La poética muerte de Jaiku, el Twitter de Google que dejó de piar
La aplicación, creada por un finés y comprada por el buscador, se puso en marcha un mes antes de que se estrenara la plataforma del pájaro azul

BarcelonaCada año, en Sábado Santo, una procesión de melómanos sube la carretera que lleva a Guovdageaidnu. Es un pequeño pueblo de 3.000 habitantes situado en el norte de Laponia, en Noruega. Ahí se celebra el concurso más importante de joik, un estilo de música tradicional cantada a cappella o acompañada de un tambor que relata historias en lengua sami.
En 2005, a 1.172 kilómetros del certamen, el joven emprendedor Jyri Engeström pensaba qué nombre podía ponerle a su flamante proyecto. Había ideado una red social de microblogging en la que los usuarios podían compartir opiniones y anécdotas muy breves, condensadas en pocos caracteres de texto. En ese momento, Twitter todavía no existía. Un día, sentado en su escritorio de Helsinki, en Finlandia, se le iluminó la bombilla: lo llamaría Jaiku, un homenaje a los haikus -poemas cortos japoneses- pero también a los joiks. No se imaginaba que ese nombre traspasaría fronteras y llegaría a orejas de los directivos de Google, que quedarían fascinados con su red social. La historia de Jaiku, como los joiks, tiene poesía y épica a partes iguales.
El relato empieza en la capital finlandesa, con un pequeño equipo de desarrolladores encabezado por Engeström. "Como sociólogo, estaba convencido de que el microblogging tenía un gran poder para cambiar las sociedades y todos nosotros nos dedicamos en cuerpo y alma a crear el servicio", recordaba el creador en una entrevista en la revista Signal v. Noise. Se puso en marcha en febrero de 2006, un mes antes de que Jack Dorsey inaugurara la red del pajarito azul, y tuvo un buen recibimiento. Quizás demasiado. "No preveíamos que la gente se sumaría tan deprisa y sufrimos problemas de escalada", apuntaba el fundador.
Pero, un año después, este escollo ya era agua pasada: a Google le gustó la iniciativa, sacó el talonario y compró Jaiku por unos 12 millones de dólares, según la prensa especializada. La euforia invadió a Engeström. "Nuestro equipo está muy emocionado de trabajar con Google y desarrolladores entusiasmados es sinónimo de grandes innovaciones", confesó. La compra de Google suponía la continuidad del equipo que había creado Jaiku y la promesa de construir un servicio renovado, más escalable e integrado con un proyecto que empezaba a sacar la nariz: Android.
Toda narración tiene un giro de guion, y el de Jaiku se produjo poco después de poner los pies en Google. A raíz de la operación, Jaiku dejó de aceptar, temporalmente, a nuevos usuarios en la red social. Los primeros meses, el equipo se integró en las dinámicas de la compañía del buscador y Jaiku se adaptó a los sistemas de Google. Aun así, al cabo de diez meses, las inscripciones continuaban cerradas. Los usuarios que quedaban se quejaban de que la plataforma era demasiada lenta. En paralelo, Twitter ganaba fuerza y cada vez tenía más usuarios. Jaiku había caído en el agujero negro de Google: en 2009 lanzó el nuevo proyecto de Jaiku en código abierto, que se encargaría de mantener un equipo de voluntarios. El equipo original abandonó la multinacional tecnológica y en 2012 dejó de ofrecer servicio.
"El caso de Jaiku nos recuerda que ser adquirido por una gran compañía no garantiza automáticamente el éxito de un proyecto –explica Frederic Guerrero-Solé, investigador en redes sociales de la UPF–. De hecho, muchas veces conduce al fracaso y la frustración y desvirtúa soluciones genuinas que habrían podido crecer de forma natural".