina, una terapia inmejorable, un ejercicio mental y físico que le mantiene en forma y con las preocupaciones bien alejadas: "Si la gente supiera que va tan bien, bailarían más, los médicos deberían recomendarlo y seguro que viviríamos más años". Cuando hace unos años algunos políticos nos vendían motos asegurando que había que consolidar estructuras de estado, seguramente no sabían que el público fiel del Imperator hace mucho tiempo que presume de haber conquistado una estructura de estado tan rocosa como un menhir inquebrantable.