El peligro de la radicalización de la derecha

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Protesta en la calle Ferraz de Madrid contra la amnistía

Que el PP de Alberto Núñez Feijóo acuse al nuevo gobierno de Pedro Sánchez de nacer de un fraude es un síntoma más del camino de radicalización que parece haber tomado el partido, que ha entrado en una deriva de competencia con Vox que le puede estirar progresivamente hacia posiciones extremistas. El PP puede acabar hundiéndose cada vez de una manera más explícita en el pozo de la extrema derecha y, tal como explica el historiador Xavier Casals en este diario, Vox, a su vez, ha movilizado con las protestas de Ferraz a un sector de ultraderecha que reúne a neofranquistas, neofascistas, identitarios y ultracatólicos. Parece que se intenta acercar a sus posiciones antisistema mientras, paradójicamente –o no tanto–, todavía se presenta como un partido constitucional y defensor de los cuerpos policiales.

El rechazo al parlamentarismo, a los resultados de las votaciones ya los pactos es un rechazo a la democracia. No es nuevo, en España y en Cataluña lo conocemos bien. Porque no es rechazo: es una apuesta por el centralismo, la intolerancia y el autoritarismo. Es el Cara al sol, es reivindicar Franco, el falangismo y la División Azul, es blandir los símbolos de la dictadura. Precisamente para no olvidar el rechazo a la democracia y, por tanto, prevenirlo, se aprobó la ley de memoria democrática. Pero no se está aplicando a las protestas en las que se sacan a pasear y se reivindican los símbolos del franquismo criminal. Muchas de estas conductas podrían quedar amparadas por la libertad de expresión en el mismo país donde se puede condenar a prisión a un rapero por las letras de sus canciones.

Las negociaciones por la investidura de Pedro Sánchez y el pacto para la amnistía han hecho emerger a un sector nostálgico de la sociedad española que cada vez es más desacomplejado. Durante una temporada disimuló, pero ahora todos los días que pasa lo hace menos, y eso es un fracaso colectivo. Un fracaso político –sobre todo de los partidos jugados para rascar votos, pero también de las izquierdas–, y un fracaso educativo, social y mediático. España no está sola en ese fracaso: en muchos países europeos y otros rincones del mundo se ven procesos similares.

La telaraña de la extrema derecha global se ha actualizado y ha renovado el discurso con la llamada guerra cultural. Pero no deja de ser lo que ha sido siempre: una apelación populista al nacionalismo excluyente amarrada a la mistificación de un pasado que nunca ha existido tal y como se le imagina. Y dentro de este sector, la ultraderecha violenta, que también crece a su sombra, es un llamamiento a una sociedad inviable por una sencilla razón: se basa en el egoísmo, individual o colectivo, en una reivindicación imposible de algún tipo de pureza –racial, étnica, religiosa, cultural– que sólo algún tipo de crimen masivo podría hacer realidad. La radicalización de la derecha es un peligro que debería interpelarnos a todos.

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