Isabel Preysler. Mi Navidad es, incomprensiblemente, uno de los grandes estrenos de Disney+. Un doble episodio donde esta señora de la jet set, famosa por sus maridos, se supone que explica cómo celebra Navidad. Pero esto sólo es el reclamo. Preysler se singulariza por su opulencia y estas fiestas representan en una sociedad capitalista el paradigma de la obscenidad. Pero lejos de parecerse a las Kardashian, Preysler exhibirá el lujo tranquilo. No la fiebre por poseer sino el placer de la moderación: mantel nuevo de hilo pero la vajilla de siempre. El documental comienza con ella desayunando, maquillada y en batín: agua con zumo de limón, zumo de pomelo, un kiwi, media pomelo a trocitos, semillas de lino remojadas en agua y una infusión de hibisco. La comida, en los cuatro primeros minutos del documental, se convierte en el momento de impacto. El martes al mediodía, pocas horas después del estreno de Disney+, diferentes programas de televisión ya reproducían el desayuno y explicaban sus beneficios y riesgos. Responde a todo lo que representa Preysler: la ultraconservación del aspecto físico, la restricción alimentaria y la juventud eterna. Todo lo que la cultura del éxito y la dictadura de la felicidad nos impone, especialmente a las mujeres.
En este documental, incluso el título es engañoso. En casa de Preysler ni siquiera es Navidad. Es una puesta en escena. Puro atrezo. Le decoran el recibidor con motivos navideños y finge preparar regalos para el personal de servicio de la casa. Isabel Preysler. Mi Navidad recupera el espíritu de la serie británica Upstairs, Downstairs. La clase alta y los criados, pero ahora cultivando un vínculo afectivo infinito. El mayordomo se emociona al recordar “una de las parejas de la señora”. Se refiere al ministro Miguel Boyer. “Murión en nuestras manos”, explica antes de echarse a llorar. La cocinera sentencia: “La señora es muy buena persona”. Y recuerda que cuando murió su madre, esas fiestas de Navidad le dio vacaciones. “Esto no ocurre en todas las casas. Le estoy muy agracida”. Preysler recibe visitas en casa, tiene un grupo de cine para comentar películas, hace yoga y obedece a las órdenes de un discretísimo entrenador. Solo sale de casa para ir a un centro de estética. Mientras, el servicio saca el polvo de la vajilla y la cristalería de Navidad.
Estos documentales son el nuevo sistema para determinar el estatus. Son los sucesores de esos reportajes fotográficos navideños de las revistas del corazón. Las redes sociales han enmascarado la diferencia de clases. Influencers sin pedigrí aparentan una vida selecta en Instagram con acceso a marcas de lujo y actitud elitista. Han copiado lo que han visto en la clase alta. Las plataformas audiovisuales permiten, a la auténtica jet set, exhibir las diferencias. Una mansión exquisita, un ejército de sirvientes con uniforme impoluto, una asistente personal que coordina y ejecuta, un chófer y, sobre todo, la orden de no ser molestada mientras desayuna. Una vida reposada donde nunca tienes el teléfono móvil en la mano ni necesitas las redes sociales.