¿Os ha pasado que ha echado de menos cosas imaginarias? ¿La protagonista de un libro que le gustó mucho o la familia de una serie televisiva que le tuvo enganchados durante semanas? ¿Todos aquellos personajes, lugares y situaciones que han llegado a hacer suyos y sentimientos que han atravesado el papel o la pantalla hasta convertirse en propios? Realidad y fantasía conviven en nuestra mente para ayudarnos a sobrevivir. Del mismo modo, llegados al final, nos dejan un pequeño vacío que puede devolver en forma de nostalgia como si de verdad hubiéramos perdido a un amigo, un trabajo trepidante o una casa donde sucedieron muchas cosas. Este tiempo de ficción imprescindible transcurre en paralelo al tiempo de nuestra existencia real y uno repercute sobre el otro.
Me quedaron grabadas las palabras de una señora mayor que, recordando una telenovela muy exitosa hace años, me dijo, literalmente, que le había salvado la vida. Pasaba una mala época y gracias a ese rato diario de evasión, pudiendo huir de sus problemas y ponerse en otros zapatos, había podido soportar la situación. Fue su cuidado para el corazón.
Antoine de Saint-Exupéry sentenció, por boca de su Pequeño Príncipe, que lo esencial es invisible a los ojos. El amor, el odio, el miedo, el deseo. Tan intangibles y, sin embargo, tan reales para los humanos. Tan real como la emoción experimentada esa tarde que una novela nos llevó a la cima del mundo. Una sensación que nunca podremos olvidar y que forma parte de nosotros al igual que todo lo demás.