Tamara Tenenbaum: "Mi gran fantasma, cuando estoy en una relación, es que me dejen"
Pinchar en el coche la clásica playlist de hits cantables es una mezcla entre sentirte muy viva y tener arcadas. Metafóricas, claro. Sobre todo te cogen cuando cantas –o gritas– estos estribillos que te han marcado la adolescencia y la manera en las que has entendido –por osmosis– el amor. Las que cantan a ese amor invencible, que si no hace daño no es, que tiene que ser el objetivo (y centro) de tu existencia, celoso y apasionado 24/7. Y heterosexual. Pero los tiempos están cambiando y el amor del siglo XXI es cada vez menos ese amor. Llamo a Tamara Tenenbaum, autora de uno de los ensayos más vendidos sobre el amor de los últimos tiempos –El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI– para saber hacia dónde vamos. La argentina descuelga la videollamada con el móvil y aparece con una sudadera decolorada (en Buenos Aires es invierno) dispuesta a aclarar un poco la cuestión.
“Creo que lo que está en crisis es la llamada mononorma, la idea de que la monogamia es el único tipo de relación normal y que «conocer a alguien, salir un tiempo, ir a vivir juntos, tener hijos» es el único recorrido que puede hacer un vínculo”, empieza la escritora (y ya icono feminista) millennial, que nació en una comunidad judía ortodoxa de Argentina y que, al salir, en la adolescencia, empezó a observar el mundo de los afectos con ojos antropológicos. Tenenbaum aclara que no cree que esta crisis a la que se refiere –y que multiplica las posibilidades de relacionarse sexoafectivamente (ved las amorodiadas relaciones abiertas)– haya desbancado el modelo monógamo, que sigue en buena forma. Considera, eso sí, que estos cambios sí están impactando en relaciones que se describen como monógamas: “Los hay que ahora se replantean cómo se entiende una infidelidad o cómo de grave se supone que es, por ejemplo”.
¿Algún consejo para afrontarlo? Tenenbaum, que ha vendido miles de ejemplares de su libro y ahora, incluso, prepara una serie, dice que ella es de las que ni da consejos ni es fetichista (“¡Ni siquiera con los libros!”) ni sabe conducir. Pero bueno, reconoce que hay uno que es básico: “Mi único consejo [a la hora de vivir el amor (y follar) en el siglo XXI] es recordar que hay seres humanos con otros deseos y otros sentimientos; sencillamente esto, recuérdalo, como en un pie de página”.
Este nuevo planteamiento, dice Tenenbaum, también apuesta por una reivindicación orgullosa de “la amistad como política”, o sea, de la idea de que hay que trabar vínculos sólidos más allá de la pareja, a la que siempre se ha reservado un rol jerárquicamente elevadísimo en el mapa de los afectos y se le ha pedido que satisfaga todas nuestras necesidades. “Tiene que ser tu mejor amigo, tu confidente, tu semental, tu compañero de viaje”, escribe la autora. Y esto puede causar frustración. La pareja, no obstante, se puede salvar “si la descentramos”: “Dejemos de obviar a la red de amistades y reconozcamos que es una red de apoyo que puede llegar a ser, incluso, tu red principal, y que hay que cuidarla”, defiende Tenenbaum. Ella, dice, no se puede imaginar la vida sin sus amistades: “Sería más pobre (al aspecto económico) y estaría mucho más triste”, dice medio riendo, pero a la vez consciente de que afirmar esto en el contexto actual tiene un punto de revolucionario.
Aceptarse vulnerable
El máximo aprendizaje que podemos sacar de explorar estos nuevos caminos, acaba Tenenbaum, es el de “abrazar la precariedad de los vínculos”, que no es lo mismo que abrazar “la precarización de nuestras vidas”. Y se explica, tal como hace a lo largo de El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI, partiendo de su vivencia personal e intercalando algunas teóricas, una mezcla que atrapa: “Mi gran fantasma, cuando estoy en una relación, es que me dejen, todo el rato; y a pesar de que me digan «No, mujer, no pasará», lo cierto es que sí que puede pasar, ¡cualquier día! Y esto está bien: mientras un vínculo esté basado en el deseo, en el afecto, en cosas que son móviles, no nos queda más remedio que abrazar esta precariedad”, cosa que no es lo mismo, como decíamos, que aceptar la precarización (económica y social) de nuestras vidas. En este sentido, la escritora reclama redes de apoyo estatales más sólidas, porque solo así, considera, se pueden tomar decisiones “con más libertad”, también en el terreno del amor. Decisiones como por ejemplo ser soltera, divorciarte o no tener hijos. “El novio te puede abandonar de un día para el otro, pero el estado no tendría que hacerlo”, concluye.