Música

La nueva generación que rima en catalán

Desacomplejados y sinceros, han roto con un cliché que ignoraba el catalán dentro del género. Se mueven entre el profesionalismo y el underground y suman millones de reproducciones en ‘streaming’

BARCELONAEn Catalunya tenemos un método infalible para medir la popularidad de un músico: aparecer en la canción coral de la Marató de TV3. En la edición de 2020 estaban Miki Núñez, Antonio Orozco, Els Catarres, Nina, Dyango. Y Lildami, prueba concluyente de que la música urbana en catalán ha entrado definitivamente en el imaginario colectivo de masas. Ha costado prácticamente veinticinco años que se deje de pensar en la rima local como una anécdota para empezar a pensar en una escena, todavía incipiente, pero de futuro prometedor. Es una cuestión de normalidad: si los jóvenes de todo el mundo piden urban, la lengua autóctona tiene que ocupar el lugar que le corresponde. El viento sopla a favor, pero la clave es la aparición de una serie de músicos jóvenes, talentosos y desacomplejados que han dado un puñetazo encima de la mesa. Estos son los hechos y nombres clave de los versos de pasado, presente y futuro de la música en catalán.

Pioneros

No se sabe exactamente cuándo aparecieron los primeros raperos aquí, puesto que en Catalunya no había bases militares norteamericanas como en Torrejón de Ardoz, donde históricamente se ha geolocalizado la entrada del hip hop en la Península. A principios de los ochenta, BZN fue el primer grupo con cierta repercusión, pero el disco que lo cambió todo fecha de 1997: Hecho es simple, de 7 Notas 7 Colores, el álbum que puso el rap catalán en órbita. A finales de los noventa la escena estatal estalló gracias a grupos que todavía hoy son referentes: Sólo los Solo, Violadores del Verso, SFDK o ToteKing, entonces en La Alta Escuela. Fueron la generación de oro del rap en castellano, la semilla de todo lo que vino después.

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Se multiplicaron no solo las bandas, sino también las salas, discotecas y tiendas especializadas. En Catalunya había algunos MC muy populares y talentosos (Mucho Muchacho, Ari, Juan Solo, Payo Malo, Zemo) pero faltaba encontrar a alguien que se atreviera con la lengua del país. A pesar de que Tomeu Penya ya había hecho Taxi rap, en 1992, es justo antes de entrar en el nuevo milenio cuando se graba el primer rap en catalán con cierta trascendencia: Jo no soc polac, de El Disop.

La canción se recibió con cierta burla, por el mensaje y el idioma. Sin entrar a valorar su calidad, es un momento en el que la lengua catalana sufre el lastre de faltarle recorrido para ser creíble. Le faltaba calle, decía el cliché. Ese ejemplo no se extendió a corto plazo, pero diez años después de esa canción, de la que todo el mundo se rio, ya había cierto movimiento: Porta, ElNota, Metro, Vazili, Rapsodes, El Gordo del Puru y, sobre todo, AtVersaris. El dúo formado por Pau Llonch y Rodrigo Laviña fue clave para mostrar a la nueva generación que se podía hacer rap en catalán de calidad, con conciencia y fanfarronería, teniendo el mismo recorrido de cualquier otra banda pop y actuando en los mejores escenarios del país. La mecha estaba encendida, solo faltaba que explotara. Y esto ha pasado hace cuatro días, coincidiendo con la hegemonía de la música urbana en el mundo.

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“La visibilidad y el punto mediático los dio la P.A.W.N. Gang: eran innovadores y llamaban la atención, porque se desvinculaban de todo a lo que estábamos acostumbrados”, dice Sr. Chen, uno de los nombres clave del movimiento. El rap sobre la base de los años noventa se estaba difuminando por todas partes, la juventud seguía pidiéndolo, pero también trap, reggaeton, dancehall. En este sentido, la aparición de la P.A.W.N. Gang en 2011 los convierte prácticamente en el primer referente estatal de lo que se denomina urban: no solo son precursores directos de los mejores representantes de hoy de la música urbana en catalán, también lo fueron de estrellas a escala estatal, como Cecilio G, Kinder Malo y Pimp Flaco.

Entonces, el 11 de abril de 2016, una adolescente del Maresme colgaba la primera canción en su canal de YouTube. Era en catalán, se titulaba Pai y sonaba sobre la instrumental de Work, de Rihanna. La cantante era Bad Gyal.

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Una nueva estrella

Es osado decir que hay una escena consolidada de música urbana -el término que ha acabado englobando los géneros rap, trap, reggaeton o dancehall- en nuestra lengua. Faltan características definitorias para llegar a ello, pero es indudable que hay brotes verdes en esta dirección: cada vez es más habitual y natural que cantantes usen el catalán como vehicular de su obra. “Ya tiene un slang propio, como pasa con el inglés o el castellano”, explicaba Bad Gyal en una entrevista al ARA. Ha sido un trabajo de hormiga, pero si hace una década hubo los normalizadores (At Versaris) y hace un lustro los dinamizadores (P.A.W.N. Gang), ahora tenemos una estrella: Lildami.

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“Llevo la mitad de mi vida luchando para conseguirlo”, explica Damià Rodríguez, nombre real de Lildami, que con veintisiete años es el gran referente del género en el país. ¿La clave? No ponerse ninguna barrera: “Estoy contento y me siento muy querido, pero el ser humano tiene mucha codicia, y todo se te hace pequeño demasiado rápido”, dice. Rodríguez organiza grandes festivales, canta la canción del verano de TV3 y colecciona millones de reproducciones en las plataformas de streaming, pero en 2017 ya competía en la final del concurso para nuevos talentos Sona9. Dos años después llegó su momento, con Flors mentre visqui (Halley Records, 2019), que contenía un par de sencillos que lo catapultaron: Pau Gasol y La dels Manel. “En seis meses explotó todo: pasó de ser absolutamente local a sonar en todas partes”, recuerda.

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Martí Mora, el Sr. Chen, fue el productor de ese disco: “Había un vacío en la industria. Cuando aparecimos teníamos el peligro de ser la anécdota, pero no pasó, sino que han venido más grupos, creamos precedente”. El éxito de Lildami no ha sido un oasis y hoy el panorama es más amplio que nunca: Santa Salut, El Noi de Tona, Lil Russia, Will.x.o, Lauren Nine, Yung Rajola o Baya Baye son algunos de los que más suenan. Y además de la nueva generación, hay que sumar un grupo de nombres que trabajan con la rima a pesar de moverse por otros circuitos: Zoo, JazzWoman, Pupil·les, Tribade o Extraño Weys, deliciosa banda de Rodrigo Laviña, antiguo miembro de AtVersaris.

“Necesitábamos que la gente hiciese música en catalán con la conciencia tranquila. Esto está pasando ahora porque ya hay referentes”, explica Chen, al mando de su proyecto en solitario, con el que acaba de publicar Cómo no hacer un trío. Estos referentes desde donde empezar a construir ya están: acompañando a Lildami hay una serie de grupos trabajando con la misma profesionalidad, como 31 FAM, Flashy Ice Cream y The Tyets.

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Los 31 HAMBRE, de Sabadell, consiguieron en 2018 la aspiración de toda banda con voluntad popular: tener un himno generacional que coincidía con su carta de presentación. Sincero sumó millones de escuchas, rápidamente y viniendo del estricto underground. La crew del Vallès, que abraza con acierto todo el espectro urbano -trap, reggaeton, R&B- acaba de publicar Jetlag, su tercer disco. También venidos de la capital del Vallès, Flashy Ice Cream, combo formado por DAAX, P.Giancana, Sneaky Flex y C.Turú, debutó con Brillar o morir hace dos años. Hoy su ascenso parece imparable.

Si los dos grupos de Sabadell son deudores directos de PXXR Gvng y Mac Miller, la cuarta pata, si hacemos caso a números y popularidad, son The Tyets, un dúo que no duda en abrazar directamente el pop de masas, colaborando con Els Amics de les Arts y Ferran Palau y decantándose por textos con espacio para la positividad y la fiesta más desacomplejada.

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El futuro es femenino

Llegados al 2021, con un buen número de proyectos en marcha, las diferencias ya no son tan de género y matiz como de grado de profesionalización. Ya hay grupos con contratos discográficos y grabando en estudios con recursos, pero a la vez se multiplican los proyectos caseros que crecen desde los márgenes. Entre estos están las chicas del colectivo de mujeres artistas El Pecado Records, un sello autogestionado con conciencia de género y de clase. Destacan dos cantantes que han visto crecer exponencialmente su presencia en escenarios y medios este último año: la Cooba y la Queency. Juntas o por separado, y desde el total amateurismo, empezaron a hacer música inspirándose en nombres como La Zowi, P.A.W.N. Gang, Lildami y, evidentemente, Bad Gyal. “Hizo falta su chispa para plantearse el idioma. Para nosotras fue un gran ejemplo: el de una chica, haciendo canciones en catalán y sin recursos económicos detrás”, explica Cooba. Su fórmula no guarda secretos: tener mucha presencia en las redes sociales, estar comprometidas en temas políticos y sociales y, por encima de todo, hacer canciones con y para sus amigos: “Entiendo la música underground como una cosa que nos hace ser libres”, explica Francina Gorina (Queency), la que acumula más exposición mediática y ofertas para dar el paso a la profesionalización. “Las he rechazado, de momento me quiero seguir grabando en casas y haciendo conciertos con las colegas”.

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El tiempo dirá si las chicas del Pecado acabarán apareciendo en la canción de la Marató junto a Nina. O no, pero parece claro que para empezar a disfrutar de algo parecido a una escena se tiene que dar nuevos pasos. Hay talento y hay público. ¿Qué falta? Posiblemente industria. “Hace falta que tengamos un sello nosotros. Gente que cuide, mime, quiera el género y conozca sus códigos”. Lo dice el Sr. Chen y no le falta razón. Esperaremos expectantes.