Efeméride

¿Quién mató a Liberty Valance?

Lee Marvin, el actor que interpretó al legendario personaje de John Ford, habría cumplido 100 años este año

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El cartel de la película 'Quien mató a Liberty Valance'

Barcelona¿Quién mató a Liberty Valance? Más de sesenta años después, este todavía es un mito de la historia del cine. Un misterio únicamente para aquellos que todavía tienen la suerte de no haber visto nunca la obra maestra de John Ford. El hombre que mató a Liberty Valance, sí, el western de los westerns, la obra de arte sobre la decencia, el aprendizaje, la justicia, el derecho y la amistad eterna. Uno de los espóileres por antonomasia de la historia del cine. Sobre todo, si no la ha visto, no permita que nadie se la explique. Este año, Liberty Valance cumple cien años. Lee Marvin, el actor que prestó su rostro, la maldad, la furia desatada, su gatillo rápido como el viento, es uno de los grandes de la historia del cine. Merece la pena saber quién fue, además de este personaje mítico, el gran Lee Marvin.

Con el hígado y los pulmones deshechos por el alcohol y el tabaco. Con tan solo sesenta y tres años, y el cuerpo y el alma llenos de heridas, cicatrices de esas que nunca acaban de cerrarse. El 29 de agosto de 1987 murió, no mucho después de haber dado vida al enésimo militar de su carrera – the Delta Force, junto a Chuck Norris– y con un fabuloso Oscar en la estantería de su casa. Un Oscar, sí, por la comedia Cat Ballou (1965).

Lee Marvin en un momento de la película 'El hombre que mató a Liberty Valance'

¿Quién le iba a decir a aquel que, al contrario de lo que asegura la canción de Sau, sí había nacido para militar? ¿Quién le iba a decir al actor por casualidad, por vocación casi fantasmal, que se convertiría en una estrella? ¿Una estrella errante? Quizás sí, como la estrella errante protagonista de su imborrable y maravillosa canción de La leyenda de la ciudad sin nombre (1969). Pero también luminosa e inspiradora, una presencia imponente, una voz profunda, su pelo color de plata, tan inequívoco, tan propio. Cuentan las crónicas que Marvin fue expulsado de tantas escuelas como pisó y que el ejército fue un refugio, un oasis donde abrevar su desazón y descontento con todo y con todos. Hizo bingo. A los 18 años ya era marine profesional y le enviaron a la Segunda Guerra Mundial. La batalla de Saipán le dejó secuelas: el nervio ciático destrozado y dolores de por vida. ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿La pregunta del millón al volver del frente? Pues estudiar para fontanero. Y arreglando las tuberías o desatascando un inodoro en un teatro municipal de un pueblo del estado de Nueva York, la oportunidad de su vida. “Escucha, muchachito, ¿tú podrías ponerte delante de la actriz y darle la réplica al ensayo?” Parece mentira, ¿no? Pues así fue. Y el gusano feroz de la interpretación se le metió dentro a mordisquearle las entrañas y de ahí no se marchó ya nunca más.

Primero, durante los años sesenta, como secundario, casi siempre con personajes de fuerte personalidad, turbios, sin escrúpulos, flirteando con el encasillamiento. Imposible olvidarle protagonizando una de las escenas más violentas y desagradables de la historia del cine negro clásico de Hollywood. Aquella en la que le lanza el café hirviendo en la cara a Gloria Grahame en la fabulosa obra maestra de Fritz Lang, Los sobornados (1954). No fue Lang el único gran cineasta con el que trabajó durante la prolífica década de los cincuenta. De hecho, pocos fueron los grandes directores de la época que no contaron con él. Henry Hathaway, Fred Zinnemann, Don Siegel, Raoul Walsh, Richard Fleischer, Stanley Kramer, John Sturges, Robert Aldrich y Michael Curtiz. ¡Impresionante!

Y fue John Ford, ya lo hemos dicho, quien cambió su carrera. Primero regalándole el papel de Liberty Valance y al año siguiente como coprotagonista junto a John Wayne en La taberna del irlandés (1963). Los años sesenta son su mejor década (Oscar incluido). Marvin bruñe su personalidad fílmica y creativa. Con pocos matices, es cierto, huyendo poco de los personajes duros, rudos, marcados por la desdicha, la guerra, la línea entre la legalidad y la mafia. Son los años de papeles tan icónicos como Código del hampa (1964), Los profesionales (1966), A quemarropa (1967) y quizá el más recordado de todos ellos: Los doce del patíbulo (1967). Le da vida al comandante que recluta a un grupo de prisioneros con fuertes problemas de disciplina para atacar una fortaleza nazi en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. ¡Pocos papeles podrían motivarlo más que este! Marvin volviendo a lucir el uniforme de militar, que durante seis años marcados a fuego en su memoria trajo de verdad. Impresiona pensar en ello.

No fue el de Los doce del patíbulo su único rol de militar. Los directores, que le conocían bien, le ofrecían suculentas ofertas que no podía rechazar. Así lo hizo el gran Sam Fuller en Uno rojo, división de choque (1980), cine bélico descarnado en el sentido más humano del término: intentar entender la psicología de aquellos que van a la guerra y su gran conflicto, nunca saber si volverán. El corazón de Marvin dijo bastante poco después de rodar Delta Force, otra vez, la última, enfundado en el traje de militar. Demasiadas sacudidas. Hay cicatrices que, por mucho alcohol que deglutas, nunca sanan. Lee Marvin reposa en paz en el cementerio de Arlington. Sí, ese cementerio para los militares, con cientos de lápidas blancas alineadas como un dominó. Qué vida, la suya. Aquel Liberty Valance, siempre en la memoria. ¿Quién le mató?

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