Los peligros de la hiperpaternidad
La hiperpaternidad es el modelo de crianza que se caracteriza por una sobreprotección excesiva de los hijos, que conlleva una pérdida de autonomía y poca tolerancia a la frustración. ¿Qué ha cambiado en nuestra sociedad para que sea bastante habitual toparse con este patrón educativo?
Si eres de los que cuando van a buscar a sus hijos a la escuela lo primero que hacen es cargar sus mochilas, o si mientras estáis en el parque les aguantáis el bocadillo para que vayan dándole mordiscos, es posible que os hayáis subido al carro de la hiperpaternidad, un nuevo modelo de crianza exportado de Estados Unidos que convierte a los hijos en el centro más absoluto de la vida familiar.
Hace sólo unas décadas, tres o cuatro, los niños salían a jugar a la calle con los amigos, podían ir solos a la escuela a partir de una cierta edad y no tenían la mayor parte del tiempo extraescolar ocupado formándose para tener un futuro brillante y convertirse en un adulto triunfador. Después pasamos a los niños hiperregalados, cuando los padres que se sentían culpables por el poco tiempo y atención que podían dedicar a sus hijos intentaban compensarlos con regalos y premios de todo tipo.
Ahora con la hiperpaternidad los padres han colocado a los hijos en una vitrina encima de un pedestal para que no les pase nada y se les pueda proteger de todo, incluso de lo que no hay que protegerlos. La consecuencia de estos excesos son niños con poca autonomía, con baja tolerancia a la frustración y con muchos más miedos.
La periodista barcelonesa Eva Millet ha publicado un libro titulado Hiperpaternidad. Del modelo mueble al modelo altar (Plataforma Editorial) en el que desarrolla con detalle los diferentes aspectos de este fenómeno, en el que "los hijos se convierten en una especie de obsesión en la que invertir grandes cantidades de tiempo y de dinero". Millet está convencida de que se ha llegado a este punto porque estamos en una sociedad "que pide que todo sea perfecto: la casa, el cuerpo, el coche y, ahora también, el niño, que se ha convertido en un símbolo de estatus". Además, asegura la periodista, nos lo ponen fácil porque hay una oferta muy amplia de todo tipo de formaciones para llegar a conseguir el soñado hijo perfecto.
El perfil de un hiperpadre sería el de un profesional de clase media o alta, tanto hombre como mujer, con pocos hijos, con medios y mucha información para invertir en la educación de sus hijos. Pero no todos los hiperpadres son iguales. Hay varias tipologías: los padres helicóptero, que sobrevuelan las vidas de sus hijos -pequeños y no tan pequeños- pendientes no sólo de sus necesidades sino también de sus deseos. Están los padres apisonadora, que allanan el camino para que los hijos no tengan que enfrentarse a ningún obstáculo en la vida. Los padres guardaespaldas, que vigilan que nadie critique a su hijo, o los padres manager, que, según Millet, "muchas veces envenenan el mundo del deporte escolar" presionando e insultando a árbitros y entrenadores.
El fenómeno de la hiperpaternidad comenzó a finales de los años 90 en Estados Unidos, donde los responsables de las universidades de ese país comenzaron a detectar que los padres de los niños de la generación llamada del milenio velaban excesivamente por los intereses de sus hijos, hasta el punto de discutir con los profesores alguna nota que consideraban inadecuada.
Los había que incluso pretendían ir a las entrevistas de admisión a las que debían someterse los chicos y chicas, prácticamente adultos, para ser alumnos de aquellas universidades. Este tipo de comportamientos actualmente también se dan en las universidades catalanas, donde los alumnos "cada vez están más infantilizados y más supervisados por sus padres".
Y es que la hiperpaternidad tiene efectos importantes no sólo en el ámbito familiar sino también en el ámbito educativo desde pequeños. Los hiperpadres llegan a hacer las mil y una para conseguir la escuela perfecta para su hijo, porque otra de las características de este modelo de crianza es la obsesión por la estimulación precoz: los niños tienen que destacar lo antes possible en competencias como la lectura, la escritura, el deporte o los idiomas. Una vez ya tienen la escuela ideal, los hiperpadres también necesitan saber todo lo que pasa dentro de las aulas, hasta el punto de querer interferir en la labor educativa de los maestros.
Otro de los elementos que introduce Millet en su libro es la gran inseguridad que sentimos los padres a la hora de educar a los hijos: "Hay mucha información, tenemos menos hijos y los tenemos cuando somos más grandes, en un momento en el que seguramente somos más reflexivos, y esta inseguridad, a veces, nos hace volvernos un poco locos, con la mejor de las intenciones". Millet pone como ejemplo la oferta desmedida de gadgets de seguridad infantil que hay en el mercado, como colchones certificados por la asociación contra la muerte súbita infantil, aplicaciones de móvil para tener controladas las constantes vitales del niño o cascos homologados para cuando empieza a caminar... Ante este panorama, la periodista, que se ha especialidad en temas de educación y crianza desde su blog www.educa2.info, recomienda que los padres nos relajemos, que dejemos de tenerlo todo planificado y busquemos tiempo sólo para estar con la familia. Esto es lo que vendría a ser lo que se llama underparenting, que se puede empezar a practicar con un gesto tan sencillo como dejar de cargar las mochilas de los hijos a la salida de la escuela. "Si pesan demasiado -advierte Millet- se pueden sacar un par de libros, pero es importante que los niños se responsabilicen de sus cosas".
Para contrarrestar la hiperpaternidad, Millet también propone la "sana desatención", que consiste en no anticipar posibles contratiempos y no perder los nervios ante cualquier malestar del niño. "Y es que a veces nos anticipamos tanto a todo que acabamos viendo problemas donde no los hay". Por ejemplo, tenemos que procurar no ver anorexia donde sólo hay un niño desganado durante unos días (si la conducta persiste es cuando tenemos que intervenir), cuenta la periodista, que apuesta por confiar más en los hijos y transmitirles el mensaje que ellos pueden hacerlo: "Educar es dejar ir a los hijos. Aunque a un bebé lo tengamos que proteger, también tenemos que dar herramientas a los niños para que hagan su camino".
Según Millet, los hiperpadres también pecan de preguntárselo todo a los hijos: ¿quieres ir a dormir?, ¿quieres bañarte?, ¿qué quieres comer? "No tienen que decidir cosas que no les toca decidir", remarca, y lo ejemplifica con la anécdota de una madre que incluso le pregunta a la hija si quiere que le dé un medicamento. Es importante tener en cuenta la opinión de los hijos, pero no preguntaárselo todo por sistema porque la consecuencia, como se explica en el libro, son unos niños L'Oréal, que siguiendo el eslógan "Porque yo lo valgo" consideran que tienen el derecho a opinar sobre todo.
¿Cómo son los hijos de los hiperpadres?
-Más miedos: Los niños que han crecido entre algodones, que no se han tenido que enfrentar a ninguna dificultad porque sus padres les han resuelto todos los problemas y que, además, han visto que los padres los defendían ante cualquier situación son niños inseguros, con más miedos que nunca. Tienen miedo de decir que no, de decir que sí, de decidir, de la comida, de perder, de los animales... El miedo es una emoción básica, imprescindible para nuestra supervivencia, que nos paraliza o nos hace huir. Hay muchas tipologías de miedos: los hay con los que se puede convivir fácilmente y los hay que nos pueden llegar a amargar la existencia. Para superar el miedo, dice Eva Millet en su libro, sólo hay un camino: enfrentándose a él. Hay que enseñar a los niños a dominar los miedos.
-Baja tolerancia a la frustración: Los hijos de los hiperpadres suelen tener una tolerancia muy baja a la frustración porque los padres, con las mejores intenciones, pretenden ahorrar al hijo esa sensación desagradable que supone no conseguir lo que quieres. Eva Millet asegura que se ha llegado al punto de que incluso hay padres que justifican ciertas actitudes inaceptables del hijo con el argumento de que "tiene una baja tolerancia a la frustración".
-Poca autonomía: Los niños a los que siempre se les ha dado todo hecho son criaturas con muy poca autonomía, es decir, con muy poca capacidad de hacer algo por ellos mismos porque no se les ha dado la oportunidad de aprender a hacerlo. Esto les genera inseguridad y falta de confianza en sí mismos porque necesitan el apoyo de sus padres para hacerlo todo.