EDITORIAL

El peligro de que un solo hombre acumule demasiado poder

Elon Musk el pasado 8 de septiembre en un partido de tenis en Flushing Meadows, en Estados Unidos.
19/10/2024
3 min

Elon Musk es un genio y un visionario. Lo logrado con SpaceX es admirable porque ha revolucionado los viajes espaciales y ha convertido en realidad lo que hace una década podía parecer la locura de un iluminado. Precisamente será una de sus naves la escogida para volver a la Luna dentro de unos años y, aunque ahora parezca difícil creer, quizás consiga su objetivo de llevar gente a Marte. Pero la pregunta que deberíamos hacernos es si la humanidad quiere llegar a Marte, o, en todo caso, si debería hacerlo de la mano de un empresario privado.

Uno de los hombres más ricos del mundo explica que buena parte de sus empresas e iniciativas tienen un objetivo filantrópico. Con Tesla y sus coches eléctricos, quiere contribuir a cambiar la movilidad para hacerla más sostenible. Con Starlink, su red de satélites, quiere dar cobertura de internet a los rincones más remotos del mundo. Con chAI, su nueva start-up de inteligencia artificial, quiere dar respuesta a las grandes preguntas del universo. Sus biógrafos dicen que no le interesa el dinero por sí mismos sino como un medio para conseguir esos objetivos superiores. De acuerdo. Pero algunos de estos objetivos afectan a mucha gente que no tiene por qué compartir ni lo que él quiere ni tampoco la forma en que piensa llegar.

Un ejemplo. El ejército ucraniano utiliza sus satélites Starlink para burlar el bloqueo ruso en internet. Hace poco más de un año hubo polémica porque se dijo –aunque después se desmintió– que había desconectado algunos satélites para impedir que Kiiv pudiera atacar objetivos de Crimea. Él explicó que ya desde un inicio estaba previsto que no pudieran utilizarse ofensivamente, y se entiende. Pero el caso es que en estos momentos buena parte de la operatividad armamentística de Ucrania depende de Musk, que en algún momento en el futuro tendría la capacidad de dejar el país indefenso.

Lo hemos visto con Twitter, que él rebautizó como X (la X es una incógnita, una posibilidad, lo que está por descubrir) y que en teoría, a su juicio, debe ser un lugar en el que triunfe la libertad de expresión . Pero lo cierto es que desde que la compró y despidió al equipo de moderación se ha llenado de noticias falsas y se han multiplicado los mensajes de odio, algunos de los cuales él también difunde. Ahora, además, desde que hace unos meses se declaró hinchador ferviente de Donald Trump se ha puesto él mismo y ha puesto parte de su equipo empresarial más cercano al servicio del líder republicano. Al mismo tiempo, amplifica todo lo posible los mensajes MAGA y también apoya a la extrema derecha mundial de Le Pen, Meloni, Milei o Modi.

No era lo que decía hace unos años, y eso no es muy tranquilizador. Instalado en una visión del mundo ultraliberal, en la que libertad significa mínima regulación y control estatal, pero con subsidios y ayudas a sus empresas, es lógico que haya preocupación por cómo influirá en las elecciones estadounidenses o en las de otros países en los que tiene intereses. No es nuevo que los poderosos utilicen su riqueza para dominar a estados y ciudadanos, pero por eso hay que reforzar al máximo las instituciones democráticas, para que aseguren unas mínimas reglas de juego que nos protejan de los abusos.

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