Gaza: cuatro meses de infierno

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Una imagen de hoy en Al Bureije, en Gaza

Han pasado cuatro meses desde el brutal atentado de la milicia de Hamás contra indefensos asentamientos israelíes situados junto a la franja de Gaza. Ese ataque injustificable desató la ira israelí, un infierno. La venganza ha sido implacable y trágica: los muertos se cuentan por miles, la mayoría civiles, sobre todo niños y mujeres. La comunidad internacional, con la ONU al frente, no ha cesado de expresar su impotente indignación, con la que no ha logrado detener la acción del ejército israelí y de su gobierno, encabezado por un Netanyahu que ha seguido contando con apoyos occidentales clave, en especial de su aliado tradicional, Estados Unidos, pero también, desde una Europa dividida, de países como Alemania.

Los reiterados llamamientos a la paz oa garantizar una mínima atención humanitaria no han surtido efecto más allá de una efímera tregua de unos días, ya lejana, y de un abastecimiento a la población palestina, por la frontera con Egipto, del todo insuficiente. Y sin perspectiva de cambios. Mientras Hamás mantiene a sus rehenes –ha liberado pocos–, el gobierno de Tel-Aviv, bajo el terror de las bombas, no cesa en su indisimulada voluntad de empujar a toda la población palestina de Gaza hacia el sur, en un sitio sin concesiones que ha abocado a dos millones de personas al límite de la supervivencia: con falta extrema de agua, alimentos y medicinas.

Con Suráfrica como impulsora, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya ha llevado a Israel a juicio por genocidio. El estado que representa al pueblo víctima del Holocausto es ahora acusado de hacer lo mismo con el pueblo palestino: las imágenes de Gaza que han dado la vuelta al mundo son testigo de la barbarie. A pesar de su éxito militar, y de mantener apoyos políticos relevantes, Israel está más solo que nunca. Para muchos, ha perdido la legitimidad que le quedaba, y la opinión pública internacional se le ha vuelto en contra.

Más allá de eso, si el objetivo era asegurarse un futuro más seguro, el porvenir es más que dudoso: hoy Israel es un país mucho más amenazado que hace cuatro meses en el contexto de Oriente Próximo donde en cualquiera momento puede saltar una chispa. Por el momento se ha evitado la escalada militar regional, pero nadie garantiza que tarde o temprano la violencia se desate. Y todavía hay otra perspectiva complicada: en el flanco interior, la unidad nacional que ahora se aguanta por el impacto del ataque de Hamás no está evitando que vaya aflorando la fractura social y política interna de una sociedad más plural de lo que proyecta el ejecutivo de Netanyahu. Las voces críticas, incluidas las de familiares de rehenes, condicionan y condicionarán el futuro del país, un futuro que también está en juego en términos económicos, puesto que el conflicto está teniendo un fuerte impacto en muchos sectores, mucho más allá del evidente afectación en el turismo.

Si la realidad de Gaza es de destrucción y desolación, y de resistencia desesperada de Hamás –y la del conjunto de Palestina igualmente caótica–, Israel, pese a su potencia militar, se ha metido en un comprometido callejón geopolítico sin salida debido a la pendiente de radicalidad liderada por Netanyahu.

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