Glamour

Máscaras, espaguetis con albóndigas y mucho champán: así fue la fiesta del siglo de Truman Capote

El escritor de 'A sangre fría', de actualidad por la serie de Ryan Murphy sobre su ostracismo social, fue el anfitrión de uno de los bailes más icónicos de Nueva York

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Capote con algunas de sus invitadas

BarcelonaBlanco y negro. Estos son los colores que Demi Moore, Calista Flockhart, Naomi Watts y el resto del reparto de Feud: Capote vs The Swans eligieron por los outfits que lucieron en la première de la nueva serie del todopoderoso Ryan Murphy, que recuerda el enfrentamiento del escritor con algunas de sus mejores amigas. El código de colores no es una casualidad, sino una referencia evidente a uno de los eventos sociales más sonados de la historia de Nueva York: el Black and White Ball, la conocida como fiesta de siglo que Truman Capote, convertido ya en una celebridad, organizó en noviembre de 1966, un lunes después del puente de Acción de Gracias. Todo el mundo que era alguien estaba en esa fiesta y si estaba en esa fiesta tenía que vestir por imperativo legal de negro y blanco. Más allá de sus obras literarias, el gran baile que organizó en el hotel Plaza puede considerarse como una de las grandes creaciones del autor deDesayuno en Tiffany's.

Hombre de infancia difícil y vida adulta complicada, Capote se convirtió en referente de la novela de no ficción con A sangre fría, publicada a principios de 1966. Era su gran hito profesional, así que la ocasión merecía una celebración. Organizar una fiesta para él mismo le parecía de cierta vulgaridad, así que se las arrebató para que oficialmente el baile fuera en honor a Katherine Graham, editora del Washington Post, diario del que asumió las riendas tras el suicidio de su marido en 1963. A pesar de ser una de las mujeres más relevantes de Estados Unidos, Graham no tenía mucha presencia en la vida social neoyorquina. "Truman me llamó ese verano y me dijo: «Creo que necesitas que te animen, así que te organizaré un baile». Yo le dije: «No necesito que me animen y de qué estás hablando». Su respuesta fue: «Sí, sí, siempre he tenido en mente esa idea de un baile blanco y negro»", recordaba la editora tiempo después. Graham creía que Truman le había elegido a ella como invitada de honor porque así se ahorraba entrar en conflicto con los suyos cisnes, sus amigas de la alta sociedad de Nueva York que se habrían celos si Capote hubiera mostrado favoritismo por alguna de ellas.

Capote y Graham, invitada de honor de la fiesta.

Inspirado por la escena de las carreras de Ascot de la película My Fair Lady y el vestuario de Cecil Beaton, Capote estaba determinado a hacer una fiesta como ninguna otra antes y utilizar la sala de baile del hotel Plaza, donde siempre había deseado realizar una gran celebración. Y nada le detuvo. Organizar la fiesta se convirtió en una auténtica obsesión para Capote, que elaboró una lista de 540 invitados, de los que nadie falló. Frank Sinatra y Mia Farrow, que entonces, estaban casados; Vicente Minelli; Andy Warhol; los duques de Windsor o Lauren Bacall son sólo algunos de los nombres de los ultrafamosos que acudieron a la llamada de Capote, que impuso un dress code blanco y negro, la obligatoriedad de llevar una máscara que sólo podrían quitarse cuando tocara la medianoche (él, sin embargo, estaba exento), y la posibilidad para las mujeres de llevar un abanico. "La idea era que pudieras pedir bailar a cualquiera que te resultara atractivo, sentarte en cualquier sitio que te apeteciera y después, al llegar la medianoche, cuando se pudieran quitar las máscaras, buscar tus amigos de siempre o quedarte tiene junto a los que habías conocido esa noche", explicó Capote al New York Times. Según el editor Leo Lerman, el autor se pasó todo el verano trabajando en el baile, tomando notas en multitud de libretas y decidiendo la lista de invitados. "Se lo pasó realmente bien organizándolo. Le encantaba decir: «Bueno, quizás te invito o quizás no te invito»".

El baile puso sobre la mesa los rasgos más dictatoriales de Capote, que obligó a muchos amigos a celebrar cenas previas a la fiesta para calentar motores de cara al gran evento y que, así, los invitados llegaran ya animados al Plaza. El escritor esperó hasta el último momento para enviar a buena parte de las invitaciones: no era dejadez, sino una especie de tortura psicológica hacia los posibles invitados. Capote disfrutaba comprobando el ansia de algunas de las personas más relevantes de Nueva York y Estados Unidos por conseguir figurar en la exclusiva lista de invitados, que había confeccionado buscando personas de los perfiles más diversos. Si en el buzón aparecía la invitación dorada es que habías conseguido ser lo suficientemente importante o encantador para asistir a la fiesta del siglo. "Durante años había pensado que sería interesante juntar a personas dispares y ver qué pasaba", explicó años después a la revista Esquire. Hubo intentos de sobornos y excluidos de la guest list que se inventaron viajes de trabajo para no tener que hacer frente a la indignidad de no ser uno de los elegidos de Capote. Como le confesó el escritor a su amiga Kay Meehan, "la diversión de una fiesta está en aquellos a los que no invitas".

Una vista del salón de baile del hotel Plaza.

La invitación de Capote especificaba que la fiesta arrancaría a las diez de la noche, pero dos horas antes curiosos y medios ya se congregaban frente al hotel Plaza. Las crónicas de la época aseguran que la ciudad vivía un estado de excitación similar al que se experimenta las horas previas a la Super Bowl, el mayor evento deportivo de Estados Unidos. Los mortales que no tenían acceso a la fiesta recibían a los invitados con aplausos y griterío, un escándalo al que estaban acostumbrados los invitados que tenían experiencia en alfombras rojas, pero que cogió por sorpresa a aquellos que eran de ámbitos ajenos al show business. Capote y Graham estuvieron dos horas en la entrada del salón saludando a los invitados. Él, en calidad de anfitrión, se encargó de presentar cada uno de los invitados a la editora del Washington Post, que en muchos casos desconocía quiénes eran aquellas personas que habían venido a una fiesta en su honor.

Frank Sinatra y Mia Farrow.
Más invitadas.
Más invitadas.

Pese al esnobismo patente de la lista de invitados, a la hora de elegir el menú de la fiesta Capote se dejó llevar por las pasiones terrenales. Según recoge la escritora Deborah Davis en el libro Parte de la centuria: The Fabulous Story of Truman Capote and His Black and White Ball, el anfitrión tenía muy claro el menú del buffet que se serviría a medianoche. Era indispensable que hubiese huevos revueltos, salchichas y bizcochos. El toque Capote se notó en dos platos que parecían poco adecuados para una fiesta de gala: espaguetis con albóndigas –especialidad italoamericana– y un estofado de pollo, una receta propia de la cocina del sur de Estados Unidos –Capote era de Nueva Orleans – cuyo Plaza servía una versión refinada. Este menú, casi infantil, fue regado con 450 botellas de champagne Taittinger que se servía desde cuatro barras diferentes situadas en puntos estratégicos de la sala.

Una feria de las vanidades en plena guerra de Vietnam

El glamour que se paseaba por la Quinta Avenida y por el salón del baile del hotel Plaza era totalmente contradictorio con el tenso momento político que se vivía en Estados Unidos, embarrado en la guerra de Vietnam. La feria de las vanidades de Capote no se salvó de tensiones por el conflicto armado: el columnista del New York Post Pete Hamill acusó al escritor de frivolidad por organizar una gran fiesta cuando miles de jóvenes estadounidenses estaban muriendo en la guerra.

La actriz Candice Bergen, una de las invitadas, recordaba tiempo después la contradicción vital que suponía acudir a la fiesta del siglo en plena guerra. "Recuerdo la culpa que sentí, o más bien la culpa de que otras personas pensaban que debía oír. Yo creo que tenía diecinueve años. Los periodistas se me acercaron y me preguntaron: "¿No es inadecuado hacer un baile para ¿a quinientas personas cuando hay una guerra?" Creo que fue el actor Douglas Fairbanks, que iba disfrazado con una capucha de su verdugo, que dijo: "La pregunta es inadecuada". Alguien, que llevaba una máscara de ratón con orejas pequeñas, añadió: "La guerra es inadecuada". Hoy en día no me imagino a nadie intentando racionalizar un acto como un baile", explica la protagonista de Murphy Brown.

Con sentimiento de culpabilidad o sin ella por la guerra de Vietnam, la fiesta se celebró y cuando a las tres de la madrugada los ánimos empezaban a decaer, muchos continuaron el jolgorio fuera del hotel. Un año después los ecos de la fiesta todavía se sentían. En diciembre de 1967, la revista Esquire hizo una portada protagonizada por ocho celebrities de distintos ámbitos que no fueron invitados a la fiesta y que miraban a cámara con cara de enojados. El título de portada decía: "¡No habríamos venido aunque nos hubieras invitado, Truman Capote!"

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