¿Lady Di fue tan rompedora en moda como nos intentan vender?

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Una imagen de Diana de Gales del 1992

Falta poco para que se estrene la sexta temporada de The Crown, con el periplo amoroso de Diana con Dodi Al-Fayed, que concluirá con la muerte de uno de los iconos más populares del siglo XX. El impulso idólatra es caprichoso, atiende a cuestiones emocionales más que racionales y a menudo cuesta comprender por qué personas con grandes contribuciones viven en el anonimato cuando otras, con escasos méritos, se erigen en semidioses.

Diana Spencer pertenece a este segundo grupo porque, sin unas aportaciones claras al bien común, es un auténtico icono pop, con un premio Guinness por ser la persona con más portadas. Su muerte, lejos de matar al mito, lo desató y lo elevó hasta la santidad, con teorías de la conspiración y experiencias paranormales incluidas, porque testigos aseguran haberla visto en formato fantasma. Con todo esto, y entrando en el terreno de la moda, el mantra es que fue rompedora, innovadora y generadora de tendencias. Pero, ¿realmente fue así? Analizamos primero la relación de las monarquías con la moda para esclarecer los hechos.

La moda siempre ha sido una herramienta imprescindible para legitimar y desplegar el poder, en cualquiera de sus sistemas. En cuanto a la monarquía, los Reyes Católicos fueron pioneros en utilizarla como estrategia de unión territorial, clasificación social y demostración de poder. Siguiendo este legado, Carlos I y Felipe II también impusieron en todas partes el “traje a la española”. Cuando Luis XIV usurpó el liderazgo en España, instauró una nueva moda que borrara el rastro de los Habsburgo, con la que construirse una imagen potente como monarca y consolidar la obediencia y la dependencia de la corte. Porque la moda la dicta el poder y conseguir que la gente vista bajo tus dictámenes es una conquista simbólica importante. Con la caída de las monarquías absolutistas y como reflejo de la pérdida de poder, reyes y reinas dejaron de dictar la moda para simplemente seguirla. La monarquía es un estamento conservador y carente de poder real y, por tanto, no hay ningún miembro de la nobleza occidental que, después de estos hechos, haya sido punta de lanza en moda.

La princesa de Gales, a pesar de su popularidad y de que sus trajes puedan gustarnos más o menos, nunca dictó tendencia y su moda estaba lejos de ser innovadora, rompedora e interesante. Tan sólo es necesario recordar el estilo preppy inglés con tintes cursis y reservados que lucía de joven. Con el tiempo, la cosa mejoró y acabó alineándose con ciertos diseñadores, pero el atrevimiento y riesgo nunca definieron su estética. Pero la maquinaria mitómana y cortesana rara vez atiende a razones ya menudo le ha posicionado como referente estilístico, hasta calificar de rebelión el hecho de llevar una tímida minifalda en los años 80, cuando Mary Quant ya la había popularizado en los 60 Por el contrario, este anacronismo debía haber sido una constatación del desencaje de la institución con la realidad, porque en ese momento la moda iba varias pantallas más allá, con figuras como Vivienne Westwood, la vanguardia de Japón, Thierry Mugler y Claude Montana . Pero poco importan la razón y las evidencias cuando una sociedad, carente de referentes reales y necesitada de evasión, tiene la urgencia de aferrarse a un mito.

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